Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros».

– 1 Cor. 12:21.

Parece una paradoja, pero el Dios soberano y todopoderoso; el Señor y Cristo, cabeza del Cuerpo de la iglesia no puede decir que no necesita de nosotros, de sus miembros. Cuando el Señor mira a nuestra necesidad, mira a todo el Cuerpo. Su pensamiento ahora ya no es individual como en la salvación, sino colectivo. El Señor anhela que lleguemos al pleno conocimiento de él, con todos los santos (Ef. 3:18), «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13).

Pero, para que Dios pueda completar la obra que empezó en Cristo, el primogénito de toda creación, necesita proveerse de algunos hombres para que sean sus colaboradores (1ª Cor. 3:9), para que entren en Sus labores (Juan 4.38). Para esto, él primeramente da hombres como dones. No somos nosotros los que escogemos, sino es él mismo quien lo hace, teniendo en vista el perfeccionamiento de los santos, para que esos santos hagan la obra del ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo.

«Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:11-12). Esto tal vez no sea novedad para algunos, pero, ¿cuál es el tipo de hombre que Dios escoge para este servicio? ¿Cuál es su padrón de calidad? Jueces 7 nos da un testimonio de ello.

Primero subieron 32.000 hombres para pelear por Israel contra los madianitas, pero 22.000 de ellos volvieron a sus casas, porque eran tímidos y miedosos. Dios, que prueba los corazones, los conocía. Él no se proveerá de hombres tímidos y medrosos para esta obra.

Quedaron aún 10.000, y Dios les hizo bajar a las aguas para probarlos. De entre ellos, 9.700 fueron reprobados y trescientos fueron puestos aparte para ir por el Señor y libertar a Israel. ¿Por qué aquéllos 9.700 fueron reprobados? Porque eran hombres diestros para la guerra; hombres valerosos que, si fuesen usados, seguramente dirían que por su propia mano ellos habían alcanzado la victoria.

Los trescientos que quedaron no eran hombres tímidos o miedosos, pero tampoco eran fuertes, capaces y valerosos. Eran hombres comunes, pero quebrantados, que no confiaban en sí mismos, sino solo en su Dios; sumisos a su Señor y que confiaban su victoria solo en el Dios Todopoderoso.

Es de ese tipo de hombres que Dios se provee para su obra. Hombres que toman su cruz y lo siguen. Esos son los que son dados a la iglesia para el servicio de edificación. Pero, como en aquella ocasión, y también ahora, la victoria es para todo el pueblo. Hombres como aquéllos son separados por el Señor para hacer la obra, pero son levantados en favor de todo el pueblo, para que todos lleguen. Todos, incluso los tímidos y miedosos, y también los fuertes y capaces, para que en todo Dios sea glorificado.

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