Y dijo Moisés: ¿Por qué quebrantáis el mandamiento de Jehová? Esto tampoco os saldrá bien».

– Números 14:41.

Es fácil imaginar la voz quebrada del siervo del Señor rogando a los israelitas que no se aventuren a ir a una guerra cuya derrota está asegurada antes de iniciarse.

Por aquellos días eran muy comunes los torpes procedimientos de Israel, este inmaduro pueblo de Dios. El negativo informe de diez de los doce espías que habían recorrido la tierra prometida durante cuarenta días, provocó tal desaliento que derivó en una rebelión generalizada. Con tal incredulidad irritaron de tal manera a Dios, el cual, con juramento incluido (14:21-22), se propuso no dar la tierra a esta perversa generación.

Entonces Israel reacciona. Lo que no hicieron antes por obediencia quieren hacer ahora con obstinación. Moisés, teniendo el oído acostumbrado a oír al Señor, y conociendo que siempre cumple Su palabra, sabe perfectamente que el tardío arrepentimiento de Israel y su ‘valerosa’ decisión de ahora sí subir a la tierra, no tendrá efecto alguno en el corazón de Jehová. Erróneamente intentaron impresionar a Dios con una valentía tan vana como la niebla. Tal es la pretensión de la naturaleza humana.

«Esto tampoco os saldrá bien». Fallaron en obedecer en el momento oportuno, se rebelaron con violencia y quisieron regresar a esclavizarse a Egipto. Aquello fue pecado y maldad a simple vista; esta otra decisión tiene el sello de una ‘buena obra’, de una ‘loable actitud’. ¿Pretendían remediar su pecado con otra desobediencia? «Henos aquí para subir al lugar del cual ha hablado Jehová; porque hemos pecado», dijeron (14:40); a lo que Moisés responde: «Esto tampoco os saldrá bien».

«Esto tampoco», es decir, no presuman que con sus buenas intenciones harán cambiar los designios de Dios. Pero la obstinación humana pudo más y continuaron en su loca y ciega carrera. «Pero el arca del pacto y Moisés no se movieron del campamento» (v. 44), es decir ellos subieron solos, sin Dios y sin su mediador. El resultado no podía ser otro que una sangrienta y humillante derrota.

¿Habremos aprendido ya esta solemne lección? La obstinación es tan maligna como la rebelión; en un punto, hacemos caso omiso de las instrucciones directas de la palabra de Dios, y en el otro, vamos aun más lejos, pensando que nos irá mejor siguiendo nuestras propias impresiones, en abierto desafío a la autoridad y sabiduría de Dios. Corramos a abrazarnos de Aquel que dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mat. 11:29).

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