Hay cuatro clases de obras que son los signos externos y manifiestos del poder del Espíritu.

Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo».

– Rom. 15:13.

El poder del Espíritu en sus manifestaciones externas y visibles

El poder es una prerrogativa exclusiva y especial de Dios y solo de Dios. «Dos veces he oído esto: que de Dios es el poder» (Sal. 62:11). Dios es Dios, y el poder le pertenece. Aunque delegue una porción de él a sus criaturas, sigue siendo Su poder.

El sol, aunque sea «como esposo que sale de su tálamo», que «se alegra como gigante para correr el camino» (Sal. 19:5), no tiene el poder para ejecutar sus movimientos sino de la manera como lo dirija Dios.

Las estrellas, aunque viajan en sus órbitas y nada las puede detener, no tienen ni poder ni fuerza propios, excepto aquel que Dios les otorga diariamente.

El alto arcángel que está junto a Su trono y que brilla resplandeciente –aunque sea uno de aquellos que destacan en fuerza y que escucha la voz de los mandamientos de Dios– no tiene sino el poder que su Creador le da.

Y cuando pensamos en el hombre, y evaluamos si tiene fuerza o poder, todo lo que posee resulta ser tan insignificante que apenas si podemos llamarlo poder. Sí, cuando está en la cumbre, cuando empuña su cetro, cuando gobierna naciones, el poder que tiene aún le pertenece a Dios.

Esta prerrogativa exclusiva de Dios se encuentra en cada una de las tres Personas de la gloriosa Trinidad. El Padre tiene poder, pues por su palabra fueron hechos los cielos y todo lo que contienen. Por su fuerza todas las cosas se mantienen y por él cumplen con su destino. El Hijo tiene poder pues, como su Padre, él es el creador de todas las cosas, y «sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Juan 1:3). «Y todas las cosas en él subsisten» (Col. 1:17). Y el Espíritu Santo tiene poder.

Hoy hablaré acerca del poder del Espíritu Santo. Espero que puedan experimentar en sus propios corazones una ejemplificación práctica de ese atributo, cuando sientan que la influencia del Espíritu Santo está siendo derramada para comunicar a sus almas las palabras del Dios viviente. Y espero que esa influencia les sea otorgada también a ustedes y que sientan su efecto en sus propios espíritus.

El poder del Espíritu no ha estado inactivo, ha estado obrando. Mucho ha sido hecho ya por el Espíritu de Dios; más de lo que pudiera haber sido logrado por ningún ser excepto el eterno y todopoderoso Jehová, de quien el Espíritu Santo es una Persona. Hay cuatro clases de obras que son los signos externos y manifiestos del poder del Espíritu: las obras de creación, las obras de resurrección, las obras de testimonio y las obras de gracia. De cada una de estas obras hablaré brevemente.

  1. Las obras de creación

Primero, el Espíritu ha manifestado la omnipotencia de Su poder en las obras de creación. Aunque no se menciona frecuentemente en la Escritura, la creación es atribuida algunas veces al Espíritu Santo, así como también al Padre y al Hijo.

Se nos dice que la creación de los cielos es la obra del Espíritu de Dios. Esto lo verán de inmediato en las sagradas Escrituras, en Job 26:13: «Su espíritu adornó los cielos; su mano creó la serpiente tortuosa». Se dice que todas las estrellas del cielo fueron colocadas en lo alto por el Espíritu y una constelación particular llamada la «serpiente tortuosa» es señalada especialmente como el trabajo de sus manos.

Él desata las ligaduras de Orión; él ata con cadenas las dulces influencias de las Pléyades y guía a la Osa Mayor junto con sus hijos. Él hizo todas esas estrellas que brillan en el cielo. Los cielos fueron adornados por sus manos y él formó a la serpiente tortuosa con Su poder.

Y así también muestra su poder en esos actos continuos de creación que todavía se realizan en el mundo, como crear al ser humano y a los animales, su nacimiento y su generación. Estos actos también se le atribuyen al Espíritu Santo.

En el Salmo 104:29-30, leemos: «Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra».

Así ven ustedes que la creación de todo hombre es la obra del Espíritu, y la creación de toda vida y de toda carne también. La existencia de este mundo se debe atribuir al poder del Espíritu, así como también el primer adorno de los cielos o la forma de la serpiente tortuosa.

Y si ven en el primer capítulo del Génesis, allí notarán particularmente explicada esa peculiar obra de poder que fue llevada a cabo por el Espíritu Santo en el universo.

Ustedes descubrirán entonces cuál fue su trabajo especial. En el versículo segundo del primer capítulo de Génesis, leemos: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».

No sabemos cuán remoto pueda ser el período de la creación de nuestra tierra: ciertamente muchos millones de años antes del tiempo de Adán. Nuestro planeta ha pasado por varias etapas de existencia y diferentes clases de criaturas han vivido en su superficie, todas ellas creadas por Dios.

Pero antes de que llegara la era en que el ser humano sería su habitante principal y monarca, el Creador entregó el mundo a la confusión. Permitió que los fuegos internos estallaran desde las profundidades y fundió toda la materia sólida de manera que toda clase de sustancias estaban mezcladas en una vasta masa de desorden. La única descripción que se podría dar al mundo de entonces es que era una caótica masa de materia.

Cómo debió ser, no podríamos definirlo. La tierra estaba enteramente desordenada y vacía. Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Llegó el Espíritu y extendiendo sus anchas alas, ordenó a las tinieblas que se dispersaran y cuando voló él sobre la tierra, todas las diferentes porciones de materia se colocaron en sus lugares y ya no fue «desordenada y vacía».

Esto, vean ustedes, es el poder del Espíritu. Si hubiéramos visto esa tierra en toda su confusión, habríamos dicho: «¿Quién puede hacer un mundo de todo esto?». La respuesta habría sido: «El poder del Espíritu lo puede hacer. Con solo extender sus alas como de paloma, él puede hacer que todas las cosas se junten. Por ello habrá orden en donde no había nada sino confusión».

Y este no es todo el poder del Espíritu. Hemos visto algunas de sus obras en la creación. Pero hubo una instancia de creación en particular en la que él estuvo más especialmente ocupado, a saber, la formación del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo.

Aunque el Señor Jesús nació de una mujer y fue hecho a semejanza de la carne pecadora, el poder que lo engendró estuvo enteramente en Dios el Espíritu Santo. «El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lucas 1:35). Él fue concebido por el Espíritu Santo.

La estructura corporal del Señor Jesús fue una obra maestra realizada por el Espíritu Santo. Esa estructura, en toda su belleza y perfección, fue modelada por el Espíritu. En su libro estaban diseñados todos sus miembros cuando todavía no habían sido creados. Él lo modeló y lo formó. Aquí pues, tenemos otro ejemplo del poder creador del Espíritu.

  1. Las obras de resurrección

Una segunda manifestación del poder del Espíritu Santo se encuentra en la resurrección del Señor. Si alguna vez han estudiado este tema, pueden haberse sentido desconcertados al descubrir que, algunas veces, la resurrección de Cristo es atribuida a él mismo. Por su propio poder y Divinidad resucitó. Él no podía haber sido detenido por los lazos de la muerte, sino que como entregó voluntariamente su vida, tenía el poder de retomarla.

En otra parte de la Escritura encontramos que la resurrección es atribuida a Dios el Padre: «Dios le levantó de los muertos» (Rom. 10:9). «Exaltado por la diestra de Dios» (Hech. 2:33). Y así otros muchos pasajes similares.

Pero, también dice la Escritura que Jesús fue levantado de entre los muertos por el Espíritu Santo. Ahora bien, todas esas cosas son ciertas. Él resucitó por el Padre, porque el Padre dio un mensaje oficial que liberó a Jesús de la tumba. Pero fue levantado por el Espíritu en cuanto a ese poder que recibió su cuerpo mortal, por la cual se levantó de nuevo después de haber permanecido en su tumba por tres días y noches.

Si quieren pruebas de esto deben ver su Biblia en 1ª Pedro 3:18: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu».

Y se puede encontrar otra prueba en Romanos 8:11 (me gusta citar los textos porque creo que es una gran falla de los cristianos no escudriñar las Escrituras lo suficiente, y haré que lo hagan cuando estén aquí, si es que no lo hacen en otros lugares): «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros».

Entonces la resurrección de Cristo fue efectuada por la intervención del Espíritu, y aquí tenemos una ilustración de su omnipotencia. Si hubieran podido entrar, como lo hicieron los ángeles, en la tumba de Jesús y ver su cuerpo durmiente, lo habrían encontrado frío como cualquier otro cadáver. Si hubieran levantado su mano, se habría desplomado a un lado. Si hubieran podido mirar sus ojos, los habrían visto vidriosos. Y allí se ve la lanzada mortal que debió acabar con su vida. Vean sus manos, no fluye la sangre, están frías e inmóviles.

¿Puede vivir ese cuerpo? ¿Puede levantarse? Sí. ¡Y puede ser un ejemplo del poder del Espíritu! Porque cuando el poder del Espíritu llegó a él, al igual que cuando cayó sobre los huesos secos del valle, se levantó en la majestad de su divinidad, brillante y resplandeciente, que asombró a los vigilantes de manera que huyeron. Sí, se levantó para no morir más, sino para vivir para siempre, Rey de reyes y soberano de los reyes de la tierra.

  1. Las obras de testimonio

La tercera de las obras del Espíritu Santo que han demostrado su poder de manera maravillosa, son las obras de testimonio. Con ello quiero decir las obras que atestiguan. Cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma y lo proclamó el Hijo Amado de Dios. Eso es lo que yo llamo una obra de testimonio.

Y cuando después levantó al muerto, cuando sanó al leproso, cuando les habló a las enfermedades y éstas huyeron rápidamente, cuando salieron precipitadamente por millares los demonios de los que estaban poseídos, todo eso se hizo por el poder del Espíritu. El Espíritu habitaba en Jesús sin medida y por ese poder se obraron todos sus milagros. Estas fueron obras de testimonio.

Y cuando Jesús se fue, recordarán ese magistral testimonio del Espíritu, que regresó como un poderoso viento estruendoso entre los discípulos congregados y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos y fueron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según como el Espíritu les daba que hablasen.

Y cómo también ellos hicieron milagros; cómo predicaban; cómo Pedro resucitó a Dorcas; cómo Pablo sopló la vida en Eutico; cómo se hicieron grandes milagros por los apóstoles así como los había hecho su Señor, de manera que se vieron grandes señales y prodigios, llevados a cabo por el poder del Espíritu de Dios, y muchos creyeron.

Después de eso ¿quién dudará del poder del Espíritu Santo? Ah, esos miembros de la secta de Socinio que niegan la existencia del Espíritu Santo y su absoluta personalidad, ¿qué van hacer cuando los atrapemos mostrándoles las obras de creación, de resurrección y de testimonio? Ellos están contradiciendo a la Escritura.

Pero observen: es una piedra sobre la que si algún hombre cae, saldrá lastimado; pero si cae sobre él como lo hará si se resiste, lo triturará hasta convertirlo en polvo.

El Espíritu Santo tiene un poder omnipotente. Sí, tiene el poder de Dios porque él es Dios.

  1. Las obras de gracia

Además, si queremos otro signo externo y visible del poder del Espíritu, podemos mirar a las obras de gracia. Vean una ciudad donde un adivino tiene el poder que él mismo ha proclamado como una gran persona. Un cierto Felipe entra y predica la palabra de Dios y en seguida Simón el mago pierde su poder y él mismo busca para sí el poder del Espíritu, imaginando que puede comprarse con dinero.

Vean, en tiempos modernos, un país en donde los habitantes viven en miserables tiendas hechas de paja, y se alimentan de reptiles y de otras criaturas semejantes; obsérvenlos cómo se inclinan ante sus ídolos y cómo adoran a sus falsos dioses y cómo están tan hundidos en la superstición y tan degradados, que se llegó a debatir si tenían alma o no.

Vean a un Robert Moffat, (misionero en Sudáfrica por más de 50 años) que va con la palabra de Dios en su mano, óiganlo predicar con la capacidad de expresión que le da el Espíritu, acompañando esa Palabra con poder.

Ellos arrojan a un lado sus ídolos, y odian y aborrecen sus costumbres anteriores; construyen casas en donde habitan; se visten y ahora tienen una mente recta. Rompen el arco y parten la lanza en pedazos; la gente incivilizada se torna civilizada; el salvaje se vuelve educado; el que no sabía nada comienza a leer las Escrituras.

De esta manera por boca de aquellos que fueron salvajes, Dios atestigua el poder de su poderoso Espíritu.

Visiten una casa en esta ciudad –y los podríamos llevar a muchas de esas casas– donde el padre es un borracho, un hombre que vive en una condición desesperada; véanlo en su locura, y preferirían encontrarse con un tigre sin cadenas que con un hombre así. Da la impresión de que él podría partir a un hombre en pedazos si este llegara a ofenderlo.

Observen a su esposa. Ella también tiene su voluntad, y cuando él la maltrata, ella le opone resistencia; se han visto muchas peleas en esa casa, y a menudo el ruido que generan molesta a todo el vecindario. En cuanto a los pobres niños, véanlos en sus harapos y desnudez, pobres pequeños ignorantes. ¿Ignorantes dije? Están siendo instruidos y muy bien instruidos en la escuela del demonio y están creciendo para ser herederos de la condenación.

Pero alguien a quien Dios ha bendecido por su Espíritu es guiado a esa casa. Tal vez solo se trate de un humilde misionero de la ciudad, pero le habla a aquel hombre así: «Ven y escucha la voz de Dios». Y la Palabra, que es poderosa y eficaz, corta el corazón del pecador. Las lágrimas corren por sus mejillas como nunca las habían visto antes. Tiembla y se estremece, y esas rodillas que nunca temblaron, comienzan a tambalearse. Ese corazón que nunca se acobardó, ahora empieza a temblar ante el poder del Espíritu.

Se sienta en una humilde banca junto al penitente, y observa cómo sus rodillas se doblan mientras sus labios pronuncian la oración de un niño, pero aunque es la oración de un niño, es la oración de un hijo de Dios.

Su carácter cambia. Su mujer se vuelve una señora decente, esos niños son el crédito de la casa y, a su debido tiempo, crecen como ramas de olivo alrededor de su mesa, adornando su casa como piedras preciosas. Si pasáramos por ese hogar, no oiríamos ruidos ni peleas, sino cánticos de Sion.

Dejen que se predique el Evangelio y que sea derramado el Espíritu y verán que tiene un poder tal como para cambiar la conciencia, para mejorar la conducta, para levantar al degradado, para castigar y reprimir la maldad de la raza, y ustedes deben gloriarse en eso. Digo: nada hay como el poder del Espíritu. Tan solo déjenlo entrar y seguramente todo puede lograrse.

Condensado de http://www.spurgeon.com.mx/