«…yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado».
Apocalipsis 4:2.
I
Levanto en oda el verso
  para mirar arriba,
  detrás del velo blanco,
  el solio donde Cristo
  estableció su trono:
  visión que Juan apóstol,
  magíster de los cielos,
  describe con certeza
  a aquel que está sentado
  en gloria majestuosa
  de un reino sempiterno.
  Millares de ojos miran,
  angélicos y humanos,
  alrededor del trono
  a uno que semeja
  el jaspe y cornalina,
  un arco de esmeralda,
  y ancianos principales.
II
La escena sobrecoge,
  de gloria y sinfonía,
  la iglesia lo contempla
  en su magnificencia.
  El mar que está delante
  parece enorme vidrio
  de cristalina esfera.
  Y Cristo, rey de gloria,
  el que es tres veces Santo,
  el que era, y es, y viene,
  Señor de lo creado,
  revela sus sitiales,
  descubre su potencia.
  Su gloria permanece.
  Su trono es inmutable.
  ¡Honores y aleluyas
  reciba en alabanza
  por todas las edades!
 
 