Pero uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja. Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán”.

– Mateo 26:51-52.

Hay muchas acciones similares al hecho de “Sacar una espada”, pero ninguna es buena. No está bien sacar espada para vengarnos. Lo dijo el Señor. Hacerlo es la actitud natural del cristiano carnal; del ser humano cuando es ofendido y busca por lo tanto defenderse o vengarse; así lo deseaba Balaam: “Porque te has burlado de mí. ¡Ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataría!” (Números 22:29).

El cristiano espiritual renuncia a vengarse y confía en el Señor. Y lo hace por un acto de fe; sabiendo que el Señor es vengador de los que le temen. Pero, además, “sacar la espada” asegura el morir a espada; todos cosechamos las mismas acciones, actitudes, palabras y juicios que sembramos.

Cuando tomamos venganza por nosotros mismos, abrimos un ciclo que no se cerrará. Con la misma vara que medimos seremos medidos, y la violencia sólo genera más violencia. Por otra parte, “sacar la espada” impide que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios; desquitarnos valiéndonos de nuestros propios medios, métodos, fuerzas o sagacidad, impide que el Señor haga en nosotros su obra y que, por tanto, podamos irradiar su gracia y su poder.

Parecernos a Cristo, ser como él, alcanzar la madurez espiritual, traspasar los límites de lo meramente humano, débil, corrupto y carnal y crecer en grandeza, en gloria, en virtud y en madurez, solo es posible si guardamos nuestras espadas.

Dejemos las ofensas recibidas en las manos de Dios. Él sabrá hacer lo que conviene. Perdonemos y volvamos nuestras espadas a su lugar.

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