La parte de la historia de la iglesia que no ha sido debidamente contada.

Michael Sattler

Otro hermano destacado entre los anabaptistas fue Michael Sattler. Su trágica carrera acabó en 1527, tras la conferencia de los hermanos en Beden, donde ayudó a redactar los siete puntos en común de la práctica anabaptista. No se trataba de un credo o confesión de fe vinculante, pues los hermanos creían que la iglesia está unida solamente en Cristo:

* Sólo deberían ser bautizados aquellos que han experimentado la obra regeneradora de Cristo.
* La expresión local de la iglesia es una compañía de gente regenerada, cuya vida diaria se vive de acuerdo con la fe que profesan. Su devoción está simbolizada en su participación conjunta en la cena del Señor, por medio de la cual recuerdan la obra redentora de Cristo.
* La disciplina debe ser ejercitada dentro de las iglesias, y la disciplina final es la excomunión.
* El pueblo de Dios debería vivir una vida de separación del pecado, del mundo, y del sometimiento a la carne, o cualquier cosa que pudiera comprometer su fe. Esto incluye una separación de los ritos de las facciones romana, luterana y zwingliana.
* Los oficios de una iglesia local deben ser apartados por la iglesia y es su responsabilidad la edificación de los creyentes por medio de la enseñanza de la Palabra de Dios.
* Los creyentes no deberían recurrir a la fuerza, sea en defensa propia o en una guerra ordenada por el estado.
* Los creyentes no debieran prestar ningún juramento, ni tampoco recurrir a la ley.

Parece increíble que estas ideas fuesen consideradas como heréticas entre los protestantes y suscitaran una cruel y amarga persecución. En 1527 Sattler fue arrestado en Rottenburgo y sentenciado a sufrir una muerte ‘ejemplar’ por sus captores católicos: «Michael Sattler será entregado al verdugo, el cual le cortará en la plaza primeramente la lengua, luego le atará a un carromato y allí con unas tenazas al rojo vivo le desgarrará el cuerpo dos veces, haciendo lo mismo yendo hacia el lugar de la ejecución durante cinco veces. En el lugar designado, quemarán su cuerpo hasta reducirlo a cenizas, por ser un archihereje». La sentencia fue cumplida fielmente, mientras que su esposa fue ahogada junto a otros hermanos.

La tragedia de Munster

Quizá el episodio que más contribuyó a desprestigiar la causa anabaptista fue la llamada «tragedia de Munster». Como se ha mencionado antes, durante el siglo XVI diferentes grupos de personas fueron llamadas anabaptistas. En medio de ellos existían algunos líderes exaltados, que propugnaban métodos violentos de acción, completamente opuestos a las enseñanzas pacíficas de los hermanos, y que, además, anunciaban el establecimiento inminente y material del reino de Dios en la tierra.

La difícil condición en que vivía las gente más pobre y la gran cantidad de abusos cometidos por los poderosos y los príncipes contra ellos, atrajeron a muchas de estas personas simples y crédulas hacia aquellos profetas exaltados. Por otro lado, algunos hermanos, que habían sufrido enormemente a manos de sus captores y perseguidores, fueron arrastrados tras sus promesas de justicia y vindicación. Así se preparó el escenario para la tragedia de Munster.

En 1537, dos de estos predicadores exaltados, Jan Mattys y John de Leyden, llegaron hasta la ciudad de Munster, proclamando que la Nueva Jerusalén sería establecida en ese lugar. Allí ya existía una congregación protestante que estaba bajo la conducción de Bernard Rothmann, un pastor amable y pacífico, que, sin embargo, cayó rápidamente bajo la influencia de los nuevos profetas. También hasta Munster, habían llegado además, muchos refugiados, pues el príncipe gobernante, Felipe, la había declarado una ciudad de refugio. Y entre ellos habían verdaderos creyentes y otros tantos descontentos y fanáticos.

En medio de esa multitud heterogénea, ejercieron su influencia ambos predicadores, exaltando los ánimos en contra de los magistrados de la ciudad, a quienes pronto depusieron, para colocar otros completamente controlados por Matthys. Desde allí se dedicaron a decretar leyes extremas bajo la influencia de algunas supuestas ‘inspiraciones proféticas’. Así, se ordenó limpiar la ciudad de incrédulos y bautizar a todos sus habitantes por la fuerza. Entretanto, el obispo de Munster había sitiado la ciudad con sus tropas.

Entonces, Matthys, creyendo ser guiado por una ‘revelación’, atacó súbitamente las tropas del obispo y resultó muerto. Lo sucedió Leyden, quien reforzó el control y el extremismo, obligando a todos a vivir en comunidad de bienes e instituyendo la poligamia. Tomó como esposa a la viuda de Matthys y, con la cual se hizo coronar como rey y reina de la ciudad. Sin embargo, y finalmente, las tropas del obispo quebraron la dura resistencia de los defensores y penetraron en la ciudad asesinando a todos sus oponentes. Leyden fue torturado y ejecutado en el mismo sitio donde se había coronado rey.

En verdad, los exaltados de Munster tenían muy poco que ver con los pacíficos hermanos representados por Hubmeyer, Manz, Grebel, Denck, Sattler y otros. No obstante, los acontecimientos que protagonizaron contribuyeron a crear, entre la gente de su tiempo, una imagen negativa de los hermanos anabaptistas, pues se creía que todos eran parte del mismo movimiento. Esto dio pie para que sus perseguidores aprovecharan el episodio, justificando todavía más la represión de los hermanos y aumentando la ‘propaganda’ en su contra.

Crecimiento y persecuciones

Los hermanos se esparcieron rápidamente por Europa, siempre perseguidos y obligados a huir de un lado a otro. A través de toda Austria se levantaron numerosas congregaciones, como también en Alemania, Holanda y Moravia. En el Tirol y Gorz, cientos de hermanos fueron quemados en la hoguera, decapitados o ahogados. En Salzburgo, donde una congregación completa de setenta personas, fue condenada a muerte, una joven creyente provocó un gran sentimiento de compasión entre la multitud reunida para presenciar la ejecución, debido a su juventud y belleza. Todos pidieron a gritos que fuera perdonada, sin embargo no se hizo excepción. Los ejecutores la colocaron bajo el peso de un inmenso abrevadero para caballos hasta que murió. Luego retiraron su cuerpo y lo arrojaron a las llamas. Así selló su heroico testimonio por Cristo.

Pero, ella fue sólo una más entre los miles de mártires anabaptistas. Entre tanto, muchos hermanos encontraron refugio en Moravia, donde fundaron varias comunidades en las que mantenían un régimen de comunidad de bienes, forma de vida que fue adoptada debido, en parte, a la gran cantidad de viudas y huérfanos que debían cuidar a causa de su elevado número de mártires; pero también, porque deseaban sinceramente seguir el ejemplo de la iglesia en Jerusalén, registrado en el libro de los Hechos.

Menno Simon

En consecuencia, el episodio de Munster exacerbó por todas partes la persecución contra los hermanos. Muchas congregaciones fueron acusadas, sin prueba alguna, de estar en complicidad con los líderes de Munster, y perseguidas con mayor violencia y crueldad aún. A tal punto que, en Alemania, Holanda y otros lugares, el movimiento casi se extinguió. Entonces surgió la figura de Menno Simon, quien ayudó a las menguadas y esparcidas congregaciones a reorganizarse y enfrentar la adversidad.

Menno, que viajó incansablemente, animando y fortaleciendo a los hermanos por todas partes, había sido previamente un sacerdote católico. Después de un tiempo de estudiar las Escrituras, asistió al heroico martirio de un creyente anabaptista llamado Sicke Snyder, quien fue decapitado por negar el bautismo de infantes. Quedó tan conmovido por su entereza y fe, que decidió unirse a la causa anabaptista.

Desde ese momento trabajó infatigablemente entre los hermanos. Y combatió ardientemente contra la errónea identificación de los hermanos con la «secta de Munster» En su autobiografía nos dice que, «Luego irrumpió la secta de Munster, con la que muchos corazones piadosos, también entre nosotros, fueron engañados. Mi alma estaba en una gran inquietud, porque notaba que eran celosos, pero doctrinalmente errados. Con mi pequeño don, a través de la predicación y la enseñanza, me opuse al error, tanto como pude…».

Y después, en otro escrito, «Nadie puede de verdad acusarme de concordar con la enseñanza de Munster; por el contrario, durante diecisiete años, hasta el día presente, me he opuesto y luchado en su contra, privada y públicamente, con la voz o la pluma. Nunca reconoceremos como hermanos y hermanas a aquellos que, como el pueblo de Munster, rehúsan la cruz de Cristo, desprecian la palabra de Dios y practican las pasiones terrenales».

Trabajó estableciendo y confortando a las iglesias en Holanda con tanto éxito que, en 1543 el Emperador lo declaró fuera de la ley y puso un precio a su cabeza. Obligado, dejó el país, y se las arregló para escapar de sus captores durante los próximos veinticinco años sin ser aprehendido, enseñando y ayudando a las iglesias. Finalmente se estableció en Fresenburg, donde continuó trabajando y escribiendo en defensa de las creencias anabaptistas hasta que algunos de sus escritos llegaron a manos de las autoridades de varios países. Esto ayudó a aliviar un poco la persecución y la animadversión contra los hermanos, quienes consiguieron algún grado de libertad de culto.

Menno Simon murió de muerte natural en 1559. No obstante, debido a su gran influencia entre los hermanos anabaptistas, las congregaciones en las que trabajó comenzaron a llamarse, posteriormente, ‘menonitas’, algo con lo que, probablemente, él mismo no hubiese estado de acuerdo.

Legado

El valiente testimonio de los hermanos anabaptistas dejó una herencia invaluable para los creyentes que vinieron después. A ellos se debe la recuperación de la verdad de la iglesia como constituida por asambleas formadas exclusivamente por creyentes regenerados, separadas del mundo e independientes del estado, participativas y abiertas a la comunión con todos los que son de Cristo, en la sencillez de la enseñanza del evangelio. Regaron la semilla de la libertad cristiana con la sangre de sus mártires. En siglos posteriores otros creyentes tomarían la bandera de la causa anabaptista y la llevarían más adelante, en las así llamadas iglesias ‘no conformistas’ e ‘independientes’.

Además, su determinado pacifismo se levantó en medio de la intolerancia y fanatismo de su tiempo, como un imperecedero testimonio de cuál puede y debe ser siempre el verdadero espíritu del evangelio, cualesquiera que sean los tiempos, las épocas y las circunstancias.

Por último, al enfatizar la necesidad de una vida de santificación práctica y real, ayudaron a equilibrar los excesos de la enseñanza de la «justificación por la fe» entre los protestantes, que en muchos casos tendía a hacer de esta el único elemento de la salvación, olvidando la regeneración y los frutos de santificación como parte de una vida verdaderamente salva.

Es difícil no ver en la amarga y cruel persecución que tiñó de sangre su historia, el odio y la hostilidad del príncipe de este mundo, que está determinado a estorbar el testimonio de Cristo en esta tierra; pero también, la persistente fidelidad de Dios, que siempre se ha reservado un testimonio fiel y ha conducido a su pueblo aún a través de las noches más largas y oscuras. Como está escrito: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida».