En la magistral exposición de Romanos, la gracia aparece mencionada en varias ocasiones. Una vez en el capítulo 3, dos en el capítulo 4, seis en el capítulo 5, y tres en el capítulo 6. Si pudiésemos trazar una línea entre el antes y el después de la salvación, y observásemos cuándo necesitamos más de la gracia, nos llevaremos una sorpresa al constatar que no es antes, sino después cuando más la necesitamos. Es por eso que las menciones de la palabra aumentan hacia el capítulo 5 y 6.

Antes la necesitamos, sin duda, porque en la abundancia de nuestro pecado, sobreabundó la gracia de Dios para salvarnos. Cuando llegamos al Señor, éramos insolventes, miserables, y la gracia nos favoreció sin pedirnos nada a cambio. Todo eso es la maravillosa gracia de Dios antes de la salvación.

Pero es asombroso descubrir que la gracia es aún más abundante después de ser salvos. Romanos nos dice que «por la fe tenemos entrada a esta gracia en la cual estamos firmes» (5:2). Es decir, hoy, siendo ya salvos, estamos en la gracia, y por ella estamos firmes. El objetivo de la gracia para nosotros ahora, en nuestra presente condición, es que ella«reine por la justicia» (5:21), de este modo, los que la reciben abundantemente «reinarán en vida» (5:17).

Esto debe convencernos de que, si hemos de vivir una vida cristiana normal, el propósito de Dios es que dependamos más de la gracia de Dios que de nosotros mismos. Claro, dicho esto así, parece una perogrullada; pero no lo es. Si hiciésemos un recuento de las cosas que hacemos cada día sin depender de la gracia de Dios, quedaríamos espantados. Nos daríamos cuenta que la gracia es un mero slogan, una bella doctrina para los días de reunión; que hacemos casi todas las cosas por nuestras fuerza, astucia y capacidad, y no por los recursos divinos.

El ejemplo de Cristo dependiendo del Padre para cada cosa, como nos lo muestra el evangelio de Juan, nos parece casi increíble. ¿Cómo una persona como él podía ser tan «inútil» en sí mismo? ¿Cómo no podía tomar sus propias decisiones, y echar mano a sus propios recursos? ¿Cómo no iba a poder hablar, enseñar, hacer cosas sin consultar al Padre por cada una de ellas?

Esa dependencia del Señor en todo, es la actitud que Pablo espera de nosotros, cuando nos habla en forma tan recurrente de la gracia de Dios. Depender de Dios es depender de la gracia de Dios, es decir, de sus recursos, instrucciones, voluntad y palabra. El hacerlo así, nos pondría en una expectante situación de ver milagros cada día, vivir con la certeza de que él estaría involucrado aun en las más pequeñas cosas. Abriríamos la puerta para que lo divino entrara en el ámbito de lo doméstico, del agitado vivir de cada día. Caminaríamos, por fin, como sostenidos por una mano todopoderosa, sin necesidad de echar mano a lo nuestro.

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