En el Nuevo Testamento, todo lo que Dios tiene para el hombre se recibe por fe. La fe es, por lo tanto, la clave de toda la experiencia cristiana – y la antecede. Mas, ¿cómo se obtiene la fe?

La sencilla respuesta está en un breve versículo de Romanos 10: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (v. 17). Aquí tenemos dos elementos que desencadenan la fe – no uno, sino dos: el oír, y la palabra de Dios (o «de Cristo»). Aquí se dice que el oír antecede inmediatamente a la fe. ¿Qué clase de «oír» es este? No es el oír cotidiano, con que escuchamos lo que sucede a nuestro alrededor. Los oídos del hombres deben ser abiertos para poder recibir fe.

La Biblia dice que, cierta vez, el apóstol Pablo estaba en Filipos. Allí ocurrió algo singular: «Y un día de reposo … hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia … estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada…» (Hech. 16:13-15). Esta mujer, Lidia, recibió la gracia de poder oír de la manera que produce fe.

Hablando a los tesalonicenses, Pablo les recuerda cómo ellos recibieron la Palabra por primera vez: «Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes» (1 Tes. 2:13). Aquí tenemos otra clave para la fe: La palabra de Pablo fue recibida como palabra de Dios, no como de hombre. Eso permitió que la Palabra actuara en ellos. Sin duda, ellos también recibieron esta gracia de oír.

Muchos pueden oír una predicación de la palabra de Dios, pero tal vez no todos reciban la gracia de oír de manera que su corazón se llene de fe. Este oír es provocado por la Palabra. Cuando ella viene, el oído se despierta, y entonces se produce la fe en el corazón, para creer que no es palabra de hombre, sino de Dios.

¡Cuánto necesitamos de la gracia de Dios, para tener la actitud de Lidia, y la de los tesalonicenses! Los que alguna vez han predicado la Palabra, saben cuán perceptible es esta operación de Dios en el corazón de los oyentes. Se puede percibir claramente cuando alguien está recibiendo esta gracia de oír. Su mirada, su rostro, todo, revela esta bendita obra de gracia de Dios.

Todo proviene de Dios. La fe, dice Pablo en otro lugar, es un don de Dios (Ef. 2:8). De acuerdo a Hechos 16:14, podemos decir que aún el oír es un don de Dios, tal como la gracia dada a los tesalonicenses. Todo comienza y todo concluye en Dios. Para que en todo él sea glorificado, y para que el que se gloría, se gloríe en Dios.

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