Si te parece bien venir conmigo a Babilonia, ven, y yo velaré por ti. Mira, toda la tierra está delante de ti; ve a donde mejor y más cómodo te parezca ir. Si prefieres quedarte, vuélvete a Gedalías hijo de Ahicam … y vive con él en medio del pueblo; o ve a donde te parezca más cómodo ir … Se fue entonces Jeremías a Gedalías hijo de Ahicam, a Mizpa, y habitó con él en medio del pueblo que había quedado en la tierra”.

– Jeremías 40:4-6.

Cuando los babilonios tomaron a Jerusalén, el capitán de la guardia, por orden del rey Nabucodonosor, trató benévolamente a Jeremías y le hizo un ofrecimiento muy generoso: Que fuera con él a Babilonia donde viviría tranquilamente, rodeado de seguridad y lleno de provisiones. Le prometió que él mismo se encargaría de que eso fuese así. Pero lo dejó a elección del profeta, quien podía optar también por quedarse en Jerusalén.

Ahora bien, quedarse en Judá junto a algunos pocos habitantes que los babilonios habían dejado allí representaba serias dificultades y peligros para Jeremías: tendría que vivir en escasez, en medio de una nación arrasada cuyas casas habían sido consumidas por el fuego; tendría que vivir en medio de una ciudad desprotegida, pues los muros de Jerusalén habían sido derribados, y estaría expuesto constantemente al peligro y a la calamidad. ¡Y esto último fue lo que decidió escoger Jeremías!

Esto contiene un gran ejemplo y enseñanza para todos nosotros. El instinto humano generalmente conduce a la mayoría hacia la evasión de la dificultad; le propone huir hacia donde pueda encontrar facilidades.

Pero en tiempos de crisis, ante la opción de recurrir a lo más placentero o a lo más doloroso, escoger la primera opción quizás no sea lo que Dios desee para nosotros. Imitemos el ejemplo de Jeremías llenándonos de fe, de valor y amor a Dios y a su pueblo.

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