Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”.

– Stgo. 1:2-4.

A nadie le gusta vivir en condiciones adversas, desagradables o difíciles; todos preferimos ambientes plácidos, fáciles, reconfortantes. Muchas personas hacen cosas realmente increíbles con el fin de abandonar lugares donde no se sienten a gusto, donde no son felices, donde piensan que no pueden crecer económicamente, ni como personas, ni profesional ni espiritualmente. ¡No!

Muchas personas no aceptan enfrentar adversidades y las evaden tan pronto tengan la más mínima posibilidad. Y ocurre muchas veces, después de ir y venir de un sitio a otro, de mantenerse en una permanente evasión de esas circunstancias y lugares difíciles, que finalmente tales personas deben enfrentar adversidades  infranqueables, imposibles de evadir.

¿De qué les sirvió, entonces, tomar atajos, si al final siempre tienen que enfrentar las pruebas y problemas de este mundo? ¿Consiste la vida, acaso, en ir moviéndonos al son de la música que interpreten las circunstancias que nos rodean? ¿Es sabia la actitud de rechazar y evadir constantemente las pruebas y sufrimientos? ¿Hay algo verdaderamente positivo en ello? ¿Nos ayuda a crecer como cristianos y a desarrollar nuestra fe?

Las respuestas a estas preguntas son obvias: No, no y no. No hay nada de extraño en el sufrimiento; no debe causarnos sorpresa ni asombro. Al contrario, la palabra de Dios nos estimula a aceptarlos en plenitud de gozo. Y el mismo Señor nos explica la razón por la cual debemos tener tal actitud: porque cuando nuestra confianza en nuestro Padre es sometida a prueba, desarrollaremos la paciencia; y después seremos mejores, y nada nos faltará.

463