Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”.

– Juan 8:31.

Desde hace 2000 años la enseñanza de la Biblia ha inspirado buen número de leyes destinadas a definir un marco justo y armonioso para la vida en sociedad. Pero a menudo esas leyes son ignoradas, transgredidas; la injusticia social, la violencia, la inmoralidad son las características dominantes de la sociedad actual. En ese campo, los países llamados cristianizados dan más bien un triste ejemplo a las otras naciones. Aún más, hoy nuevas leyes autorizan lo que Dios reprueba.

¿Se debe concluir que el cristianismo ha fracasado y que el mal ha triunfado sobre el bien? No, porque no es la enseñanza de Cristo lo que ha fallado, sino los habitantes de esos países. En su conjunto, no han creído, y mucho menos vivido, la enseñanza de Aquel cuyo nombre llevan. Se puede hablar bien de la moral cristiana, pero no se quiere a Cristo quien es la fuente, el modelo y la fuerza de ésta.

Nosotros que decimos ser cristianos, ¿somos conscientes de que ese nombre nos vincula a Cristo? (Stgo. 2:7). Para ser cristiano no basta figurar en el registro de una iglesia. Lo que es vital es tener su nombre escrito en el Libro de la vida, para ser admitido en la presencia del Señor (Apoc. 21:27). Este contiene el nombre, que nadie puede borrar, de todos los verdaderos cristianos, los que han sido redimidos con la sangre de Cristo.

Si mi nombre está escrito allí, yo soy responsable de vivir hoy como cristiano, es decir, siguiendo el modelo: Jesucristo. (LBS).

654