Dos veces aparece en el primer capítulo del evangelio de Juan, la frase «gracia y verdad», ambas referidas al Señor Jesucristo. Él vino«lleno de gracia y de verdad»; y «la gracia y la verdad» vinieron por medio de él. Luego, entre ambas frases está esta otra, tanto o más maravillosa que aquélla: «y gracia sobre gracia».

La gracia es el don inmerecido de Dios para el hombre, es la mano de Dios extendida al hombre, para que éste la coja por medio de la fe. La verdad en cambio, significa realidad, veracidad. Cristo es la gracia de Dios y la verdad de Dios. La gracia de Dios, en Cristo, nos levanta, y la verdad nos alumbra, mostrándonos las cosas como son – no como parecen ser.

Cuando los hombres se encontraban con Jesús conocían la gracia y la verdad de Dios. La gracia los perdonaba, y los levantaba de su postración, en tanto la verdad les permitía alcanzar el verdadero conocimiento de Dios y de sí mismos.

En el evangelio de Juan todo está ordenado para mostrar a Cristo como la gracia y como la verdad de Dios. Porque Dios no solo quiere recibirnos y perdonarnos, sino que también quiere mostrarnos las cosas como son, para que no estemos engañados.

Cuando recién conocimos al Señor, vimos principalmente la gracia. Casi todo era gracia; pero pasado un tiempo, Dios comenzó a mostrarnos la verdad tocante a nosotros mismos – nuestra realidad. Nos comenzó a desnudar de nuestras apariencias, y empezamos a sentirnos avergonzados de nosotros mismos. La verdad de Dios comenzaba a hacer su trabajo de descubrimiento.

Pero luego, para que no nos «consumiéramos de demasiada tristeza», nos renovaba su gracia y nos decía: «Así como eres –y a pesar de eso– yo te amé, y te amo. No me sorprendes con tus miserias, antes bien, por causa de ellas, te escogí, para mostrar en ti mi amor y mi poder».

Así, con el pasar de los años, la gracia y la verdad siempre han ido juntas, realizando su preciosa obra en nuestros corazones. Un poco de gracia y algo de verdad, en las dosis precisas para no engreírnos, ni para desanimarnos. Dios quiere que avancemos paralelamente en el conocimiento de Dios y en el conocimiento de nosotros mismos, para que no estemos engañados, como los demás.

Dios no solo se complace en perdonarnos, sino también en transformarnos, para que seamos semejantes a Su amado Hijo Jesucristo. La frase que está en medio, decíamos, es «y gracia sobre gracia». Y ella nos hace pensar que la gracia sobrepasa a la verdad. Sin la gracia, la verdad nos derriba; y por eso, mientras estemos en un cuerpo de carne como el que llevamos, necesitaremos «gracia sobre gracia», una y otra vez.

170