¿Esperaremos una era de paz gracias al desarrollo de nuestra civilización?

El hombre siempre ha soñado con una época feliz, donde reine la paz y la justicia. Conocido es el discurso de don Quijote sobre «la edad de oro», en que añora la edad pasada, porque en ella las gentes ignoraban las palabras tuyo y mío y tenían todas las cosas en común.

Tomás Moro (1478-1535), en su  libro Utopía, sueña con una sociedad en que los intereses personales desaparecen en pro de los intereses colectivos, una sociedad en que hay tolerancia, paz y buena voluntad.

El comunismo ha imaginado también su propia utopía. Basándose en algunos postulados de Platón, y en las formas de vida de los primeros cristianos, ha propuesto la instauración, por la fuerza de la revolución, de una sociedad igualitaria. Tras casi un siglo de la implantación del primer sistema político comunista, en Rusia, sus postulados fracasaron definitivamente en 1991, con la desaparición de la Unión Soviética.

Todas estas son, como bien lo dice Tomás Moro, utopías.

La palabra utopía significa «lugar que no existe». El hermoso discurso de Cervantes, puesto en boca de don Quijote, no señala a ninguna época en particular, porque ella jamás existió. La obra de Tomás Moro describe las condiciones de vida en una isla ideal que tampoco ha existido. El comunismo no ha logrado tampoco construir, en ningún lugar del mundo, su «paraíso terrenal».

Sin embargo, en el día presente, la humanidad parece estar soñando este mismo sueño otra vez. Ahora no es un sueño atribuido a un personaje literario, ni es la imaginación de un pensador idealista. Tampoco es la propuesta de alguna ideología política. Es el sueño provocado por el desarrollo económico, por la ciencia y la cibernética, en los albores del tercer milenio.

Un mundo perfecto

El periodista Samuel Silva, en la revista «El Sábado» (El Mercurio, 31/12/1999, p.17) hace una descripción, en tono exultante, de lo que él piensa que será la vida en los próximos 10 ó 20 años. Habrá, dice, entre otras cosas:

«Autos que se manejan solos, implantes para curar la ceguera, chips microscópicos viajando en el flujo sanguíneo para detectar los primeros signos de una enfermedad, ropa que cambia de color obedeciendo una orden verbal. ¡Y con las máquinas que reconocen iris y huellas digitales ya no van a ser necesarias las claves secretas! (…) Con Internet en todas partes, vamos a estar conectados todos con todos en todo momento. Los cerebros de los computadores van a seguir creciendo y creciendo cada vez más rápido (…) De repente, sin darnos cuenta, las máquinas van a estar participando en el gobierno y manejando la plata de las AFP. Cuando las máquinas gobiernan y producen y mueven la plata y además están todas conectadas entre ellas y con nosotros, ¿qué pasa? ¿Qué es esta red que no duerme nunca y que es cada vez más todopoderosa y más omnipresente y lo controla todo y lo sabe todo? Yo lo encuentro alucinante» -continúa Silva- «Los grandes temas políticos del siglo que se inicia van a tener que ver con las relaciones entre máquinas y hombres, cómo ponerles límites, si acaso tiene sentido ponerles límites. Y poco a poco, la gente se va a empezar a preguntar qué significa realmente ser humano. Lo más increíble es que esto no lo para nadie …».

Hemos transcrito largamente este artículo, porque refleja muy bien la nueva utopía del tercer milenio. Las máquinas inteligentes, que reemplazan al hombre, y que adquieren caracteres divinos: todopoderosas, omnipresentes y omnisapientes. Y la convicción de que nada puede interferir este camino.

El desarrollo científico no es un mal en sí mismo. La mejora en las condiciones de vida no es moralmente controvertible. El problema no radica ahí. El problema está en la confianza superlativa en el hombre y en la omisión de Dios. El hombre, al imaginar un mundo perfecto, no tiene en cuenta a Dios. El dios allí es la máquina, la máquina al servicio del hombre; pero ante la cual el hombre se postra.

El problema está también en el desconocimiento de la corrupción del hombre, y de los graves males que aquejan a esta sociedad. La sociedad, tan atractiva por fuera, está siendo socavada en sus bases.

Semillas de destrucción

Muchas semillas de destrucción se están sembrando hoy en el mundo. El pecado de los hombres y de las naciones no puede cometerse impunemente. Como G. Campbell Morgan, un autor cristiano, ha dicho: «Dios ha creado un universo moral, y el hombre tiene que llegar a los resultados inevitables de las cosas que escoge».

Tal como ocurrió en Estados Unidos en el siglo XIX, ocurrirá con el mundo en breve. Esa nación infringió las leyes de Dios por décadas cuando decidió someter a millones de sus semejantes negros a una ignominiosa esclavitud. La esclavitud en ese país sembró muerte, lágrimas e injusticia a tal grado, que no tardó en cosecharse abundantemente el juicio de Dios. Como consecuencia de ello, más de medio millón de norteamericanos murieron en la Guerra de Secesión.

Las heridas de esa guerra aún no han cicatrizado totalmente. Es más, la sangre y los rasgos de los esclavos, aborrecidos en su época, ha llegado a formar parte de la sangre y de los rasgos de millones de ciudadanos de ese país.

Hoy día las cosas no han cambiado. La esclavitud ha sido reemplazada por otros males peores. Unos cincuenta millones de bebés han sido asesinados desde 1973 sólo en Estados Unidos, año en que se legalizó el aborto. En Chile, donde el aborto es ilegal, ascienden a 160 mil al año. ¿Cuántos más se podrían sumar en el resto del mundo? Esos niños no tienen voz para hacerla oír delante de los hombres, pero sí la hacen oír delante de Dios.

Desde el año 1956, en que un cantante norteamericano dio sus primeros gritos de rock con movimientos frenéticos de sus caderas, se ha desatado la mayor locura de inmundicia y de corrupción en la juventud en el mundo entero, alentada por hombres inescrupulosos, que se lucran con ello. Como consecuencia, millones de jóvenes se han sumido en el libertinaje, las drogas y la pornografía. Ese tipo de música ha derribado los diques de la moral cristiana. La «nueva moral», que ha reemplazado a aquélla, está llegando a extremos abismantes. ¿Cuántos ambientes de este mundo están mostrando los mismos signos del mundo antediluviano, caracterizado por la maldad, la corrupción y la violencia? ¿Cuántos ambientes están pareciéndose más y más a la antigua Sodoma, caracterizada por la homosexualidad y la idolatría? Y no sólo eso. No es sólo la conducta homosexual la que está invadiendo el mundo, sino, peor aún, el bestialismo y la corrupción de menores.

¿Sobre esta sociedad perversa –cuyos muchos ribetes tenebrosos no podemos aquí desarrollar– se podrá levantar una sociedad perfecta? Esta es una sociedad que le ha vuelto la espalda a Dios, que ha hecho caso omiso de sus leyes y que se ha burlado de su Palabra. ¿Podrá esperar días buenos?

Sin embargo, el tercer milenio se plantea como una oportunidad ideal para establecer un paraíso en la tierra. Todas las condiciones, aparentemente, están dadas. Se espera que la globalización supere las profundas divisiones entre países ricos y pobres, que los grandes pactos comerciales traigan bienestar a todos, y que los gobiernos puedan establecer la paz y la justicia. Los derechos del hombre serán defendidos y resguardados. Habrá abundancia de pan y también de circo. El «show» está asegurado. El espectáculo puede continuar. La televisión por cable y satelital tienen su gran negocio. Los hombres tendrán lo que quieran, con sólo mover un dedo.

Los profetas de paz

En este contexto, los profetas de paz proliferan hoy. Los grandes líderes religiosos de nuestro tiempo están anunciando un tercer milenio lleno de prosperidad. Se ha abonado el terreno quitando los terrores del infierno (que «no existe»*), y sosteniendo que los hombres pueden crear, gracias a su buena voluntad, una sociedad justa y armónica. En muchos ambientes cristianos se ha recibido el nuevo siglo y el nuevo milenio con actitud optimista hacia el hombre y el mundo. Sin embargo, los profetas de paz que hacen oír su voz hoy en el mundo no dicen verdad. ¿Puede construirse un mundo perfecto al margen de Dios y de todo principio moral?

Todavía se oyen las palabras de Dios por medio de Jeremías: «Desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan las heridas de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz» (Jer. 6:13-14). El Señor todavía está contra los profetas que endulzan sus lenguas para profetizar lisonjas (Jer. 23:31-32). El Señor todavía dice: «Si no os arrepentís, todos pereceréis igual-mente» (Lc. 13:3). Contrariamente a lo que parece, este mundo va definitivamente mal. Las palabras del Señor a Israel en tiempos de Isaías bien pueden servir de diagnóstico al mundo de hoy: «Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosas sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga» (Isaías 1:6). ¡Y aún así no quiere volverse a Dios para ser sanado!

Hay profetas que halagan al mundo de hoy, porque se han convertido en parte de él. En los días del rey Acab había decenas de profetas que siempre profetizaban bien al rey, y el rey se agradaba de oírles. Sin embargo, Micaías le habló verdad y tuvo que decirle que moriría en la guerra que pensaba emprender. Acab no quiso oír a Micaías; antes bien, lo hizo encarcelar, con un régimen de «pan de angustia y agua de aflicción». Acab murió en esa guerra (1 Reyes 22).

Pablo, en el Nuevo Testamento, dice que en los postreros días, cuando los hombres digan «paz y seguridad» vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán (1ª Tes. 5:3).

El Señor Jesús, cuando habló de su venida, dio dos indicios importantes que describen el tiempo en que ella se produciría. Ellos son la referencia a Noé, y a Lot. Los tiempos de su venida serían semejantes a los de Noé y también a los de Lot. Notemos que los contemporáneos de ambos personajes fueron objeto de juicios terribles de parte de Dios. Lo cual implica que, de repetirse esos mismos signos, se repetirán sus efectos.

¡Creemos firmemente que esos signos se están manifestando por todo este planeta en forma creciente! ¡Estamos lejos de un mundo perfecto! ¡En las manos del hombre no podrá prosperar la paz, porque el corazón del hombre está inclinado de continuo al mal! Mientras habla de paz se prepara para la guerra.

¿Por qué nuestro mensaje no es halagador ni optimista? Porque el hombre está definitivamente mal, y no tendrá opción de cambio en tanto no se vuelva a Dios de todo corazón

¿Tenemos esperanza de que esto ocurra? No tenemos la esperanza de un vuelco de toda la humanidad hacia Dios, pero sí esperamos que los que tienen oídos para oír, oigan lo que el Señor está hablando, y escapen a tiempo de la ira de Dios. Sólo quienes se refugian en Cristo, hallan perfecto amparo.

* Quienes afirman que el infierno no existe, contradicen abiertamente la Biblia, y al propio Señor Jesucristo, quien lo enseñó claramente (Mt. 5:30; 25:41 y Jn. 5:29).