El suceso más extraordinario, a las puertas de su manifestación.

En los cruciales días que vivimos, muchos esperan que algo extraordinario ocurra. «Tal vez el fin del mundo», dicen unos; «tal vez el advenimiento de una era de paz», dicen otros.

Diversas teorías se han dado y se siguen dando, pero la Biblia abunda en profecías que permiten concluir que estamos ‘ad portas’ de la venida del Señor Jesucristo para arrebatar a su iglesia.

Este suceso, anunciado por el mismo Señor, y también por el apóstol Pablo, está prefigurado hermosamente en el Antiguo Testamento, mediante tres personajes: Enoc, Isaac y Lot. Veamos cómo ellos nos muestran diferentes aspectos de este acontecimiento.

Enoc

En Génesis capítulo 5 se hace una relación de los primeros descendientes de Adán. De todos ellos se dice que «vivieron» y «murieron». Sin embargo, del séptimo nombre mencionado, se dice: «Y caminó Enoc con Dios … y desapareció, porque le llevó Dios» (v. 22, 24). Al llegar al séptimo hombre, la muerte cede y da paso a la traslación. Y tres generaciones después de Enoc vino el juicio de Dios por medio del diluvio.

Por esa época, los hijos de Caín habían formado una avanzada civilización, procurando embellecer un mundo que estaba bajo el estigma del pecado. Pero Enoc había descubierto otro mundo mejor en el que deleitarse. Su fe no le fue dada para mejorar el mundo, sino a fin de capacitarle para andar con Dios.

¿Qué significa «andar con Dios»? Significa separación, abnegación, santidad y pureza; significa conocerle de verdad, y muchas veces implica ejecutar acciones que pugnan con las opiniones del resto de los hombres.

Así también, los cristianos son seres extraños en una generación que se ha olvidado de Dios, y que se esmera vanamente en hacer de este mundo un paraíso.

Estos cristianos serán librados del mal venidero. Enoc no fue obligado a permanecer en el mundo hasta que la iniquidad de esa generación llegara a su colmo y vinieran los juicios de Dios. Fue arrebatado antes de que el diluvio arrasara con todo ser viviente. Es, por tanto, un hermoso tipo de aquellos que no dormirán, sino que serán «transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos» (1ª Cor. 15:51-52). La esperanza de Enoc era el traslado y no la muerte, ni el juicio. Nosotros hoy esperamos al Hijo de Dios venir desde los cielos (1 Tes.1:10); no al Anticristo ni la Gran Tribulación.

Isaac y Rebeca

En Génesis cap. 24 se cuenta la historia de Isaac y Rebeca. Esta historia nos muestra detalles preciosos de lo que será el encuentro de Cristo y la iglesia en el rapto. Abraham, padre de Isaac, envía a su criado a buscar una esposa para su hijo en la lejana tierra donde vive su parentela. Éste la trae ricamente ataviada para su marido. Luego de atravesar todo el gran desierto, llega al campo donde vive el novio. Éste ha salido al campo a pasear y allí la recibe. Luego, la lleva a su tienda, y allí la ama.

Tal como el criado, el Espíritu Santo ha sido enviado para preparar una esposa para Cristo. Para ese fin, Él la ha ataviado con ricas vestiduras y dones, y la trae por el desierto del mundo hasta el encuentro con su Amado. El encuentro no se produce en el desierto ni en las tiendas de Isaac, sino en el campo, es decir, en un lugar intermedio. ¿Dónde se reunirán Cristo y la iglesia en el rapto? No en la tierra (donde ella ha habitado) ni en el cielo (morada de Cristo) sino en «el aire»: «Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos (los resucitados) en la nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1ª Tes. 4:17). ¡Todo está perfectamente determinado!

Lot

Este era un hombre justo que vivía en Sodoma, la ciudad más perversa del mundo. Lot se sentía realmente abrumado por la vida lasciva y depravada que ellos llevaban. Hasta que un día Dios decidió destruir la ciudad por medio del fuego. A fin de librar a Lot, envió a dos ángeles para que le sacaran de la ciudad, junto a su familia.

Cuando Lot habló a sus yernos acerca del juicio que venía, a ellos les pareció «como que se burlaba», y no hicieron caso. El rostro de Lot reflejaba la urgencia y la veracidad de sus palabras, pero no fue creído. Les contó, sin duda, acerca de los ángeles que habían venido a salvarles del juicio, pero no fue oído, y ellos perecieron.

La dureza e incredulidad de los impíos es tal que tampoco se persuadirían aunque alguno se levantase de los muertos para testificarles (Lc. 16:31).

En tanto, la esposa de Lot, mientras huían del juicio de Dios, «miró atrás, a espaldas de él (Lot), y se volvió estatua de sal» (Gén.19:26). El Señor Jesús toma el caso de esta mujer, diciendo: «En aquel día (del arrebatamiento), el que esté en la azotea, y sus bienes en casa, no descienda a tomarlos; y el que en el campo, asimismo no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. El que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará» (Lc. 17:31-33). El Señor nos señala el caso de la mujer de Lot para que no apeguemos el corazón a los bienes, sino al Señor, que es nuestro tesoro que está en los cielos.

Algunos dicen que todos los cristianos serán arrebatados. Sin embargo, el ejemplo de la mujer de Lot nos muestra que no será así. Este mismo pasaje continúa: «Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será tomada, y la otra dejada» (Lc. 17:34-36).

Los yernos y la mujer de Lot son una solemne advertencia para los hijos de Dios que se han llenado de incredulidad y de los afanes de esta vida. Por eso el Señor advierte: «Mirad por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de la vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día» (Lc. 21:34-36).

Es preciso caminar con Dios, como hizo Enoc, y afligir cada día el alma justa como hacía Lot. Es preciso huir de la incredulidad de los yernos de Lot, y de la mundanalidad de la mujer de Lot. Es necesario esperar anhelantes la venida del Hijo de Dios, para tener la dicha, como Rebeca, de ir a encontrarle  «en el campo».