En la epístola a los Gálatas se usa reiteradamente la palabra esclavitud. ¿Los hijos de Dios convertidos en esclavos? ¿Cómo es eso? Pablo dice haberse negado a someterse a los hermanos «circuncidadores», a fin de no perder la libertad que tenía en el evangelio, y para que la verdad del evangelio permaneciese con ellos. Esta negativa tenía que ver con la circuncisión, pero no era solo ese el asunto, pues la circuncisión implicaba todo el sistema de la ley.

La esclavitud aquí no se refiere a la esclavitud del pecado directamente, sino a la esclavitud de la ley. Pero esa esclavitud provocaría también la esclavitud del pecado, pues, asombrosamente, la ley convierte en esclavos a los hombres – la ley entendida como un sistema de obras por medio de la cual el hombre pretende justificarse delante de Dios. Por tanto, no es porque los gálatas hayan vuelto al pecado que Pablo los reconviene, sino porque ellos han vuelto a la esclavitud de la ley.

Pablo explica que nosotros «estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo» (es decir, de la ley), pero que cuando vino el Señor Jesucristo nos redimió de esa esclavitud para ser adoptados como hijos. Y de eso es una prueba el Espíritu Santo que ha sido enviado a nuestros corazones. «Así que ya no eres esclavo, sino hijo», concluye Pablo.

Pero los gálatas han errado: «¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años» (Gál. 4:9-10). Y luego les pregunta: «Decidme los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley?» (4:21), para traerles a la memoria la historia de Sara y Agar. Agar representa el monte Sinaí (la ley), que da hijos para esclavitud, y Sara representa la Jerusalén celestial, que da hijos libres. Los esclavos no tienen herencia, les dice Pablo, pero nosotros no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

Todo esto tiene un inmenso valor emancipador, no solo para los gálatas en los días de Pablo, sino para todos los que en cualquier época estén esclavizados por sistemas carnales que pretenden ofrecer méritos para acercarse a Dios, para ser justificados por Dios o para agradar a Dios.

La firmeza del planteamiento de Pablo es liberadora. «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (Gál. 5:1). La libertad aquí tiene que ver, como hemos visto, no con la libertad del pecado, sino con la libertad de la ley. «De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído» (5:4). El hecho es tan grave, que justifica plenamente las severas palabras con que Pablo habla. Con ellas intenta remecer la conciencia de los hermanos y despertarles de ese engaño en que han caído.

La ley como medio de justicia no es un asunto menor. Afecta nada menos que la comunión con Cristo, al punto de romperla. O buscamos ser justificados por la gracia en Cristo, o por la ley, pero no por ambas cosas. No podemos hacer mezcla, porque en tal caso nos desligamos de Cristo.

¿Cuánto de nuestras prácticas cristianas tiene hoy el olor nauseabundo de la ley, aunque disfrazadas hábilmente como ejercicios piadosos, como observancias sanas y espirituales? Que el Señor nos dé ojos ungidos para verlo, y para romper con ello.

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