La gloriosa manifestación venidera de la unidad del Cuerpo.

Lecturas: Luc. 12:36, 1ª Tim. 6:14-15, 1ª Tes. 1:9-10.

Esperando en Dios en el cielo, y esperando de los cielos a su Hijo. La espera en Dios por su presencia y su poder en la vida diaria serán la única preparación verdadera para esperar a Cristo en humildad y santidad verdadera. Esperar por Cristo viniendo de los cielos para llevarnos a los cielos dará la verdadera tonalidad de esperanza y de regocijo a la espera en Dios. El Padre que, a su propio tiempo, revelará a su Hijo desde los cielos, es quien nos prepara para esta revelación de su Hijo, en la medida en que esperamos en él.

La vida presente y la gloria venidera están conectadas inseparablemente en Dios y en nosotros. Algunas veces existe el peligro de que ellas sean separadas. Es siempre más fácil estar comprometido con la vida cristiana del pasado y del futuro que ser fiel en la vida cristiana hoy. Cuando miramos lo que Dios hizo en el pasado, o lo que él hará en el tiempo por venir, puede ser que dejemos escapar el clamor personal de la responsabilidad presente y la sujeción actual a Su obra.

La espera en Dios debe conducir siempre a la espera por Cristo como la gloriosa consumación de su obra; y la espera por Cristo nos debe recordar siempre nuestra responsabilidad de esperar en Dios, como la única prueba de que nosotros esperamos por Cristo en espíritu y en verdad. Existe el peligro de permanecer más ocupados con las cosas que están por venir que con Aquel mismo que está viniendo.

En el estudio de los acontecimientos venideros hay una cierta esfera de acción para la imaginación, la razón y la ingenuidad humanas, y nada, a no ser una profunda y humilde espera en Dios puede librarnos de confundir el interés y el placer del estudio intelectual con el verdadero amor por Él mismo y por su venida.

La esperanza de esta gloriosa venida te fortalecerá en la espera en Dios, con respecto a aquello que él está por hacer en ti. El mismo amor omnipotente que revela esta gloria está trabajando en ti, ahora mismo, para adecuarte a esa gloria.

«…aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13), es uno de los grandes lazos de unión entregados a la iglesia a través de los tiempos. «…cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron» (2ª Tes. 1:10). Entonces todos nosotros nos reuniremos, y la unidad del cuerpo de Cristo será vista en su gloria divina. Jesús recibiendo a los suyos y presentándolos al Padre. Aquellos que le pertenecen se encuentran con él y adoran aquella faz bendita, en amor indescriptible. ¡Los suyos se encuentran unos con otros en lo precioso del propio amor de Dios!

¡Esperemos, anhelemos y amemos la aparición de nuestro Señor y Novio celestial! Un amor tierno para con él, y un amor tierno de unos para con otros es el verdadero y único espíritu de la novia. No es cuando estamos más ocupados con los temas proféticos, pero sí cuando, en humildad y amor, estamos más unidos a nuestro Señor y sus hermanos, que tomamos entonces el lugar de la novia.

Esperar su venida significa esperar la gloriosa manifestación venidera de la unidad del cuerpo, mientras buscamos aquí mantener esta unidad en humildad y amor. Aquellos que más aman son los que están más preparados para su venida. El amor de unos para con otros es la vida y la belleza de su novia – la iglesia. ¿Y cómo puede ser realizado esto? Amado hijo de Dios, si tú deseas aprender a esperar correctamente a Su Hijo viniendo del cielo, vive ahora mismo esperando en Dios en el cielo. Recuerda cómo Jesús vivió siempre esperando en Dios. Él no podía hacer nada por sí mismo.

¡Oh, esperar a Cristo mismo es tan diferente a esperar las cosas que pueden venir o suceder! Esto último puede hacerlo cualquier cristiano; mas, para que haya lo anterior, Dios necesita obrar en ti todos los días, por su Espíritu Santo. Por lo tanto, todos ustedes, los que esperan en Dios, mírenlo a él, a fin de recibir gracia para esperar del cielo a Su Hijo, en el propio Espíritu que viene del cielo. Y tú, que esperas a su Hijo, espera en Dios continuamente, para que él revele a Cristo en ti. La revelación de Cristo en nosotros, como aquella que es dada a los que esperan en Dios, es la verdadera preparación para la plena revelación de Cristo en gloria.

«En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación» (Sal. 62:1).

Andrew Murray, Esperando en Dios.