En dos partes de Gálatas aparece la frase «la verdad del evangelio», ambas en el capítulo 2. He aquí: «A los cuales («falsos hermanos introducidos a escondidas») ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con nosotros» (2:5). «Pero cuando vi que no andaban conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos…» (2:14).

La epístola a los Gálatas es una epístola confrontacional, una reacción vehemente del Espíritu hacia una forma pervertida del evangelio (1:7). El imperativo del apóstol es afirmar la verdad del evangelio, ese evangelio que no aprendió de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (1:12).

En los días actuales, en que los judaizantes no parecen ser una amenaza a la fe, nos resulta difícil comprender el celo de Pablo. De hecho, nos parecerá una exageración, a menos que veamos que la doctrina de los judaizantes está presente hoy también, aunque menos abiertamente. Al igual que ayer, hoy «la verdad del evangelio» también está siendo atacada, y no por enemigos externos, sino por nosotros mismos, que sutilmente nos hemos deslizado hacia el espíritu de los judaizantes. No hacia las obras de la ley de Moisés necesariamente, pero sí hacia las obras de la carne, una expresión gentílica de aquello.

Los gálatas habían llegado a la conclusión de que ellos debían perfeccionarse por sus medios. Ya habían recibido la gracia de Dios para ser salvos, ahora debían «guardar los días, los meses, los tiempos y los años» (4:10). También hoy se piensa que la doctrina de la gracia es solo para el comienzo de la vida cristiana, y no para toda la vida cristiana. Incluso se mira con desdén cuando alguien enfatiza esta enseñanza, como si fuera solo para los «nuevos», y que después ya no se necesitase más. El peligro radica en que aquellos que la dan por sabida, tal vez sean los que menos la entienden y la viven. En el intento de avanzar hacia las profundidades y misterios de la fe, descuidan el «ABC» de ella.

Hay varios hechos de la epístola que dan cuenta de la gravedad del asunto. Una es la reprensión que Pablo hace a Pedro, que debió de ser terrible en su momento. Otra, la fuerte apelación de «gálatas insensatos» (3:1), «necios» (3:3), el temor de Pablo de que toda su obra entre ellos haya sido en vano (4:11). También la amarga conclusión de la epístola: «De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús» (6:17).

Todo esto debe hacernos reflexionar seriamente acerca de la situación en que hoy nos encontramos. Examinemos nuestros caminos, porque tal vez más de algún rasgo de legalismo está enquistado disimuladamente en ellos, y que nos puede causar más de algún dolor en el futuro.

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