Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo”.

– Ecl. 4:9.

Para ser un buen cristiano, uno necesita lidiar fielmente con todos los problemas básicos. Si hay una cuestión moral en cualquiera de estas áreas básicas, sea la familia, la profesión u otras, surgirán otros conflictos más adelante. Una dificultad no tratada es lo suficientemente fuerte para impedir el crecimiento y para entorpecernos el caminar rectamente.

En relación al tema del matrimonio, en especial, los nuevos creyentes necesitan saber lo que dice la palabra del Señor al respecto. Veamos, entonces, el tema desde varios ángulos.

La conciencia sexual no es pecaminosa

Las personas son conscientes del sexo tal como son conscientes del hambre. El hambre es una demanda física natural; el sexo también es un requisito natural del cuerpo. El hecho de que alguien sienta hambre es natural, y no constituye pecado. Pero si alguien roba alimentos, tenemos un hecho pecaminoso. Es algo antinatural.

Asimismo, la conciencia del sexo es natural y no constituye pecado. Solo incurre en pecado quien utiliza una forma inadecuada para satisfacer su deseo.

La conciencia sexual es dada por Dios. El matrimonio fue ordenado y creado por Dios. Fue instituido antes, no después, de la caída del hombre. Sucedió antes de Génesis 3. De hecho, Dios lo introdujo en Génesis 2. Por lo tanto, la conciencia de sexo existía antes, no después, de que el pecado entró en el mundo. Es importante saber que no hay ningún pecado en ser consciente del sexo. En principio, el pecado no está involucrado, porque la presencia de esta conciencia fue creada por Dios.

El Señor nos dice a través de su apóstol: «Honroso sea en todos el matrimonio» (Heb. 13.4). No es solo algo para ser honrado, sino también es santo. Dios considera que el sexo es santo y natural.

Tres razones básicas para el matrimonio

  1. Para ayuda mutua

El matrimonio es ordenado por Dios: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén. 2:18), dice el Señor. Todas las cosas creadas por él son buenas. En el primer día de la creación, Dios vio la luz y dijo que era buena. Todos los días, excepto el segundo, Dios proclamó que todo era bueno.

Pero en el sexto día, después de que Dios creó al hombre, él dijo: «No es bueno que el hombre esté solo». Esto no sugería que el hombre no había sido bien creado; solo significaba que no era bueno porque solo la mitad del hombre estaba creada. Por lo tanto, Dios hizo una «ayuda idónea» para el hombre. Eva fue creada también en el sexto día y fue presentada por Dios a Adán. Ella fue hecha para el propósito expreso de matrimonio.

«Ayuda idónea» significa ayuda apropiada; es decir, Eva debe primero corresponder a Adán antes de que ella pueda ser de ayuda para él.

Cuando Dios creó al hombre, los creó varón y hembra. Es como si en primer lugar creara la mitad del hombre y luego la otra mitad, para tener un hombre entero. El ser humano estuvo completo solo cuando se unieron ambas mitades. Entonces Dios declaró que «era bueno en gran manera» (Gén. 1:31).

Antes que nada, debe señalarse que el matrimonio fue iniciado por Dios, no por el hombre. Además, no se originó después de la caída del hombre, sino antes de que el hombre pecara. El hombre no pecó en el primer día de su creación, pero estaba casado ese primer día. Después que Dios creó a Eva, el mismo día la dio a Adán. Así que el matrimonio, sin lugar a dudas, es instituido por Dios.

  1. Para prevenir la fornicación

En el Antiguo Testamento, antes de que el pecado entrara en el mundo, Dios ya había establecido el matrimonio. Pero ahora, en estos días del Nuevo Testamento, el pecado ya está presente. Entonces Pablo nos muestra en 1 Corintios 7 que, debido a la entrada del pecado, el matrimonio no solo no está prohibido sino que, más bien, se ha convertido en una necesidad.

A fin de evitar la fornicación, Pablo nos dice que cada hombre tenga su propia esposa y cada mujer su propio esposo. Él no condena la conciencia sexual como pecado; en cambio, sugiere que el matrimonio puede prevenir el pecado de fornicación.

«Es mejor casarse que estarse quemando» (1 Cor. 7:9b). Pablo escribe enérgicamente aquí. Aquellos que sienten un deseo urgente de casarse y que son muy apasionados, deben casarse.

El apóstol no los reprende por su fuerte sensación, como si fuera pecaminosa, ni tampoco hace provisión para la carne. Solo afirma que, si alguno tiene un fuerte sentimiento hacia el matrimonio es mejor para aquél casarse que ser consumido por el deseo.

La palabra de Dios es clara al respecto. La conciencia sexual no es pecado. Incluso un fuerte impulso sexual no es pecado. Pero Dios prescribe el matrimonio para tales personas. Ellos no deben abstenerse de casarse porque hacer eso les podría hacer caer en pecado.

  1. Para recibir gracia juntos

Hablando a los esposos, Pedro dice que honren a sus esposas «como a coherederas de la gracia de la vida» (1 Pedro 3:7). En otras palabras, Dios se deleita en que el marido y la esposa le sirvan juntos. Él busca a Aquila y Priscila, a Pedro y su esposa, así como a Judas y su esposa, para que le sirvan.

Los nuevos creyentes deben saber que hay tres razones básicas para el matrimonio cristiano: primero, para ayuda mutua; en segundo lugar, para prevenir el pecado; y tercero, para recibir, juntos, gracia delante de Dios. El matrimonio no implica solo un creyente, sino dos cristianos juntos en la presencia de Dios. No es simplemente una persona que recibe gracia, sino dos que son coherederos de la gracia de la vida.

La otra parte en el matrimonio

El Señor ha establecido condiciones definidas acerca de con quién alguien puede o no puede casarse. La Biblia indica claramente que el matrimonio, en el pueblo de Dios, debe estar limitado a sus miembros.

En otras palabras, si va a ser un matrimonio, la otra parte debe ser hallada entre el pueblo de Dios. Un creyente no puede casarse con una persona que esté fuera del ámbito del pueblo de Dios.

No unirse en yugo desigual

Pablo nos dice con quién podemos casarnos en este famoso pasaje: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (2 Cor. 6.14). Aunque esta palabra no se dirige exclusivamente al matrimonio, ella incluye el matrimonio.

Para un creyente y un incrédulo, trabajar juntos para llegar a una meta es como poner dos tipos de animales diferentes bajo un mismo yugo para arar la tierra. Esto es algo que Dios prohíbe. Dios no permite al creyente llevar el mismo yugo con los incrédulos.

En el Antiguo Testamento se encarga específicamente: «No ararás con buey y con asno juntamente» (Deut. 22.10). El buey es lento, mientras que el asno es rápido. Uno quiere ir por un lado; el otro quiere ir por otra vía. Uno va hacia el cielo; el otro va al mundo. Uno busca la bendición espiritual; el otro, la abundancia terrenal. Uno tira en una dirección mientras el otro tira en dirección opuesta. Esta es una situación imposible. No se puede soportar semejante yugo.

El yugo más serio de todos es el matrimonio. De tres ejemplos –la asociación en negocios, una empresa iniciada en común, o el matrimonio– la última constituye el yugo más pesado. Es realmente difícil de asumir juntos la responsabilidad de la familia.

La segunda persona ideal para constituir un matrimonio debe ser un hermano o una hermana. No elijas a la ligera un incrédulo. Si lo haces, de inmediato te meterás en un gran problema. El creyente tira hacia un lado, mientras que el otro mira hacia el mundo. Uno busca los dones celestiales, pero el otro busca la riqueza terrenal. La diferencia entre ambos es tremenda. Por esto, la Biblia nos manda casarnos «en el Señor».

Traducido de Spiritual Exercise