Os aseguro que los ángeles de Dios se regocijan por un pecador que se arrepiente”.

– Lucas 15:10.

No podemos llevar el Agua Viva a otro corazón sin ser regados nosotros mismos en el camino. No hay gozo más exquisito que el de llevar un alma a Cristo. Es como el éxtasis extraño e instintivo de una madre por su bebé recién nacido.

El otro día una preciosa amiga cruzó las puertas del Cielo pocos momentos después de que naciera su bebé, pero en la hora de su agonía su primera palabra fue: “¿Cómo está mi bebé?”. Fue el primer estremecimiento de ese extraño deleite que es el toque mismo del amor que el Espíritu Santo nos dará por las almas que nos permite ganar para Cristo. Es en verdad una maternidad espiritual, y tiene toda la alegría y todo el dolor del amor de una madre.

Amados, ¿conocéis el éxtasis de sentir la nueva vida de un espíritu inmortal recorriendo vuestras propias venas, cuando, arrodillados al lado de uno que acaba de nacer para no morir más, lo depositáis, como un bebé recién nacido, en el seno de vuestro Salvador?

Puedes gustar esta alegría, y todo cristiano debería conocerla centuplicada. Es el gozo de los ángeles, que hace sonar todas las arpas del cielo, y seguramente sería extraño que no fuera el mayor gozo de los santos redimidos.

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