Esdras es uno de los maestros de la Biblia más prominentes de la historia. La tradición judía sostiene que Esdras es quien compiló los libros del Antiguo Testamento tal como los conocemos hoy. Y no solo eso, es probablemente quien escribió varios libros del Antiguo Testamento, como Crónicas y Nehemías, aparte de Esdras mismo. Probablemente también fue el escritor del Salmo 119, una exposición maravillosa acerca de la palabra de Dios.

¿Qué nos dice la Biblia acerca de este hombre? Hay algunas frases que lo caracterizan: «Era escriba diligente en la ley de Moisés … la mano de Jehová su Dios estaba sobre Esdras … escriba versado en los mandamientos de Jehová». ¿Cómo había llegado a ser todo eso? La respuesta la tenemos en una frase muy significativa:«Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» (Esdras 7:10).

En primer lugar, Esdras «había preparado su corazón» delante de Dios. Ser un maestro de la Palabra no es cuestión solo de estudiar ciertas materias teológicas o conocer intelectualmente la Biblia. La Palabra que deberá enseñar luego, no puede pasar de la mente a su boca. Es preciso que baje al corazón, pues de allí deberá salir si es que ha de ser una palabra viva.

Lo segundo que podemos observar que en este versículo es que hay tres verbos que nos dan cuenta de la conducta de Esdras luego de disponer su corazón: inquirir, cumplir y enseñar.

Inquirir es indagar, averiguar o examinar cuidadosamente algo. La Biblia de Jerusalén pone: «escrutar». No es una simple lectura (aunque la lectura es básica). Es, como dice la palabra del Señor: «El que pide… el que busca… al que llama…»; es el estudio paciente y constante, la búsqueda de luz delante de Dios, hasta que la Palabra venga, ilumine y transforme.

Cumplir. La Biblia de Jerusalén traduce: «Ponerla en práctica». Es una cuestión de obediencia, de vida, de una conducta afín con lo que la Palabra va diciendo. Alguien ha dicho que el mejor comentario bíblico es la obediencia. ¿Cómo Dios va a dar más luz hoy si la Palabra mostrada ayer no fue obedecida? En este sentido, Esdras era un hombre piadoso, no un erudito liviano.

Enseñar. Aquí entra en acción el servicio del ministro de la Palabra. Es el punto tercero, no el primero ni el segundo. La enseñanza va precedida de dos requisitos básicos; solo entonces viene el ministerio propiamente tal.

La enseñanza es un ministerio que honra a cualquier hombre de Dios. Cuando el maestro enseña, la mentira cede terreno y entra la verdad. La luz reprende las tinieblas. Los hombres son atraídos hacia Dios. Las sendas de los hombres son enderezadas. Los pecadores se convierten. La iglesia es edificada. La herencia de Dios es conocida, los estándares de los hijos de Dios son elevados. Y luego, la vida de Dios encontrará muchos cauces para derramarse.

Por eso es que la promesa de Dios para ellos es tan preciosa: «Los que enseñan la justicia a la multitud (resplandecerán) como las estrellas a perpetua eternidad» (Dan. 12:3). ¿Ha sido usted tocado por Dios para hacerlo? ¿Ha recibido este privilegio?

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