En el libro de Génesis, encontramos al primer hombre –el prototipo– de los que Dios ha llamado a salir: Abraham. Él debía salir de Ur de los caldeos, de la casa de su padre, al lugar que Dios le habría de indicar. Su obediencia y fidelidad han sido ejemplo de todos los hombres y mujeres de fe que han vivido hasta hoy.

Pero, en Génesis, muy cerca de este hombre de fe, aparece otro hombre: Nimrod, que hace lo contrario que Abraham, porque él se establece en la tierra. Éste también es modelo y ejemplo de los grandes de este mundo.

Nimrod llegó a ser el primer poderoso –“prepotente” (Biblia de Jerusalén)– en la tierra. Fue un «vigoroso cazador delante de Jehová». Fue fundador de ciudades en el valle de Sinar y en Asiria, siendo las principales de ellas Babel y Resén.

Estos dos hombres son los polos opuestos del gran dilema del hombre en su actitud frente al mundo. ¿Establecerse o salir? Si seguimos a Nimrod, entonces, establezcámonos, levantemos ciudades, grandes empresas, seamos emprendedores, que el mundo, en toda su amplitud y pompa, nos espera. El mundo ha de ser conquistado, sus secretos descubiertos, sus riquezas tomadas; todo él es un desafío a nuestra creatividad, empuje y fuerza.

Si seguimos el camino de Abraham, en cambio, juzgaremos que el mundo está bajo maldición, que su sistema es corrupto, que sus riquezas están contaminadas, que su grandeza y vanidad se oponen a Dios.

Si seguimos a Abraham, viviremos sin esperar nada del mundo, sin tomar nada de él, como proscritos, extranjeros y peregrinos. Viviremos como no poseyendo nada, aunque lo poseamos todo. Caminaremos mirando más allá de su horizonte, correremos despreciando sus honores, batallaremos en nuestro corazón contra sus vanidades.

Si seguimos a Nimrod ganaremos poco; si seguimos a Abraham, ganaremos mucho. Si no seguimos a ninguno de los dos; si nos quedamos en medio de ambos caminos, indecisos, titubeantes… ¡lo perderemos todo!

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