Como está escrito: Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean, y oídos con que no oigan…».

– Rom. 11:8.

Al menos en tres ocasiones, la Biblia registra que Dios envió a la tierra (o enviará, pues una de ellas aún no ha ocurrido) espíritu de estupor, es decir, de embotamiento e insensibilidad, para no creerle a Dios. La paciencia de Dios se agota hasta el punto que, desde su trono, viene la decisión de entontecer al hombre, para que no crea en la verdad – y en uno de estos tres casos va aún más allá.

La primera ocurre en días de Isaías, cuando Dios llama al profeta al ministerio. Cuando el Señor le muestra su gloria, e Isaías se ofrece para ser enviado, el Señor le dice: «Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad» (Is. 6:9-10). Isaías es enviado a un pueblo que no entenderá, ni oirá, ni verá, ni se convertirá como consecuencia de la predicación, y esto, por decisión de Dios.

La segunda ocurre en tiempos del Señor Jesús. El evangelio de Juan lo registra en el capítulo 12: «Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo … Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón» (37-38, 40), y sigue la misma cita de Isaías 6. El Señor Jesús se encontró con una situación tan grave como la que halló Isaías.

La tercera ocasión ocurrirá en días del anticristo. La Biblia dice que éste se manifestará con «gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia» (2 Tes. 2:9-12).

En estos tres casos, el pecado del hombre, ha llegado al colmo, y Dios ya no lo puede tolerar. En días de Isaías, pese a que Dios les había enviado muchos profetas, ellos habían desobedecido una y otra vez, llegando incluso a dar muerte a varios de ellos. Por eso Dios decidió entregarlos a manos de los babilonios, para que por medio del dolor aprendiesen lecciones que necesitaban aprender.

En días previos al Señor Jesús, Dios les envió a Juan, luego al Señor mismo, y ellos no oyeron. «Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis» (Mat. 11:17), les diría el Señor, usando una parábola.

En los días del anticristo ocurrirá algo todavía peor. Los hombres que no hayan recibido «el amor de la verdad» serán entregados a un poder engañoso, para que crean la mentira. Si Dios les cierra los ojos a la verdad y se los abre a la mentira, ¿quién podrá ayudarlos? ¡Qué terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo! Los días que se acercan serán terribles. Por eso, los que hoy están recibiendo el testimonio de la verdad, deben creer en ella; los que ya están creyendo en la verdad, deben permanecer en la bondad de Dios (Rom. 11:22), para no caer mañana bajo la ira de Dios, porque de ella nadie podrá escapar.

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