…para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta».

– Rom. 12:2.

La Epístola a los Romanos es, de todas las cartas paulinas, la más ordenada y lógica. Allí se desarrollan, en forma sistemática, los principales tópicos de la doctrina cristiana. Comienza con el hombre pecador, destituido de la gloria de Dios, y lo deja en medio de la iglesia, alcanzando la perfección de Cristo.

Ahora bien, hasta el capítulo 8 hay una exposición centrada en la experiencia individual del creyente; y luego, en el capítulo 12 (después del paréntesis sobre Israel de los capítulos 9 al 11), se comienza con algo diferente; es decir, un enfoque distinto de la vida cristiana. Y para preparar el camino de lo que será este nuevo enfoque, Pablo comienza diciendo que es preciso ofrecer los cuerpos en sacrificio vivo y que es preciso ser transformados por medio de la renovación del entendimiento, a fin de comprobar cuál sea la buena voluntad de Dios.

Es decir, antes de entender lo que va a plantear, es necesario experimentar un socorro del Señor en lo que respecta a la manera de pensar. ¿Qué es aquello? Se trata nada menos que de la iglesia. En efecto, los capítulos finales de Romanos nos hablan de la iglesia. Por eso, Pablo continúa en el capítulo 12 diciendo: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (v. 3). Esto significa que, para entrar en el terreno de la iglesia, debemos partir readecuando nuestro concepto de nosotros mismos. Es preciso bajar nuestro alto auto-concepto.

La iglesia es el lugar donde dejamos de ser individuos y pasamos a ser solo miembros del cuerpo. Es el ambiente donde el yo es crucificado; donde las ambiciones personales mueren y donde el individualismo es quebrantado. Pablo continúa diciendo: «Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros» (12:4-5).

No solo somos cada cual un solo miembro, sino que, además, tenemos solo una función. Es decir, las pretensiones de grandeza, de protagonismo, se vienen todas al suelo. De individuos, pasamos a ser miembros; de hombres-orquesta, pasamos a ser hombres que reconocen sus limitaciones, y que solo tienen una función.

La «buena voluntad de Dios» para nosotros es que formemos parte de la iglesia, que vivamos la vida de iglesia, porque allí el hombre mengua y Cristo crece. En la iglesia, el hombre viejo es juzgado y el hombre nuevo es fortalecido. Que el Señor nos permita a todos los que deseamos agradarle, vivir la maravillosa (y también dolorosa) experiencia de ser solo un miembro de su cuerpo.

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