El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.

2 Pedro 3:9.

Es vano buscar en el orden profético pagano la posición de la Iglesia, su vocación o su esperanza. No están allí. Está totalmente fuera de lugar que el cristiano se ocupe de fechas y acontecimientos históricos, como si de alguna manera estuviera involucrado en ellos.

Sin duda, todas estas cosas tienen su lugar apropiado y su valor, y su interés, como conectadas con los tratos de Dios con Israel y con la tierra. Pero el cristiano nunca debe perder de vista el hecho de que pertenece al cielo, que está inseparablemente unido a un Cristo rechazado en la tierra y aceptado en el cielo, que su vida está escondida con Cristo en Dios, que es su santo privilegio estar esperando, cada día y cada hora, la venida de su Señor.

No hay nada que impida la realización de esa dichosa esperanza en cualquier momento. Solo hay una cosa que causa la demora: la paciencia de Dios y su renuencia a que nadie perezca, sino que desea que todos lleguen al arrepentimiento. Estas son palabras preciosas para un mundo perdido y culpable.

La salvación está lista para ser revelada; y Dios está listo para juzgar. Ahora no hay nada que esperar sino la reunión de los últimos elegidos, y entonces – oh, bendito pensamiento – nuestro querido y amoroso Salvador vendrá y nos recibirá para estar con él donde él está, y para no salir nunca más de allí.

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