“Dios es amor, no me puede condenar…”

Usted conoce una de las piedras angulares de la fe cristiana:  que Dios es amor.  ¡Es precioso conocerlo y comprobarlo!  Dios envió a su amado Hijo a la tierra, para que tomara nuestro lugar en la cruz, y expiara nuestros pecados.  ¡Es la mayor prueba de amor jamás vista!  ¡Sobre todo,  si tomamos en cuenta que murió  ¡el Justo por los injustos!  ¡y el Santo murió por los que eran enemigos de Dios!  Es tan alto el amor de Dios, que lo llevó a hacer  un sacrificio inmenso.  Entregar a su Hijo amado a la muerte.

Pero ¿sabe usted algo?  El que ha amado así, y se ha entregado así,  ¡tiene todo el derecho a exigir algo!  Dios exige que su Hijo sea creído.  Que el sacrificio de su Hijo sea tomado en cuenta.  Dios exige que el hombre se rinda ante este amor tan grande.

Aún más, ¡Dios manda a todo hombre que crea en el Hijo de Dios!  Así que, creer que Dios es amor no es toda la verdad.  Saber que Dios es amor no es todo lo que debemos saber respecto de Dios.  Dios no sólo es amor. ¿Sabía usted?  Dios es también “fuego consumidor”. Aquí está la verdad completa:

El que cree en el Hijo tiene vida eterna;  pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,  sino que la ira de Dios está sobre él.  (Juan 3:36)

La ira de Dios.  Si usted revisa la Biblia encontrará muchas veces la expresión: “la ira de Dios”. El lago de fuego nos habla de la ira de Dios.  La condenación eterna de los impíos nos habla de la ira de Dios.  Oh, pero no quisiera seguir hablando de la ira de Dios.  ¡Usted me ha obligado a ello!

Hoy es real, muy real, el amor de Dios.  Mañana será real, muy real, la ira de Dios. Aproveche el amor de Dios hoy.  Recíbale y obedezca su gran demanda: Creer en el Hijo.  Entonces mañana, usted no temerá su ira.  ¡La ira de Dios no le alcanzará!  Sólo conocerá eternamente su amor,  el mismo que puede comenzar a disfrutar hoy.

“Estoy conforme con la religión de mis padres”

Dios nos manda a ser muy agradecidos con nuestros padres. De verdad es preciso serlo, ¡de verdad!  Los padres nos dieron la vida, nos legaron su historia; para siempre llevaremos sus marcas en nuestro cuerpo  y en nuestra alma. (Cuanto más viejos nos volvemos, más nos parecemos a ellos, ¿no?)

Pero la religión es algo diferente. Diremos –mejor– la fe. La fe no es heredable, ni transmisible genéticamente. La fe es una cuestión personal. ¡La salvación es un asunto personal!

Desconozco cuál sea la religión de sus padres. Puede que sea la mejor. Incluso, tal vez, bajo esa frase puede que se esconda la fe verdadera de Jesucristo. No importa. Si usted dice que sigue esa religión porque es de sus padres, entonces ahí hay un problema. Para que la fe sea válida, tiene que ser suya, propia, personal.  Tal vez sea la correcta,  pero si sólo es de sus padres  y no suya… ¡no le sirve a usted!

Si la fe de sus padres es una fe genuina, profunda  y salvadora en Jesucristo,  es digna de que usted también la tenga.  Desde entonces ya no será la fe de sus padres, sino suya.

Ahora bien, si la religión de sus padres no ha sido suficientemente poderosa  para transformar sus vidas,  para llenar de gozo sus corazones,  para sostenerlos en los días malos;  si la fe de sus padres no les provee una esperanza de vida eterna junto a Jesucristo,  entonces, esa religión no es de fiar.  ¡No le sirve a ellos, y tampoco le servirá a usted!  Escape ya de esa red.  Esa religión seguramente es  una creencia más o menos ambigua en Dios,  un conjunto de ritos para guardar algunas veces al año;  se compone de ciertas tradiciones comúnmente aceptadas, consiste en la observancia exterior de ciertas ordenanzas.  ¡Si es tal, entonces no es una fe verdadera!

La fe verdadera descansa en Jesucristo como Salvador, Señor y Rey,  actúa desde adentro hacia fuera,  transforma las vidas,  y llena el corazón de fe, amor y esperanza.  La fe verdadera no le dejará en la indiferencia,  ¡le llenará de vida!