Estudios sobre la vida cristiana.

El bautismo

La primera cosa que un cristiano hace luego de convertirse es dar testimonio público de su fe mediante el bautismo.

Entre nosotros, en nuestra civilización «occidental cristiana», el bautismo parece ser una cosa de menor importancia, porque es generalmente aceptado como un «ritual» religioso. Pero no sucedía lo mismo en tiempos del la primitiva iglesia, cuando el evangelio era perseguido por los judíos y por los romanos, ni tampoco sucede lo mismo hoy en día en naciones paganas o de otras religiones intolerantes como la musulmana, por ejemplo. Cuando un creyente se bautiza está rompiendo con todo lo que era su antigua vida, con el mundo y con todo su sistema, incluida su religión. Esto suele traer conflictos graves, que derivan, en algunos casos , hasta en la muerte.

El bautismo significa, en primer lugar, un testimonio ante el mundo. El bautismo señala nuestra salida, nuestra salvación del mundo. Marcos 16:16 dice: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado». La salvación de la que se habla aquí no es del infierno, sino del mundo. Debido a que el mundo está bajo condenación, es preciso ser salvos del mundo y su sistema.

La mera posición de un hombre en el mundo, le ubica entre los que están perdidos. El mundo está bajo el maligno, el mundo crucificó al Señor, por tanto, es enemigo de Dios. Por eso, necesitamos ser librados de nuestra relación con él y de nuestra posición en él.

Creer es el aspecto positivo, y ser bautizado es el aspecto negativo. Al creer, somos salvos de toda condenación; al ser bautizados, somos salvos del mundo, porque morimos a él. Cuando somos bautizados, todos reciben nuestro testimonio, y el mundo sabe que nos ha perdido.

El bautismo, en otro sentido, representa también nuestra muerte y nuestra resurrección. Romanos 6:3 declara la muerte y la sepultura del creyente: «¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?». Y Colosenses 2:12 pone el énfasis en la sepultura y la resurrección: «Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos».

Para que una persona pueda ser sepultada debe estar muerta, y para que una persona pueda resucitar debe también haber sido muerta y sepultada antes. La muerte del Señor en la cruz es inclusiva, es decir, nos incluyó a nosotros. De la misma manera ocurrió con su resurrección.

Dios nos puso en Cristo Jesús (1ª Cor. 1:30), para morir y para resucitar. Ya que Cristo murió, todos morimos; ya que Cristo resucitó, todos resucitamos. Esto es, los que creemos en él. Tenemos que aprender a ver las cosas desde el punto de vista de Dios. Para él, morimos, fuimos sepultados, y resucitamos juntamente con Cristo, para andar en una nueva vida. ¡Gloria al Señor!

Rompiendo con el pasado

Cuando nosotros nos convertimos, pasamos de muerte a vida. Sucedió una verdadera revolución en nuestra vida. Todas las cosas las comenzamos a ver de una manera distinta. Al saber –y sentir– que nuestros pecados habían sido perdonados, experimentamos un alivio en nuestro corazón. Vivíamos ahora en un nuevo mundo: en el mundo de las cosas eternas.

Sin embargo, la vida anterior nos había dejado una huella, y había amontonado sobre nosotros una gran carga de muerte. ¿Cómo podíamos –como pueden los que hoy están comenzando este Camino– desprendernos del pasado en el mundo?

En la Biblia no se presta atención a lo que una persona hizo antes de creer en el Señor. Toda la atención está centrada en lo que es preciso hacer después de recibir la salvación. Sin embargo, hay algunos ejemplos acerca de cómo proceder con las cosas del pasado.

Lo primero, debemos eliminar completamente todo lo relacionado con los ídolos. En 1ª Tesalonicenses 1:9 dice: «Os convertisteis de los ídolos al Dios vivo y verdadero». 1 Juan 5:21 dice: «Hijitos, guardaos de los ídolos». 2ª Corintios 6:16 dice: «¿Qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?». No debemos adorar ninguna imagen, porque eso es abominación al Señor. No debemos involucrarnos con la adivinación o los horóscopos. No tenemos nada que ver con los juegos de azar, ni con los objetos de magia. Todo ello pertenece al mundo y está bajo el maligno.

En Hechos 19:19 se nos cuenta que los nuevos convertidos de Efeso trajeron los libros de magia y los quemaron. Ellos rompieron radicalmente con el pasado. Ellos no vendieron los libros para ofrecer el dinero a la iglesia: ellos los quemaron. También hay que eliminar toda literatura esotérica y pornográfica, todo aquello que tiene que ver con las fuerzas demoníacas que están en el mundo.

De la misma manera, nuestra forma de vestir debe experimentar un cambio. Si se llevaba el vestido muy corto, se puede alargar; si era demasiado llamativo, se puede llevar uno más sobrio. Todo aquello que da cuenta de la antigua vida, y que es indecente o impropio de un hijo de Dios, debe ser quitado.

Asimismo, debemos pagar nuestras deudas. Parte del sistema del mundo hoy consiste en endeudarse. Muchas veces las deudas sobrepasan la real capacidad de pago de las personas. Un cristiano ha de terminar con esa costumbre.

Si antes de ser creyentes, obtuvimos algo por medios deshonestos, debemos compensar el daño de manera adecuada. Es verdad que ya hemos sido perdonados por el Señor, pero por causa de nuestro testimonio, debemos solucionar todos estos problemas delante de los hombres, para que el nombre del Señor sea santificado.

La separación del mundo

El cristiano ha sido llamado a salir del mundo. En la Biblia se presentan muchos mandamientos respecto de nuestra salida del mundo. Uno de los tipos más claros del Antiguo Testamento es el de la salida de Egipto.

En Exodo 12 se muestra cómo Dios salvó a los israelitas por medio del cordero pascual. La sangre del cordero puesta sobre el dintel y los postes de las casas les libró de perecer. Luego, el pueblo debía salir de Egipto. Ellos debían comer la carne apresuradamente, en actitud de marcha: ceñidos sus lomos, el calzado en los pies, y el bastón en la mano. Tan pronto como ellos habían sido salvados de la muerte por la sangre, debían salir de Egipto. Egipto representa el mundo. El bastón en la mano nos habla de salir y caminar. Desde el día que la sangre de Jesucristo nos redimió, nos convertimos en extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

La historia del éxodo de Israel de Egipto nos muestra cuán difícil fue para ellos salir de allí. Una y otra vez Faraón intentó retenerlos. Faraón representa a Satanás, quien no quiere que salgamos del mundo para seguir al Señor. Moisés, consciente de esta astucia, se negó a ofrecer sacrificios a Dios en Egipto. Él insistió ante Faraón para que los dejara salir. Si un hijo de Dios se conforma al mundo, terminará haciendo ladrillos para Faraón, y no gozará de la libertad de Dios.

¿En qué áreas debemos separarnos del mundo?

Nuestro corazón es el que primero necesita separarse del mundo. Si no ocurre así, es inútil hablarle al creyente de separación.

Ahora bien, el mundo tiene una idea muy clara acerca de qué cosas son impropias de un cristiano. Ellos podrán ser indulgentes con ellos mismos, pero no lo son respecto de los cristianos. Ellos le exigirán una cierta conducta, y si los cristianos no actúan en consecuencia, murmurarán, y será para ellos motivo de escándalo y de tropiezo. Por tanto, el cristiano ha de cuidar su testimonio delante del mundo, en todo aquello que puede ser reprochado.

Hay trabajos que un cristiano no podrá desempeñar, actividades que no podrá desarrollar, y sitios que no podrá visitar. Hay palabras que no podrá decir, y comentarios que no podrá realizar. Los cristianos deben abstenerse de todo lo que los gentiles consideran impropio, y aun de lo que los cristianos más débiles consideran impropio. Pudiera ser que por causa de una determinada conducta se afecte la conciencia del hermano, y se ponga con ello tropiezo al hermano.

Hay una forma de saber qué es del mundo y de qué cosas debemos apartarnos: todo aquello que apaga nuestra vida espiritual es del mundo. El mundo inhibe nuestro celo y apaga nuestra comunión con el Señor. Por eso, debemos apartarnos del mundo.

El mundo es el primer y gran enemigo de los cristianos. Si no conocemos quién es el que lo gobierna y qué peligro encierra para nosotros, tarde o temprano caeremos bajo su influjo mortal. La primera lección que hemos de aprender es que la salvación de Dios y la redención por la Sangre de Jesús no nos libra sólo de la condenación eterna, sino que hoy nos libra del mundo. Si tenemos esto claro desde el principio escaparemos de un lazo de muerte, y sabremos que nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos al Salvador, a nuestro Señor Jesucristo (Flp. 3:20).