Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré”.

– Salmos 91:15.

La oración en los momentos de angustia tiende a llevar al espíritu a un perfecto sometimiento a la voluntad de Dios; hace que la voluntad del creyente se ajuste a la voluntad divina, elimina las quejas y libera al alma de toda actitud de rebeldía.

La oración santifica el problema para nuestro bien, preparando el corazón y haciéndolo dócil bajo la disciplina de la mano de Dios, y ella nos ubica allí donde Dios puede darnos el mayor bien espiritual. En los pensamientos de Dios, el resultado de los problemas siempre es bueno. Si los problemas fracasan en cumplir su misión, es a causa de falta de oración o a causa de nuestra incredulidad.

El estar en armonía con Dios siempre transforma el problema en bendición. El bien o el mal del conflicto lo determina el espíritu con el cual es recibido. La adversidad demuestra ser bendición o maldición de acuerdo a cómo se le recibe y se le trata.

Las penalidades nos ablandan o nos endurecen. O bien nos acercan a Dios y a la oración, o nos alejan de Dios y del hábito de orar. El mismo sol ablanda la cera y endurece el barro; y es el mismo sol el que derrite el hielo y seca la humedad de la tierra.

661