En el capítulo 25 de Éxodo se da a conocer uno de los mayores propósitos por el cual Dios sacó a su pueblo de Egipto: que le construyeran una Casa. Sin embargo, no es sino hasta el capítulo 35 –diez capítulos más adelante– que comienza la recolección de los materiales para la edificación.

La causa de esta demora es el fracaso de Israel en lo tocante al becerro de oro. Pero más allá, como sabemos, es el fracaso en reconocer su verdadera condición y naturaleza. Ellos eran un pueblo desobediente, incapaz de cosa buena, pero el drama era que no lo sabían. Después de la notable humillación del pueblo, en el capítulo 33, Dios decide continuar con ellos, y alcanzar el propósito tan anhelado.

De todo esto surge una pregunta muy importante: ¿Quiénes, son, entonces, los que Dios puede utilizar para erigirle Casa? No meramente los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob; no meramente el pueblo escogido, guiado por un hombre manso, tratado por Dios. Recordemos el razonamiento de Pablo en Romanos: «Porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos» (Rom. 9:6-7).

Ellos debían pasar por un período de aprendizaje acerca de Dios y acerca de sí mismos, antes de poder hacer algo para Dios. Por eso, la entrega de la ley en Éxodo 20, en la cual se revelaba el carácter santo y justo de Dios, no pudo ser presenciada por ellos de pie. Su naturaleza caída estaba lejos de los parámetros de Dios; sin embargo, ellos no lo sabían.

Este es el gran déficit en muchos hijos de Dios, la falta de conocimiento de sí mismos. Nunca han vivido la tragedia de Pablo en Romanos 7:24: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?», ni tampoco, por supuesto, han recibido la divina respuesta.

Dios no puede trabajar en alianza con la carne, ni puede hacerse socio de pecadores inconscientes de su pecado. Solo pecadores redimidos, que han perdido toda confianza en sí mismos, que han fracasado en sus propias fuerzas, son los que Dios puede utilizar para construirle Casa.

Moisés fue un constructor utilizado por Dios. Pablo también lo fue. Y es interesante ver la similitud de sus experiencias, de sus fracasos, de su larga estadía en el desierto (ambos en Arabia) para la limpieza de toda justicia propia. Hoy Dios también requiere constructores, pero él no dará este sagrado encargo a quienes no cumplan con estos requisitos mínimos.

No se trata de que ellos han de ser mejores que otros; al contrario, se trata precisamente de que vean que no son mejores que nadie, que por eso Dios los escogió; y luego, que ellos sepan verdaderamente cuán alto es Dios y cuán bajos son ellos mismos.

Solo los tales podrán conducirse con temor y temblor en la obra de Dios, no atreviéndose a hacer nada por sí mismos, sino solo lo que Dios les ha mandado. De Moisés se dice que «fue fiel en toda la casa de Dios» (Heb. 3:5); éste es el punto principal. ¿Quiénes obedecen fielmente? Los que desconfían en la carne y se acogen exclusivamente a la gracia de Dios.

176