Un análisis de la composición de las partes del hombre y sus funciones.

En Génesis, capítulo 1 aparece la misión del hombre y en el capítulo 2 aparece su constitución, la cual depende de la misión. Conforme a la misión del hombre, lo hace, le enseña. Nos será fácil entender lo que Dios quiere, por qué nos hizo como somos.

Dice en Génesis 2:7: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra». Todo elemento de nuestro organismo está en el barro – por eso es que esa medicina naturista tiene tan buenos efectos con el barro. Esa parte se refiere a nuestro cuerpo físico. «…y sopló en su nariz aliento de vida». Ahora se refiere al espíritu del hombre. En Santiago dice que el cuerpo sin espíritu está muerto. Cuando el espíritu entró en el hombre por su nariz, entonces «fue el hombre un ser viviente». Eso significa que llegó a ser un alma viviente.

Cuando Pablo analiza este pasaje, dice: «Porque tenemos este tesoro en vasos de barro», comprendiendo al hombre como un vaso; por eso es que en Romanos 9 habla de «vasos para honra» y de otros. La palabra «vaso» nos indica el plan de Dios para con nosotros los hombres, que será el de contener a Dios; porque, ¿cómo vamos a portar Su imagen y ser canal para Su reino y Su Señorío, si no lo contenemos? ¿Cómo lo vamos a contener y a reflejar si no tenemos afinidad con Él? El espíritu del hombre es afín con el Espíritu de Dios; se pueden mezclar y hacer un solo espíritu. Por eso dice en 1 Corintios 6:17: «…el que se une al Señor, un espíritu es con él». Se unen como el café con leche. Antes a un lado estaba el café y en el otro la leche. Ahora quedamos totalmente en Él y Él en nosotros.

El espíritu es el Lugar Santísimo del templo y el alma es el Lugar Santo, es la que tiene que recibir la información tanto de adentro como de afuera. Dios se mueve en el espíritu del hombre, y se le avisa al alma y ésta entiende e interpreta. Debido a eso era que en el Lugar Santísimo –donde estaba el arca– para movilizar el arca había unas barras, y las dos puntitas de las barras salían al Lugar Santo.

Composición de las partes del hombre

El espíritu es el Lugar Santísimo del templo humano, donde mora el Espíritu de Dios, y consta de las siguientes partes: conciencia, comunión e intuición. La intuición es la percepción de Dios, de su presencia, de su voz, de su guía. La intuición no es meramente una deducción racional; es como una especie de semáforo que inspira nuestro mover.

El alma es el Lugar Santo en el templo humano. Es el asiento del ego, de la mente (razón, memoria, concentración), de la voluntad (prefiere, decide, escoge), de las emociones. Todo esto integra lo que se llama la personalidad, y caracteriza la individualidad de cada ser humano; es lo que nos hace ser nosotros mismos y no otro.

El cuerpo es el Atrio en el templo humano, y es el asiento de los sentidos (vista, olfato, tacto, oído, gusto, vestibular [equilibrio] y cenestésico [dolor y cansancio]). También es asiento de los diferentes aparatos biológicos: óseo, muscular, nervioso, respiratorio, digestivo, circulatorio, endocrino, reproductivo.

El templo de Dios y la Trinidad

Ese aliento de vida que sopló Dios al hombre se refiere al espíritu del hombre, el espíritu humano. Romanos 8:16 dice que: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». Eso significa que el espíritu del hombre es creado, no es eterno; tuvo principio en la creación de Dios. Zacarías 12:1b dice que: «Jehová…forma el espíritu (rujá) del hombre dentro de él». Tenemos espíritu humano, alma humana y cuerpo humano; somos un vaso, que se une al Señor y recibe en el espíritu humano al Espíritu divino, que trae todo lo que es de Cristo y todo lo que es del Padre. El Padre viene a través del Hijo.

Dice Jesús: «No me dejó solo el Padre; El que me envió conmigo está, y las palabras que yo hablo, no las hablo por mi propia cuenta. El Padre, que mora en mí, El me ha dado mandamiento. ¿No creéis que soy en el Padre y el Padre en mí? El que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que tiene al hijo, tiene también al Padre». Entonces el Hijo no viene solo. Cuando recibimos al Espíritu Santo, el Espíritu Santo trae al Hijo. Por eso Jesús dijo: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él» (Jn. 14:23). El Padre viene con el Hijo y en el Hijo, y vienen a través del Espíritu Santo. El Espíritu no nos hablará por su propia cuenta, sino que tomará de lo del Hijo. Es como cuando le damos la mano a una persona con mano enguantada; le tocamos el guante, pero también le tocamos la mano que viene dentro del guante. El Hijo de Dios se ha sembrado en nosotros, crece en nosotros, se forma en nosotros.

Cuando estamos en comunión con Dios, recibimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque somos la casa de Dios, y Dios es Trino; tres Personas de un mismo Dios. En la esencia de Dios subsisten las tres Personas, pero la sustancia esencial de las tres Personas es la misma. Sólo que la esencia divina en el Padre subsiste como Aquel que engendra, como Aquel de quien procede el Espíritu. La misma esencia divina en el Hijo subsiste como la imagen del invisible. El invisible es el Padre, y el visible, la imagen, el resplandor, el Verbo, el agente, es el Hijo. La esencia divina en el Hijo subsiste como engendrada por el Padre, por eso hablamos del Unigénito del Padre; pero no se puede hablar del Padre unigénito, porque al Padre nadie lo engendró, en cambio al Hijo lo engendró el Padre. «Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy» (Salmos 2:7b).

Esa misma esencia subsiste en el Espíritu Santo como procediendo del Padre y del Hijo, porque el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo; en cambio el Padre no procede. En la procedencia se distingue el Espíritu, del Padre, mas no en la esencia. Las tres personas tienen la misma esencia porque es un solo Dios. En el Padre subsiste engendrando y exhalando; en el Hijo engendrado y expresando, y en el Espíritu procediendo. La esencia en Dios es una sola, pero subsiste de tres maneras y cada manera tiene conciencia de sí misma y es Persona.

Esas tres subsistencias distintas de la única esencia, son personales, porque cada una se manifiesta con características personales y usan el pronombre yo. El Padre le dice al Hijo: «Yo te engendré hoy». El Hijo le dice al Padre: «Tú, oh Padre, en mí». El Espíritu Santo también habla y dice en primera persona: «Apartadme…». Es por esa razón que esas tres Personas distintas hacen un solo Dios verdadero, la Trinidad, y puede decir: «Hagamos al hombre … descendamos y confundamos … quién irá por nosotros», etc.

Esas tres personas son inseparables, incluso coinherentes, pues una está en la otra. El Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre; el Padre y el Hijo vienen por medio del Espíritu a la Iglesia. Cuando el Espíritu viene, entra el Hijo, y cuando el Hijo viene, trae al Padre, para expresar su gloria en la Iglesia.

Por eso dice Dios: «Hagamos al hombre…» con espíritu para recibirlo, con alma para interpretarlo y representarlo y con cuerpo para servirlo. El alma interpreta, por eso dice que si alguno ora en espíritu, su espíritu ora, pero su mente queda sin entendimiento y es necesario pedir a Dios que el entendimiento interprete el mover de Dios en su espíritu. La vida divina fluye desde el interior hasta el exterior; el mover del Señor en tu espíritu pasa al entendimiento, y es cuando el alma entiende, simpatiza y decide, y da la orden al cuerpo, y luego el cuerpo obedece.

El presidente es el espíritu, el alma es el mayordomo, y el cuerpo es el siervo, el secretario. Aunque en el hombre natural la cosa es al revés: el presidente es el cuerpo, el alma es el esclavo, y al presidente lo mataron; por eso es necesaria la redención.

Es necesario entender ese desbarajuste que aconteció en el hombre desde la caída. Ese hombre tripartito fue puesto por Dios en medio del jardín del Edén. Dios no hizo al hombre solamente con cuerpo, no. Dios le dijo al hombre: «De todos los árboles puedes comer». Había árboles frutales para alimentar el cuerpo; pero el hombre tenía espíritu. ¿Cómo iba a alimentar el espíritu? En medio del jardín estaba el árbol de la vida; y esa palabra vida se refiere a la vida misma de Dios, la eterna. Él quiere ser el alimento del hombre; Dios quiere ser digerido por el hombre, saturarlo y que asimile a Dios; por eso Dios se presenta como si fuera una comida. «El que me come vivirá… tomad, comed». Los hombres fueron diseñados como vasos para contener a Dios, para comer a Dios. Jeremías dice: «Toma este libro, abre tu boca y cómetelo» (Jeremías 15:16; Apocalipsis 10:9), y dice: «Nutríos», porque es vida, es espíritu.

Dios puso ahí el árbol de la vida, el cual no estaba prohibido. Había otro árbol que estaba al lado y que representaba a Satanás, el actuar por sí mismo, independientemente de Dios, viviendo por nosotros mismos como si Dios no existiera, como si no tuviéramos nada que ver con Él; eso era lo que representaba el árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero el árbol de vida, representaba vivir por Dios, y eso es lo que Él quiere que entendamos, y por eso Él se hizo manifiesto a través de su Hijo – el que tiene al Hijo, tiene la vida. Cristo es la vida, es el camino y es la verdad, y la vida tiene luz y alumbra, y la luz y la vida son la verdad, y la verdad es eterna; y la vida edifica la casa de Dios, para que Dios aparezca en toda la Iglesia.

En Génesis éramos barro, pero en 1ª Corintios somos ya piedras, y en Apocalipsis somos ya piedras preciosas. El hombre quiere esa preciosura transparente, diáfana, de las piedras; está en el hombre, por eso el hombre se quiere adornar con piedras, y eso es lo que representa el trabajo de Dios en nosotros. La casa de Dios debe ser construida con oro, plata y piedras preciosas. Con la naturaleza divina, el Padre, que está representado en el oro; con la redención, cuyo precio se representa con la plata, y que simboliza al Hijo; y con las piedras preciosas, que es el trabajo de Dios en los hombres, el Espíritu Santo transformándonos bajo presión, para que el carbón se convierta en diamante. Si ahora mismo estás bajo presión, entiéndelo a Dios. Él quiere que Su trabajo aparezca para que tú seas precioso, por la preciosura del Señor.

En Efesios 3:14-16, dice: «Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu». El apóstol Pablo, por el Espíritu Santo, nos presenta aquí en forma magistral y sintética el desarrollo de la casa de Dios, el cuerpo de Cristo; nos va mostrando una primera etapa, necesaria para la segunda, luego para la tercera, y esa para la cuarta. Es la experiencia de la persona y de la Iglesia, porque la persona cristiana, hija de Dios, es parte de la Iglesia. Pablo, conociendo lo que Dios quiere y habiendo recibido del Padre la manera cómo realiza Su propósito ahora con el hombre nuevo, que es la Iglesia, él empieza a orar por puntos especiales, pero lo que Pablo quiere que Dios dé no es lo material; eso viene por añadidura.

Él comienza a pedir por la Iglesia, para que cada hermano sea fortalecido en su Espíritu; el del Señor en el hombre interior. Allí están las prioridades de la intercesión del apóstol Pablo. Sin el fortalecimiento en el hombre interior, nada de valor se hace; todas las cosas tienen que comenzar por el fortalecimiento del hombre interior, por el don de Dios. La gloria es la expresión maravillosa de Dios, y esas riquezas de la gloria de Dios, en gracia, fortalecen nuestro hombre interior, que es el espíritu. Por ahí comienza el trabajo de Dios, desde el interior hacia el exterior. «El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva».

Es necesario poner mucha atención a lo que ocurre en nuestro interior. A veces estamos tan acelerados y agitados, tan arrastrados por el mundo, por las actividades, incluso deliciosas, y ponemos muy poca atención a la muy suave pero muy fiel y verdadera voz de Dios en el hombre interior; la parte más íntima de nuestro ser, allá en la conciencia, en la intuición del espíritu. Los verdaderos acontecimientos de valor espiritual, los auténticos, se dan primeramente en el ámbito del hombre interior, del espíritu; primero tiene que moverse Dios en gracia, Dios tiene que tomar la iniciativa y soplarte.

Dice en el libro de Job 32:8: «Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo (rujá) del Omnipotente le hace que entienda». Él se mueve como un suave soplo, como una brisa interior muy fresca. Quizás estamos acostumbrados a las aceleraciones psicodélicas de este siglo, a las agitaciones del alma, a las emociones del hombre exterior, y pasamos por alto esa suave brisa, pero contundente, nítida y clara, con dirección de Dios. No nos damos cuenta que Dios a veces aprueba, a veces aplaude, y a veces se alegra, y lo sabes en lo espiritual, se entristece; cuando se contrista es porque el Espíritu del Señor se contrista. Dice María en aquel pasaje de Lucas 1:46-47: «Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador». En el griego, engrandece, respecto del alma, lo dice en presente, pero regocija, respecto del espíritu, aparece en pasado (regocijó), y eso se debe porque primero acontecen las cosas en el espíritu, porque allí está ubicado el semáforo de Dios, el cual da luz verde o luz roja; a veces es amarilla, cuando Dios nos dice que caminemos despacio, con mucho cuidado, porque esto es asunto sagrado.

A veces tienes libertad, tienes vida, tienes paz, porque cuando el Señor está de acuerdo te lo hace saber por medio de la vida; la vida espiritual es como una especie de lámpara de Jehová; cuando la lámpara está con poca luz, hay que añadirle combustible, entonces aumenta. La Biblia dice: «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones» (Colosenses 3:15). Es la paz en el sentido de recibirla; dice que si tenemos al Señor, somos sensibles en el espíritu; nuestro espíritu es una lámpara de Dios, de modo que cuando el Señor está de acuerdo nos lo hace saber en el espíritu, y cuando no está de acuerdo, también. Hay ocasiones en que Dios quiere que no estemos muy apresurados. A veces no nos damos cuenta de nuestros pecados que son ocultos; tal vez nos damos cuenta de los pecados claros; por eso el salmista, refiriéndose a los pecados, decía: «Líbrame de los que me son ocultos» (Salmos 19:12b), esos desacuerdos misteriosos que andan en mi mente en forma natural.

Funciones del espíritu

El espíritu es la parte del hombre que sirve para comunicarnos con Dios y captarlo en sus diferentes manifestaciones. Es la parte de nosotros donde Dios viene a morar. El espíritu del hombre tiene funciones diferentes a las del alma humana. El espíritu humano es la sede de la conciencia, la intuición y la comunión con Dios.

a. La conciencia, nos alerta, nos dice lo que está bien y lo que está mal.

b. La intuición o percepción, es algo diferente a nuestros sentimientos (éstos se encuentran en el alma), pues se trata de un percibir más intenso y mucho más interno en nuestro ser. Por medio de la intuición podemos percibir la presencia de Dios, el fluir de Dios, su aprobación o reprobación; es una especie de semáforo que nos permite sentir la oportuna aprobación de Dios.

c. La comunión con Dios, es un componente muy íntimo del ser humano. Es la parte del espíritu por medio de la cual oramos y adoramos a Dios en espíritu.

En 1 Corintios 6:17 leemos: «Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él». Eso significa que el trabajo de dispensarse Dios, es primero a través de nuestro espíritu, cuando opera la regeneración de nuestro espíritu; el Espíritu de Dios haciéndose uno solo con nuestro espíritu; la vida divina uniéndose con el espíritu humano; mezclados en un solo espíritu, como el ejemplo del café con leche. Luego esa vida se va manifestando en la transformación del alma y posteriormente y como consecuencia, se manifiesta en el cuerpo. Cada órgano está diseñado para entrar en contacto con algo. El órgano para entrar en contacto directo con Dios es el espíritu. Dice en Romanos 8:16: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». Esta vida de Dios que entró a nuestro espíritu, se convierte en ríos de agua viva cuyo fin es correr de dentro hacia afuera, transformando todo nuestro ser, pasando primero del espíritu a nuestra alma, transformando nuestro carácter; empezamos así a ser renovados e irrigados en un fluir de dentro hacia afuera, como lo dice el Señor Jesús en Juan 7:37b-39.

El mover de Dios en nuestro espíritu

Dios decidió venir a morar en el espíritu del hombre, al cual da su testimonio; el que recibe el testimonio de Dios, lo tiene en sí mismo, en el espíritu, en lo más íntimo de su ser. Es necesario darle la debida atención al mover de Dios en nuestro espíritu, porque allí es donde se manifiesta el gobierno de Dios. Dios nos da señales en nuestro espíritu, y es allí donde debemos distinguir el impulso de Dios, la restricción de Dios, las advertencias y amonestaciones de Dios, la lección de Dios.

Dios le dijo a Moisés: «Moisés, en el Lugar Santísimo del tabernáculo vas a poner el arca; sobre el propiciatorio y bajo las alas de los querubines me declararé a vosotros» 1. El Señor se declara en el Lugar Santísimo cuando la sangre ha sido derramada sobre el propiciatorio para cubrir el pecado. Bajo las alas de los querubines, para no irse a los extremos, porque Dios no mora ni habla en los extremos; a veces nos vamos muy allá. Todo aquello es figura de las cosas reales. Hoy el arca, Cristo, está en nuestro corazón. En nuestro espíritu es donde está el Espíritu del Señor, y es allí, donde tú percibes la presencia de Dios, la hora de Dios; pero si tú estás en las fiestas de las agitaciones de tu alma, Dios pasa de largo y no conoces su día ni su visita, como en el caso de Samuel, que cuando el Señor lo llamaba, al comienzo pensaba que eran cosas de Elí.

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios, los cuales se caracterizan por el Espíritu que les ha dado vida nueva. En Gálatas 4:19, Pablo habla de tener dolores de parto, «hasta que Cristo sea formado en vosotros». Como ocurre en la preñez de la mujer, en los creyentes, como esposa del Señor, hay períodos en que Cristo se está formando en su interior. Al principio las mujeres sienten un pequeño peso, y nosotros a veces no ponemos atención a ese pequeño peso y arriesgamos la criatura. Si una mujer que está embarazada se pone a cargar cosas, subir escaleras muy de prisa, está poniendo en peligro la vida del bebé. Puede sobrevenir una hemorragia y un aborto. Incluso hay mujeres que no sabían que estaban embarazadas hasta que perdieron el niño. Hay personas que ofenden al Señor sin darse cuenta. Ya tenían al Señor morando dentro de sí, pero como que no lo sentían porque estaban muy acostumbradas al psicodelismo de la aceleración del alma. No ponían atención a ese sobremover íntimo y profundo del Espíritu, a esa patadita. De pronto dices que el Señor Jesús se estremeció y el Espíritu se movió en tu corazón, pero antes en tu espíritu.

Amados, ¿vosotros queréis estar en el reino de Dios? ¿Queréis que os gobierne el Señor en vuestros espíritus? No os hagáis esclavos de los hombres; libertos sois de Cristo, pero que él os gobierne en el Espíritu. Tú tienes que conocer al Señor en gentileza, fiel a él, sin tener temor de los hombres; de lo contrario, no eres siervo de Cristo. Si tratamos de agradar a los hombres, no somos siervos de Cristo. Tenemos primero que agradar al Señor en espíritu, ser leales a él. Cuánto hemos buscado agitadamente de aquí para allá, de allá para acá, pero el Señor está en los que han buscado a Cristo, los hijos de Dios que recibieron a Cristo. No es necesario que te lo digan de afuera.

Ponle atención a tu hombre interior para saber hacia dónde se mueve Dios. Entonces vas a conocer la paz, entonces es cuando te vas a poner el yugo, y eso es lo que significa: «Niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16:24). ¿Cómo lo vas a seguir si no sabes para dónde va? Pero los que le conocen, saben para dónde va, porque dice: El Padre ama al hijo y le muestra las cosas que él hace, para que el hijo las haga, y dice el Padre: «Al que me ama, yo también me manifestaré a él y le daré a entender lo que estoy haciendo, para que lo haga juntamente conmigo».

No se engañe con las apariencias exteriores; conozca la gloria del Señor, conozca las situaciones, conozca las personas, conozca a los hermanos. El espiritual juzga todas las cosas, la visión espiritual en la Iglesia; ejercitando su espíritu, su hombre interior. Nicodemo no entendía a Jesús. «¿Qué es eso que tú hablas? ¿Qué es eso de nacer de nuevo, cómo es eso, acaso debo entrar de nuevo en el vientre de mi madre? No entiendo, eso es muy complicado». Jesús le dice: «¿Eres tú maestro de Israel y no sabes estas cosas? De cierto te digo que de lo que sabemos hablamos, y nadie recibe nuestro testimonio, pero el que recibe nuestro testimonio, ese atestigua que Dios es veraz» (Juan capítulo 3).

El ser del hombre y su relación con Dios

Debemos poner permanente atención a nuestro espíritu, a lo que testifica, porque por ahí es el camino estrecho del reino de Dios, donde uno tiene que negarse a sus propios intereses, cuando algo no le gusta al Espíritu. Es necesario que te humilles, te arrepientas, que confieses aquello que esté ocurriendo en tu vida, y decir: «Señor, si hay algo que no entiendo, que permanece oculto, examíname, oh Dios, en tu luz; Tú eres la luz». Pero si tú no se lo pides, él va a hacer como que si siguiera de largo, y te quedas sin su visita. Tú tienes que invitarlo, tienes que consagrarte para que él reine sobre ti; de lo contrario él te deja ir donde tú quieras. Pero si tú decides negarte a ti mismo y seguir con él, en tu espíritu sabrás para donde vas. Es necesario que el hombre interior sea fortalecido por el Espíritu; sea hecho sensible, que sea rota esta capa gruesa que no nos deja percibir, como dice el Señor: «Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente».

Cuídate de ofrecer tus holocaustos en cualquier parte, sino en el lugar que Dios escogiere allí debes ir, y ese lugar es Cristo en el espíritu, y el Cuerpo de Cristo; ese es el santuario único de Dios, donde todos lleguemos a estar en unidad espiritual y en coordinación interior legítima, debajo del verdadero gobierno del Espíritu de Dios. Dios tenga misericordia de nosotros y nos conceda caminar con él por el camino estrecho que es el legítimo, Jesucristo.

Gino Iafrancesco

Extractos de mensajes impartidos en Teusaquillo y Fontibón, Colombia.