Al leer atentamente Gálatas podemos advertir el interés de Pablo en llevarnos al Espíritu. Aunque en esta epístola se habla de la ley, de la esclavitud y otras cosas aparentemente alejadas de él, está presente de muchas maneras el Espíritu Santo.

Los cristianos de Galacia se habían extraviado de la fe original, para mezclarla con las obras de la ley. Esto les había puesto en una posición de gran peligro, por lo cual Pablo reacciona con extraordinaria fuerza. Lo que en ellos había comenzado por el Espíritu, estaba queriendo acabar por la carne (3:3).

Entonces Pablo les hace un recordatorio de Abraham, de cómo fue justificado por la fe y de cómo la bendición de Abraham para nosotros los gentiles es el Espíritu Santo (3:14). El hecho de que hayamos recibido el Espíritu atestigua que somos hijos y no esclavos (4:6). De ahí que en esta epístola se hable tanto del Espíritu.

La recepción del Espíritu está mencionada en 3:2. La suministración del Espíritu en 3:5. El andar en el Espíritu en 5:16 y 25. El fruto del Espíritu, en 5:22-23. El sembrar para el Espíritu, en 6:8. Estas diversas menciones encierran probablemente todas las experiencias del cristiano con el Espíritu. Incluso el orden en que ellas aparecen es muy adecuado.

La recepción se refiere a la primera vez que el Espíritu viene a nosotros. El suministro es la provisión permanente y continua. Luego está el andar, que es el vivir de cada día sujetos al Espíritu. Después tenemos el fruto, pues el Espíritu es como un árbol que tiene frutos preciosos, toda la multifacética expresión del carácter de Cristo. No se trata del resultado de nuestro permanecer, fidelidad, o trabajo, sino que es el fruto del Espíritu. Por último, el sembrar para el Espíritu es una exhortación para invertir bien nuestro tiempo y fuerzas espirituales.

El Espíritu Santo puede operar solo cuando estamos en la fe y en la gracia. La ley es enemiga del Espíritu, porque ella«da hijos para esclavitud» (4:24). El Espíritu no viene sobre los esclavos, sino sobre los hijos. «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!» (Rom. 8:15).

La situación de los gálatas era en extremo desfavorable, pues estaban viviendo al margen del Espíritu, apoyándose en sus propias fuerzas e intentando cumplir la ley. ¿Habrá una desgracia mayor? Pero esta desgracia no es solo de ellos; también puede ser la nuestra si es que también estamos siguiendo «un evangelio diferente», apoyado en la solvencia del hombre, en las obras de la ley o en los méritos de la carne, que hacen nula la gracia de Dios.

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