…de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente».

– Efesios 4:16.

El texto de Isaías 53:6 muestra cómo cada uno de nosotros vivíamos antes de ser rescatados por el Señor: «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino». Andábamos solos. Cada uno de nosotros vivía en la vanidad de su propia mente, con el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que había en nosotros, por la dureza de nuestros propios corazones. Cada uno de nosotros hacía lo que le parecía bien según su propio criterio. Hacía la voluntad de la carne y de los pensamientos (Ef. 2:3). Un camino que, a nuestros ojos, parecía derecho, pero cuyo fin llevaba a la muerte (Prov. 14:12).

Cuando Jesús fue levantado de la tierra en aquella cruz, atrajo a todos a sí mismo (Jn. 12:32). Todos los hijos de Dios que andaban dispersos, fueron reunidos en él (Jn. 11:52). Fuimos unidos a él en la semejanza de su muerte y resurrección (Rom. 6:5).

En Efesios 2:5-6 se nos dice algo muy precioso. Su resurrección «nos dio vida juntamente con Cristo … y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». La palabra «juntamente» es muy significativa para nosotros ahora. Quiere decir que desde nuestro bautismo en la muerte de Cristo, no hay más separación. Todo lo que le ocurrió a él pasó igualmente con todos los santos.

Juntamente con él fuimos resucitados, y juntamente con él fuimos glorificados (Rom. 8:30). No solo estamos unidos a él, sino también a todos los santos. Él nos hizo uno con él, y uno con todos los hermanos. Ahora estamos ligados, unidos en un solo cuerpo. Si fuésemos apenas miembros del cuerpo de Cristo, podríamos pensar que cada uno de nosotros puede funcionar independientemente, que cada miembro puede actuar por sí solo. Somos miembros del cuerpo de Cristo, pero también somos miembros los unos de los otros.

Entonces, necesitamos la justa operación de cada parte, el funcionamiento de cada miembro del cuerpo de Cristo. Es necesario que cada miembro funcione, para que todos sean útiles en el Cuerpo. Si la mano pudiese hacer su función sin el brazo, podría entonces funcionar individualmente. Si ambos pudiesen funcionar sin el antebrazo, podrían actuar individualmente; pero no pueden.

Un miembro no puede crecer independiente de otro. El Señor hizo que fuésemos edificados en conjunto: «en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:22).

El Señor dice que nada podemos hacer sin él (Jn. 15:5), y verdaderamente nada podemos sin la Cabeza. Y él nos dice que no puede prescindir de nosotros. Para que él, como la Cabeza del cuerpo, pueda funcionar, necesita de cada miembro (1 Cor. 12:21). Ante esto, vemos la extrema necesidad, con todos los santos, de que guardemos la unidad del Espíritu hecha por Jesús en aquella cruz. No es una unidad que tenemos que hacer, sino solo guardar aquello que está hecho, y permanecer en él.

175