Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor a los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna».

– 2 Tim. 2:8-10.

Pablo está en la cárcel; el ocaso de su vida ha llegado. Los sufrimientos son el corolario de ella. Entonces escribe una de sus últimas cartas. El destinatario es su querido colaborador Timoteo. Una cosa le consuela en medio de ese aparentemente desolador panorama: la palabra de Dios no está presa. Pablo está preso, pero no está presa la palabra de Dios. Y ella está llegando debidamente a los escogidos.

Hemos de notar que a esta altura, su preocupación y consuelo son los escogidos. A diferencia de la 1ª Epístola, en que tiene en mente la salvación de todos los hombres (2:4), aquí la atención de Pablo está más focalizada. Los tiempos son muy malos, él lo ha llenado todo del evangelio, pero muchos se oponen a la fe. En medio de ese panorama, su mirada apostólica se centra en los escogidos. Ellos son su preocupación, igual que la del Señor al final de su ministerio: «No ruego por el mundo, sino por los que me diste» (Jn. 17:9). Bien puede sufrir y soportarlo todo por amor a los escogidos.

Tal vez usted sea un ministro de la Palabra, o alguien que ama al Señor y su obra. Pero ha perdido su libertad; está en prisiones muy fuertes; los grillos le atan las manos y los pies. Se siente limitado, confinado, a veces desesperado. Sin embargo, tenga usted en esto también su consuelo. La palabra de Dios no está así. Lo que otrora habló, todavía se expande como las olas de un lago agitado.

No importa que usted esté hoy imposibilitado de hablar. Es el tiempo de la cárcel, del sufrimiento. Pero sepa que en la vida de Pablo, la cárcel es sinónimo de madurez, revelación y fructificación.

El corazón de Pablo, y su visión espiritual, fueron verdaderamente ensanchados cuando estuvo en la cárcel. Desde allí escribió Efesios, Filipenses y Colosenses. Desde allí remontó las mayores alturas espirituales. Tal vez Dios esté a punto de darle también a usted su propia revelación – un conocimiento más profundo de Su voluntad y propósito. Este es el día del invierno, pero no es el fin de todo. Después del invierno viene la primavera. Y entonces podrá ver el fruto de lo que ahora se está incubando en su espíritu.

La palabra no está presa – ese era el consuelo de Pablo. Vea usted cómo la palabra vuela, aquello que Dios le dio a usted en otro tiempo, ha roto sus cadenas; para ella las prisiones no existen, ni las estrecheces del corazón mezquino. Sea que corra a través de algún medio físico, sea a través de personas que han sido transformadas por ella, la palabra corre y es glorificada.

Su boca está cerrada, y al parecer su corazón está seco. Hasta es posible que sea usted considerado un «malhechor». Pero vea por el espíritu lo que Dios está haciendo. Él nunca está encarcelado, y su obra está en constante avance y crecimiento. La palabra de Dios no está presa. Ese era el consuelo de Pablo, y ha de ser también el suyo.

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