Cuando se habla de testimonio, a menudo vemos personas hablando de sus vidas anteriormente en pecado, en las drogas, en el mundo, etc. Sin embargo, ese es testimonio de hombres. El testimonio que hemos de dar no es el nuestro, sino el de Dios, y este testimonio no tiene relación solo conmigo, sino con todos.

Dios dice que todos nosotros fuimos engendrados en iniquidad, y en pecado nos concibió nuestra madre (Sal. 51:5). «Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia» (Is. 64:6). Nacemos pecadores, y por eso somos del diablo: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio» (1 Juan 3:8). A causa del pecado, recibiremos como salario la muerte: «Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom. 6:23). No importa si alguien fue un gran pecador, o se considera a sí mismo justo porque nunca robó o mató, porque para Dios, «todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Rom. 3:23).

Mas Dios, que es rico en misericordia, envió su Hijo Jesús al mundo, para que fuésemos salvos por él: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Jesús es nuestra paz; él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Él nos reconcilió con Dios: «Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él» (Col. 1:21-22). Él murió por nosotros, y nos llevó a morir juntamente con él.

Morimos con Cristo y resucitamos juntamente con él para andar en vida nueva: «…aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Ef. 2:5-6). Ahora no soy yo quien vivo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gál. 2:20).

Este es el testimonio de Dios, el testimonio que el Padre da acerca de su Hijo: «Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Juan 5:9-12).

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