Según W. Hendriksen, la declaración que comienza en Efesios 1:3 y termina en 1:14, «avanza rodando como una bola de nieve por una pendiente, creciendo en volumen a medida que desciende. Sus 202 palabras y los abundantes calificativos que ellas forman, ordenados como tejas en un techo o como peldaños en una escalera, son como encabritados corceles que, al ser liberados, se lanzan a impetuosa velocidad».

Estos doce versículos nos muestran la preciosa obra que el Padre, el Hijo y el Espíritu han hecho a favor del creyente. Allí se nos dice que el Padre nos bendijo en Cristo en los lugares celestiales, que nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, que nos predestinó para la filiación como hijos suyos por medio de Jesucristo, y que nos hizo aceptos en Cristo (v. 3-6). Todo esto, antes de que nosotros tuviéramos la más mínima conciencia de lo que Dios estaba haciendo por nosotros.

Y todo esto es «en Cristo». Esta pequeña frase aparece más de cien veces en los escritos de Pablo; solo en este párrafo aparece once veces. Nada se nos ha concedido fuera de Cristo, porque la voluntad del Padre es concentrar todo en él, para que en todo tenga la preeminencia.

En esta «escalera de muchos peldaños», tenemos también la obra del Hijo de Dios. En Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. La redención es la liberación como resultado de un rescate; el perdón, en tanto, es obtenido por la redención. Redención y perdón van juntos, tal como en la expiación de Levítico 16. Allí, un macho cabrío representa la redención, y el otro, el perdón. Uno muere, y el otro, vivo, se lleva los pecados al desierto.

En Cristo también se nos dio sabiduría e inteligencia espiritual para conocer el misterio de la voluntad de Dios. Sin sabiduría e inteligencia espiritual no podemos comprender nada proveniente de Dios.

¿Cuál es el misterio de la voluntad de Dios? Reunir todas las cosas en Cristo, o, como traduce Hendriksen, reunir «todas las cosas bajo una cabeza en Cristo». Literalmente, esto significa, como lo explica este mismo autor: «Todas las cosas, las cosas del cielo, en la tierra, sobre nosotros, alrededor nuestro, dentro de nosotros, debajo de nosotros, todo lo material, han sido colocadas ahora bajo el dominio de Cristo». En Cristo también tenemos herencia; es decir, él mismo es nuestra herencia, la tierra preciosa en la cual nos cayeron las cuerdas. De modo que podemos decir con el salmista: «Es hermosa la heredad que nos ha tocado» (16:6).

¿Y qué tenemos del Espíritu Santo? Tenemos el sello, que es la garantía de posesión, aval de seguridad, certificado de autenticidad, y el adelanto de la herencia completa. Así, como alguien ha dicho, el Padre planea (v. 3-5), el Hijo ejecuta (v. 6-12), y el Espíritu aplica lo anterior en el corazón de los creyentes (v. 13-14). ¡Maravillosa conjunción de favores!

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