El segundo mueble del tabernáculo descrito en Éxodo 25 es la mesa de los panes de la proposición. Como hemos dicho, la secuencia es importante cuando se describen los muebles del tabernáculo. Primero está el arca en el Lugar Santísimo, porque representa a Cristo; luego, avanzando hacia fuera, en el Lugar Santo, hay dos, uno del lado norte (la mesa) y el otro del sur (el candelero).

La mesa, pues, está en segundo lugar. Era hecha de madera de acacia, recubierta de oro. Tenía una cornisa de oro, una moldura de oro, cuatro anillos, uno en cada esquina, y varas para transportarla. Sobre la mesa debían ponerse semanalmente doce panes, uno por cada tribu.

Estos panes de la proposición representan al pueblo de Dios, y la mesa nos habla de comunión (Apoc. 3:20). Ella es la expresión de la comunión en el pueblo de Dios. Los panes pasan por un proceso antes de llegar a ser tales. Hay trigo molido, amasado y cocido. De la misma manera, el pueblo de Dios no es el conjunto de granos, es decir, no son individuos, sino hombres y mujeres cuyo ego ha sido molido hasta el polvo, para llegar a ser uno.

El fuego del horno es parte importante del proceso. Sometido a altas temperaturas, el pan llega a estar en condiciones de ser comido. ¿Cómo podría el Hijo de Dios comer un pan crudo, o una «torta no volteada» (Oseas 7:8), es decir, cocida por un lado pero cruda por el otro? En la mesa del Señor, en la comunión con Cristo, hay panes debidamente amasados y cocidos.

Hay cuatro cosas que caracterizaban la vida de la iglesia en Jerusalén, en tiempos de los apóstoles: «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hechos 2:42). Estas cuatro cosas guardan estrecha relación con los principales muebles del tabernáculo, siendo el primero de ellos el arca,«la doctrina de los apóstoles», es decir, Cristo. La segunda de estas cosas, «la comunión unos con otros», es la mesa de los panes de la proposición.

Debemos tener qué ofrecerle al Señor cuando él viene a tener comunión con nosotros. Así como nosotros comemos del Pan vivo que descendió del cielo (pues él se dio a nosotros), él también come de nosotros, y entonces hemos de estar convenientemente amasados, es decir, habiendo perdido nuestra individualidad, y horneados, es decir, juzgados y despojados de nuestra condición natural. Nada de lo viejo debe quedar en nosotros. Debemos llegar a ser agradables al Señor, en quienes él pueda hallar contentamiento, porque él es el Hijo sobre su casa (Heb. 3:6). ¿Podemos ofrecer al Señor una comunión íntima en una mesa limpia, bien provista de panes horneados, de la mejor harina?

La mesa también tiene que ver con la comunión unos con otros. Si tenemos comunión con Cristo, entonces es posible la comunión verdadera con otros hijos de Dios. «Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros»(1 Juan 1:7).

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