Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…”.

– 1 Juan 1:1.

Juan era un pescador en el mar de Galilea. Un día Jesús cruzó por su camino, y le dijo: “Sígueme”. ¿Y qué hizo Juan? Simplemente, miró a Jesús, y se quedó prendado. Algo inefable traspasó su corazón y ya no pudo separarse nunca más de él. Al instante, dejándolo todo, lo siguió. Y con él, otros más se fueron con el Maestro.

Ellos no sabían a dónde iban. No hubo promesas ni expectativas. Era solo seguir a Jesús, conocerle, oírle y estar con él. Y así, a lo largo de los próximos tres años y medio, de día y de noche, Juan y los doce vivieron para conocer a Jesús, en toda circunstancia humana posible. ¿Imaginas eso?

Entonces Juan dice: “Lo que hemos visto”. Y luego, “lo que hemos oído”. Esto es experiencia, esto no es teología. Después, “lo que hemos contemplado”. Esto es algo progresivo.

¿Qué es contemplar? Cuando tú vas a una galería de arte, y ves un cuadro hermoso, te quedas un buen rato escudriñando cada detalle. O si eres un amante de la naturaleza, vas a ver la puesta de sol, y permaneces allí extasiado. Contemplar es mirar algo con atención detenida y prolongada.

Eso es lo que Juan hizo. Él no solo vio a Jesús pasar por allí, sino que vivió para contemplarle, viendo cómo Él hacía las cosas, cómo amaba a los hombres, a las mujeres, a los desvalidos, cómo los acogía, cómo perdonaba, cómo los sanaba y los salvaba.

Juan vio la Vida divina manifestada en la tierra, y, día a día, él y los doce fueron siendo traspasados por esa vida, hasta que, finalmente, fueron llevados a una experiencia de tal intimidad con Jesús, que vinieron a ser uno con él. Así comenzó la iglesia en la tierra, con doce hombres viviendo juntos alrededor de Cristo, oyéndole, contemplándole, amándole y siendo amados por él.

Jesús les infundió algo que venía de lo alto: la vida que él había vivido por la eternidad en comunión con su Padre. En esa esfera espiritual, todo el peso de la gloria celestial descendió y vivió en los doce. Allí los introdujo el Señor. Y el rasgo predominante de esa vida que les fue dado vivir, experimentar, conocer y tocar, dice Juan, es el amor.

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