No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”.

– Sal. 91:10.

En 1999 un gigantesco deslave destruyó, casi en su totalidad, un estado otrora paradisíaco y densamente poblado de Venezuela. Casas, automóviles, personas y pueblos desaparecieron por completo.

Una escena de esa tragedia aún se mantiene muy viva en mí: atrapada en medio de una estrepitosa corriente de lodo y muerte, estaba una niña de unos diez años de edad. A través de la televisión vimos cómo un hombre, arriesgando su propia vida, decidió descender hasta donde ella estaba, a punto de morir, para rescatarla.

Aquel frágil cuerpecito parecía ser, en lo más profundo de mi alma, una de mis dos hijas. Mientras el hombre se acercaba a ella, todo el país sufría mirando la escena. Pero nadie podía hacer nada; solo aquel hombre. Hubiésemos hecho cualquier cosa para ayudar; pero en ese preciso momento, no podíamos hacer nada. Solo orar y confiar en las manos de aquel hombre. ¡Cómo queríamos haber estado allí!

Al leer las palabras “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”, mis ojos se llenan de lágrimas mientras agradezco a Dios por Su promesa tan alentadora acerca de que Él cuidará a las personas que amo, a los que están bajo mi responsabilidad y cuidados, cuando yo mismo no pueda hacerlo.

Muchas veces deseamos proteger o ayudar a un miembro de nuestra familia pero nos es imposible; entonces debemos recordar la promesa de protección que sobre nuestra casa ha hecho el Señor. Recuerde: cuando no pueda proteger a los suyos, unas manos más poderosas siempre lo harán por usted. Su casa nunca quedará desamparada; aquel Fiel Vigilante que murió en la cruz la cuidará en todo momento por usted.

547