Así como las señales climáticas inciden en la vida sobre la tierra, también las señales espirituales inciden sobre los hijos de los hombres. Los judíos tenían muy claro que cuando el cielo nublado tiene arreboles por la tarde, a la mañana siguiente habría tempestad; o que cuando sopla la brisa del sur, al día siguiente seguiría el buen tiempo. En eso, ellos conocían las señales de los cielos. Sin embargo, el Señor Jesús les recrimina por no tener, al mismo tiempo, discernimiento para conocer las señales espirituales del momento que estaban viviendo.

Siempre el Cielo está haciendo algo, y lo que el Cielo hace, tiene repercusiones en la tierra. Siempre el Cielo tiene un trabajo que hacer y los hombres pueden colaborar en él, o estorbarlo. Por tanto, la vida espiritual no consiste solo en intentar seguir lo más fielmente posible las directrices que Dios entregó en el pasado, no consiste solo en continuar haciendo lo que estamos haciendo, sino discernir qué nuevo día viene, qué señales están dando los cielos hacia la tierra, cómo es el nuevo día que Dios está trayendo.

Cuando el Señor Jesús vino a los suyos, ellos no supieron discernir las señales espirituales de los tiempos. Por eso el Señor les dice: «Sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!» (Mat. 16:3). Ellos seguían bailando al son de Moisés, cuando Dios estaba trayendo una nueva música, una nueva melodía.

Es fácil para nosotros mirar hacia el pasado histórico y juzgar la forma cómo nuestros antepasados en la fe reaccionaron ante un nuevo día de Dios. A veces nos ponemos en la posición de jueces severos, porque nos parece que vemos más claramente que ellos, y que nosotros –en su lugar– lo hubiéramos hecho mejor.

Claro, la perspectiva histórica nos ayuda, pero ellos no la tenían. Ellos vivían un presente huidizo y cambiante que los sorprendía. Ellos solo tenían a su haber las herramientas espirituales de discernimiento, las mismas que nosotros tenemos para discernir nuestro propio día.

Los judíos en tiempos de Jesús no supieron discernir adecuadamente su día. Por eso el Señor llora sobre Jerusalén, y le dice: «¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!…» y agrega:«…no conociste el tiempo de tu visitación» (Luc. 19:42, 44). Ellos no conocieron su día, y al no conocerlo, en vez de alinearse con Dios, dieron «coces contra el aguijón».

¡Oh, cuán grande es nuestra responsabilidad! Porque tenemos muy poco tiempo para discernir adecuadamente lo que Dios está haciendo hoy, y para tomar las decisiones correctas, y toda la eternidad para lamentarlo, si nos equivocamos.

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