El propiciatorio era la cubierta de oro que cubría el arca. A diferencia de otros muebles, el propiciatorio no era de madera recubierta con oro, sino de oro puro. Esto nos indica de que no hay nada de humanidad en aquello que el propiciatorio representa. Aquí está el testimonio de la obra de Dios en Cristo, hecha a favor del hombre para reconciliarlo con Dios. En la obra de redención, no hay participación del hombre, excepto para recibirla, como destinatario y beneficiario de ella.

Si el arca hubiese estado sin propiciatorio, habría sido perfecta para Dios, pero terrible para nosotros. El propiciatorio es la provisión de Dios, su gracia y su misericordia para el hombre. La palabra «propiciatorio» tiene que ver con «propiciar», que es estar a favor de algo o alguien; el propiciatorio está enteramente a favor del hombre. El propiciatorio cubría totalmente el arca, lo cual significa que su contenido es suficiente para Dios y para nosotros.

El arca es también el trono de Dios en medio de su pueblo, pues a través de ella Dios gobierna. Y el gobierno de Dios muchas veces implica juicio. Sin embargo, este trono de gobierno (y de juicio) tiene su cubierta permanentemente untada con sangre. Es la sangre de la expiación, por la cual la justicia de Dios es satisfecha, y los hombres son absueltos y declarados justos.

Esto era lo que declaraba cada víctima sacrificada, cuya sangre era puesta allí una vez al año por el sumo sacerdote. Pero sobre todo, ella anunciaba la sangre más preciosa, sin mancha, que el Cordero de Dios habría de derramar en la cruz del Calvario, no ya para cubrir nuestros pecados, sino para quitarlos de una vez y para siempre. Porque ciertamente, aquella sangre tipológica solo cubría temporalmente la multitud de pecados, pero la sangre de Cristo, los quitó todos, aquellos del Antiguo Pacto, y los actuales, bajo el Nuevo (Heb. 9:15).

La expresión de Pablo en Romanos nos sugiere claramente la preciosa obra de la sangre de Cristo en el propiciatorio, no del tabernáculo terrenal, sino en el celestial: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre…» (Rom. 3:24-25). También lo dice Hebreos: «Porque si la sangre de los toros y los machos cabríos y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» (9:13-14).

Juan, en las postrimerías de la era apostólica, nos recuerda esto mismo al decir: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2:1-2). Cristo no es solo la verdadera arca, sino también el verdadero propiciatorio, provisión constante y preciosa para todo creyente.

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