Las buenas nuevas de salud física, mental y espiritual.

Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán”.

– Mat. 4:23.

Un ambiente de tensión

Al estudiar el contexto histórico en que vivió nuestro Señor Jesucristo, vemos que no es muy distinto a lo que nos ha tocado vivir a nosotros.

Conocemos el poderío y la crueldad del imperio romano. Era muy complejo vivir subyugados bajo una persona que tenía tal poder, que se creía un dios. En un momento de la historia, todos los súbditos de Roma fueron obligados a rendir culto a César.

El poder corrompe, por definición, y mucho poder corrompe mucho. En ese tiempo, Palestina estaba bajo el dominio romano; había un ambiente político de tensión y el imperio de alguna manera transaba con los pueblos sometidos para que le pagaran tributos y para asegurar el poder.

Las conveniencias y el egoísmo humano comenzaron a manifestarse, y la corrupción era muy visible. El pueblo judío era gobernado por un poder político religioso. Y entonces los romanos dejaron a los judíos vivir con su religión a cambio del pago de impuestos y de la sujeción al imperio.

El gobierno judío era presidido por el Sanedrín, los sacerdotes y los ancianos. Poncio Pilato y Herodes ejercían el poder político. Todos estos recurrían a conveniencias mutuas para poder subsistir. También surgían grupos rebeldes como los zelotes, y había sediciones permanentes.

Entre los judíos, algunos se vendían al imperio y trabajaban para Roma: los llamados «publicanos», de entre los cuales el Señor también llamó a Mateo como uno de sus discípulos. Los publicanos eran despreciados por su nación, porque cobraban los impuestos de sus compatriotas.

Jesús y el dolor humano

Jesús recorría los pueblos y las aldeas predicando el evangelio del reino de Dios, y es maravilloso ver cómo lo anotan los evangelios. «Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mat. 4:23). Esta era su dedicación: predicar el evangelio del reino teniendo contacto con la miseria humana.

«Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos…» (v. 24).

Con el evangelio, Jesús entró en el dolor humano; él tocaba al hombre sufriente, y lo sanaba. Ese era su mensaje. El evangelio del reino entra en lo más profundo de la humanidad para sanar de raíz la enfermedad y el dolor.

El evangelio tiene acción directa sobre la vida espiritual, porque representa al mismo Señor Jesucristo, y él entra en la esfera de las cosas espirituales, que de alguna manera determinan todo lo visible.

«…los endemoniados». Traían a él los endemoniados, y  aquí se abre una dimensión espiritual que no podemos desconocer. Jesús mismo fue quien más habló del diablo y del infierno. Él no ignoró la esfera espiritual. Y los hijos de Dios debemos saber que esto es real. La iglesia tiene el poder de ingresar en este ámbito y lograr que el evangelio llegue a los hombres y produzca un cambio en el corazón.

«…lunáticos». El evangelio del reino también tiene injerencia en los aspectos psíquicos, viniendo a sanar la mente y el pensamiento. Allí llega el Señor para traer luz. El Señor también recibe a los lunáticos; él quiere sanar a todos y darles equilibrio psicológico.

Hoy, estas esferas están secularizadas, gobernadas por una mente sin Dios. Las universidades y los sistemas educacionales se oponen al acceso del reino de Dios y de la palabra.

Y por último dice: «…y paralíticos». El reino de Dios también toma su lugar en la esfera física. El Señor se ocupa de lo físico, de nuestro cuerpo, porque éste es diseño de Dios y fue creado para Su gloria.

La esfera espiritual

El evangelio del reino de Dios toca la esfera espiritual, la esfera psíquica y la esfera física. Somos más conscientes de lo físico, y nos parece que las sanidades físicas son lo más glorioso que el Señor hizo, pero en orden de importancia, lo físico es lo menor.

La Escritura dice que nosotros, antes, estábamos bajo la potestad de Satanás. «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (Ef. 2:1-2). Así andábamos todos nosotros, y el Señor lo define muy bien diciendo: «El que no es conmigo, contra mí es» (Mat. 12:30).

En el ámbito espiritual, hay solo dos esferas. No hay términos medios: o estás en el reino de Dios o estás bajo la potestad de las tinieblas. Así anduvimos nosotros en otro tiempo. «…entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef. 2:3). Eso es el mundo sin Dios, ignorante de la realidad espiritual.

Pero nosotros hemos llegado a la libertad gloriosa de los hijos de Dios, al reino del amado Hijo. Mediante el evangelio, hemos sido libertados, trasladados y plantados en una nueva realidad espiritual. El Espíritu de Dios vino a morar con nosotros; él nos selló, nos puso un título de propiedad.

Guerra espiritual

Nosotros no podemos ignorar la realidad espiritual. Cuando vemos toda la ira y la violencia publicada en las redes sociales, ¿no cree usted que hay una cuestión espiritual detrás de eso? Hay una pugna por los hombres y por los destinos de la humanidad, y este conflicto está presente en todas las Escrituras.

Apocalipsis 12 narra una visión que da cuenta de una batalla que determina lo que ocurre en la tierra. «Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento» (Ap. 12:1-2).

Hay varias claves para entender esto. La mujer vestida del sol es la iglesia gloriosa, la iglesia que está en el propósito de Dios. Es la iglesia perfecta tal como Dios la diseñó: una mujer vestida del sol, que recibe la luz del Sol, de Jesucristo mismo.

«También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra» (v. 3-4). El dragón es Satanás.

«Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días» (v. 4-6).

Ese hijo es la iglesia en acción en la tierra. La iglesia debe tomar dominio y actuar. Ella recibe la verdad, la proclama y entonces Dios la arrebata para sí. La iglesia asume la verdad de Dios, y se sienta con Cristo en los lugares celestiales, para gobernar.

«Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él» (v. 7-9).

Aquí hay una acción de Satanás contra los hijos de Dios. Cuando la iglesia asume su realidad, la cree, la confiesa y actúa, entonces se desencadena una batalla horrorosa, y en esa batalla Miguel y sus ángeles vencen. Toda vez que la iglesia asume su autoridad, Satanás cae de las esferas espirituales, arruinado, porque la iglesia ha confirmado la verdad del Cristo victorioso.

El camino de la victoria

Hay una batalla espiritual entre la iglesia y la realidad satánica maligna, opuesta a las verdades divinas. Cuando la iglesia cree esta verdad, entonces las huestes espirituales de Dios se movilizan junto con la iglesia que ya se ha apropiado de su verdadera misión.

Daniel nos muestra un ejemplo más práctico. Israel era cautivo bajo el imperio babilónico, y Daniel asume una carga espiritual por la situación de su pueblo.

«En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres semanas» (Dan. 10:2-3). Daniel ayunó y se humilló delante de Dios, y al cabo de tres semanas tuvo la visión de un ángel.

«Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia. He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días» (v. 12-14).

«…desde el primer día que dispusiste tu corazón … fueron oídas tus palabras». La oración fue contestada. Hay una oposición, una guerra espiritual. Sin embargo, esa guerra ya está acabada en la verdad eterna: Cristo ha vencido a Satanás, y está sentado a la diestra de Dios, reinando.

Ahora, la iglesia en acción aquí en la tierra tiene que tomar esa verdad, proclamarla y vivirla. Pero si nosotros no entramos con el evangelio del reino, si no tenemos carga espiritual de orar por la familia, de orar por los ambientes atestados de demonios y de presiones malignas, nada ocurrirá, aun cuando Cristo esté sentado en los lugares celestiales.

Si no hacemos esa oración, nada ocurrirá, porque la Escritura dice que, previamente, «será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mat. 24:14). Cuando la iglesia asuma su verdadera misión, entonces vendrá el fin.

Dios actúa con nosotros, nunca sin nosotros. Dios cuenta con tu oración, cuenta con tu humillación, con tu corazón compungido, cuenta con que tú resistas las cosas malignas, cuenta con la oración que reprende a Satanás. El Señor cuenta con nosotros; es más, él necesita de nosotros.

¿No le ha ocurrido a usted, al entrar a algunos lugares, sentir un ambientes denso, oscuro, pesado espiritualmente? Son ambientes o personas que están de alguna manera influenciadas, poseídas, cautivadas en ignorancia por cosas malignas. Pero nosotros, como siervos del Señor, debemos entrar allí para operar con el reino de Dios.

«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres» (1 Tim. 2:1). Cuando Pablo dice: «exhorto ante todo», nos está hablando a nosotros. «Exhorto ante todo», es decir, primero que todo. «…a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones», porque es la iglesia, somos nosotros, los que tenemos esta herramienta, este poder a través de la oración, para libertar, para atar y desatar en el nombre del Señor Jesús.

Es la iglesia quien gobierna con el evangelio del reino de Dios. Yo creo esto con todo mi corazón; lo he visto, lo proclamo, lo creo, y resisto. Cuando veo las noticias y pongo en oración a esas personas, resisto a Satanás, resisto las malignidades.

Hermano, tú eres de Cristo. ¿Qué cosas subes a las redes sociales? ¿Qué haces? Qué triste es ver a hijos de Dios involucrados en discusiones políticas igual que los mundanos, en circunstancias que nosotros somos de una esfera espiritual mayor, puesto que somos de Cristo.

Sí, por cierto, el evangelio tiene una acción social. Pero yo soy de Cristo, y porque soy suyo, no tengo otra respuesta sino a Cristo y el reino de Dios. Cuando los hermanos entran en una esfera sin Cristo, todo es división, todo es discusión. El Señor nos liberó de eso, y podemos hablar con libertad y buscar oportunidades para servir con el evangelio, para ser puentes de unión, pacificadores, como hijos de Dios.

Sanidad de la mente y del cuerpo

Hay una esfera espiritual en la cual entra el evangelio, que es fundamental para todos nosotros. Y hay asimismo una esfera psicológica en la cual el evangelio debe entrar con argumentos concretos, efectivos.

«Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10:3-5).

El evangelio también responde en esta dimensión. Se necesita hermanos capacitados, con argumentos reales, que tengan la valentía de entrar en todas las esferas de la sociedad y hablar del Señor Jesucristo y de los principios de Dios con firmeza y con denuedo.

No hay mejor sanidad para la mente que la palabra de Dios y el bendito evangelio. ¿Cómo contenemos a un lunático, a una persona que tiene desequilibrio interior? El evangelio, la contención en la iglesia, el evangelio y la palabra, lo harán.

Nosotros estamos acostumbrados a las cosas instantáneas. Y parece que, cuando se lee el contexto, dice que el Señor sanó a todos los enfermos, y aquello fue instantáneo. Pero la palabra allí es «terapia», therapeía, o sea, hubo un proceso de sanidad día a día, con paciencia, con amor, sanando la mente, ordenando los pensamientos y las emociones desequilibradas.

Dios está en acción todos los días, y la palabra y el Espíritu Santo están obrando en nuestro interior. El evangelio es vida. Ese es el poder del evangelio. La iglesia es como una sala de hospital donde estamos todos en un proceso de recuperación, día a día.

Cuánta palabra hemos recibido, a veces interiormente, y nosotros no percibimos claramente su valor, pero el Espíritu Santo sí la sabe, y en algún momento esa palabra que entró por nuestros oídos tendrá fruto en el entendimiento y dará a luz vida y salud. ¡Bendito es el Señor!

La función del sacerdote

El evangelio es completo. ¿Sabe por qué? Porque el Señor Jesucristo, que ascendió a los cielos y que está a la diestra del Padre, a quien se le dio un nombre sobre todo poder y autoridad, tiene un atributo muy particular. «Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos» (Heb. 8:1). Este Rey y Señor no es solo rey, sino sumo sacerdote.

Todo sacerdote es puesto a favor de los hombres, para ser un puente entre el cielo y la tierra. El primer sacerdote que aparece en la Escritura es Melquisedec, rey de Salem. Él es rey y sacerdote, y bendice a Abraham diciéndole: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano», y luego le comparte pan y vino.

Un sacerdote es aquel que hace el puente de unión para «reunir todas las cosas en Cristo … así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef. 1:10). Jesús es el sumo sacerdote, el mediador entre Dios y los hombres. De modo que el evangelio del reino de Dios es un evangelio sacerdotal.

El sacerdote tiene también una acción terapéutica. Los sacerdotes en el Antiguo Testamento eran los que confirmaban la sanidad de las personas.

Cuando Jesús cura a los leprosos, les dice: «Id, mostraos a los sacerdotes», pero solo uno de ellos volvió dando gracias. ¿Por qué a los sacerdotes? Porque ellos eran las personas que debían confirmar la sanidad de aquellos que estaban enfermos.

Así que Cristo, en su oficio, no solo es profeta y rey, sino también sacerdote, en la ejecución de su terapia, en la sanidad de las personas. ¡Alabado sea el Señor!

El sacerdote tenía la función muy especial de ser un puente de unión. En el santuario entraban solo los sacerdotes. La vestimenta sacerdotal era muy significativa. Cada una de sus partes señalaba a la persona y obra de Cristo. En el pectoral, y sobre sus hombros, llevaba doce piedras preciosas grabadas con los nombres de las doce tribus de Israel.

En lo espiritual, eso significa que nuestro Señor, como sumo sacerdote, lleva sobre sus hombros y en su corazón la carga de todos los hombres, para presentarlos delante del Padre, intercediendo por ellos.

Nuestro servicio sacerdotal

«Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén» (Ap. 1:5-6). De modo que ahora, en la proclamación del evangelio del reino, tú y yo somos los sacerdotes que llevamos las buenas noticias de sanidad, siendo puentes de unión allí donde hay separación con Dios y teniendo la carga espiritual de las personas.

No podremos ir a evangelizar si no tenemos esa carga espiritual. Podrías aprender todo el ABC y toda la Biblia, pero no puedes evangelizar si no eres un sacerdote de Dios que ha sido tratado por años para llegar a ser un puente entre Dios y los hombres, alguien que lleva una carga espiritual y que ora con clamor y lágrimas.

«Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente» (Heb. 5:7). ¿Qué quiere decir esto? Si el Espíritu Santo no provoca este sentir en nosotros a favor de la gente, todo lo demás no será sino teoría.

Debemos meditar esto. Vivimos en un mundo tan individualista que muchas veces no saludamos ni a nuestros vecinos. Así hemos sido formados; así de egoístas somos. Pero los sacerdotes según Dios, al igual que Cristo, deben tener compasión de las multitudes. Eso es el evangelio del reino: dolerse y rogar por otros; orar con poder, resistir al diablo en la persona que se está muriendo, sentir dolor en el corazón.

Somos testigos del dolor de tantas personas alrededor de nosotros. Mire, si usted sabe que es un sacerdote, tendrá mucho trabajo; pero si usted quiere vivir para sí y disfrutar la vida, ésta solo será una predicación más. Si va a tomar en serio al Señor, habrá complicaciones, habrá momentos difíciles. Pero prefiera eso, a fin de llegar delante del Señor habiendo dicho: «Señor, esto pude hacer en tu gracia, en tu favor, por amor a ti y al evangelio».

Nosotros los creyentes vivimos realmente en el cielo. La realidad del mundo es terrible; muchos están muriendo sin Cristo y se están perdiendo. El evangelio del reino demanda nuestro compromiso. Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2020.