Hebreos capítulo 4 combina estrechamente el gran tema del reposo con la palabra de Dios y el sacerdocio de Cristo. ¿Qué tienen estos tres elementos en común? ¿Cuál es la forma en que se relacionan?

Hay primeramente un ejemplo tomado del pueblo de Israel. Este ejemplo tiene que ver con la toma de posesión de la Tierra Prometida, y su consiguiente disfrute de ella. Sabemos que la tierra de Israel es una de las grandes metas de Israel al salir de Egipto, y que todo aquello es una figura de la vida cristiana, de cómo salimos del mundo para entrar en la plena satisfacción de Cristo.

Se nos dice que Israel no alcanzó el reposo en los días de Josué, sino que queda un reposo aún pendiente. De lo mismo da testimonio David muchos años después. Entonces, ¿cuál es el verdadero reposo del pueblo de Dios?

Sin duda, es Cristo. No podía darles Josué a Israel el verdadero reposo, porque Canaán era solo figura de lo que habría de venir. Ahora, (aunque el texto de Hebreos no lo dice explícitamente) tenemos la verdadera posibilidad de conocer el reposo de Dios, que es también nuestro reposo. Israel por incredulidad no entró en el reposo; nosotros por fe tomamos a Cristo como nuestro reposo.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver la palabra de Dios aquí? Se nos dice que la Palabra es una espada de dos filos que penetra hasta partir el alma y el espíritu. Esta acción de la Palabra, en la práctica, es fundamental para alcanzar el reposo. La Palabra separa el alma del espíritu, para que el creyente pueda vivir por el espíritu, dejando de lado los vaivenes y oscilaciones del alma.

En el alma están los sentimientos y las emociones de la carne, los grandes entusiasmos y las grandes depresiones. Allí todo es azaroso y turbador; no hay paz ni descanso. Solo cuando el espíritu se ve libre de ese lastre, y puede ejercer su gobierno sobre el alma; solo entonces el corazón del creyente puede disfrutar del verdadero reposo de Dios.

La palabra de Dios realiza esta maravillosa obra, pues ella es la espada del Espíritu. Un cristiano que ha experimentado esta separación puede tener paz y descanso en medio de las tempestades de la vida.

Por último, está el sacerdocio de Cristo. Tal vez alguien juzgue como innecesario el tener este oficio del Señor disponible si ya estamos en posesión de nuestra herencia. Pero la lucha aún persiste. La incredulidad está aferrada a la carne, y el cristiano aún deberá luchar contra ella. Él está rodeado de debilidad, y cuando la tentación arrecia, necesitará del fiel Sumo Sacerdote, que está a la diestra de Dios.

No es el oficio del abogado –el cual viene después que la caída se ha producido, cuando ya ha sido consumado el pecado–, sino que es el del sumo sacerdote, que interviene para librar oportunamente a los que están siendo tentados. ¡Y la promesa que se abre ante nosotros es maravillosa! Él no se duerme, así que puede librar oportunamente. ¡Qué combinación preciosa: reposo, Palabra y sacerdote! Todo esto es Cristo, por el Espíritu, para nosotros, ¡ahora!

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