Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados».

– 1 Cor. 15:22.

Toda la creación de Dios se resume en dos hombres: Adán y Jesús. Adán es el primer hombre, porque primero tenía que venir el natural. Jesús es el segundo hombre, que completa la creación, y que es espiritual (1 Cor. 15:46-47).

El propósito de Dios en la creación del hombre era no solo hacerlo una criatura, sino hijo, a imagen y semejanza de su Hijo Jesús (Rom. 8:29). Pero toda la raza humana, a través del primer hombre, cayó en transgresión juntamente con él. Adán recibió de Dios la sentencia de muerte a causa de su desobediencia. La muerte de Adán no fue física, sino la destitución de la gloria de Dios, la separación de Su Vida: «Porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios… teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón» (Rom. 3:23, Ef. 4:18).

Por Adán entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte; así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Rom. 5:12). En Adán, todos nosotros, sin excepción, morimos. Todos están muertos en delitos y pecados y sin Cristo están destinados a la segunda muerte. Mas, «el que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte» (Ap. 2:11).

Todo hombre está muerto en Adán. Ahora, el evangelio trae como revelación nuestra resurrección en Jesús. Eso es lo que fue predicado por los apóstoles, y hoy es anunciado a todos los pecadores. En Adán todos mueren, están todos muertos; pero en Cristo todos serán vivificados. Jesús es la vida: «Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó» (1 Jn. 1:2). Jesús, en aquella cruz, destruyó a aquél que tenía el imperio de la muerte (Heb. 2:14-15).

Ese es el testimonio de Dios para los hombres: «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn. 5:11-12). Quien no tiene al Hijo de Dios, tiene la muerte; aún está en el primer hombre.

La sentencia de muerte fue dada a toda la humanidad en Adán, pero la resurrección de los muertos nos fue dada por Dios en Cristo: «Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos»(1 Cor. 15:21). Estábamos muertos en Adán, pero por la fe encontramos nuestra resurrección de entre los muertos en Jesús. Él nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (Jn. 11:25-26).

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