El plazo prefijado por el Padre para el regreso del Señor es el tiempo necesario para que ciertas cosas sean logradas aquí en la tierra por el Espíritu Santo de Dios.

El tiempo prefijado por el Padre

Siempre que nos preguntamos por el cuándo del regreso del Señor Jesucristo, nos remitimos al hecho de que el Padre determinó un tiempo cronológico para el regreso de su Hijo. Cuando ese tiempo se cumpla –pensamos– Cristo volverá. Por eso cuando la humanidad se acercó al año 1.000 hubo mucha agitación y expectación en el mundo causada por el temor de que esa fuese la fecha determinada por el Padre para el regreso de Cristo. Lo mismo aconteció cuando nos acercamos al año 2.000, y hubo todavía más expectación.

En Chile, era común el refrán: «Al mil llegarás, pero al dos mil no llegarás». Ahora estamos en el cuarto año del tercer milenio y nos preguntamos: ¿Cuándo será la venida de nuestro Señor Jesucristo? ¿El 2.010? ¿El 2.100? ¿El 2.500? ¿Acaso el año 3.000?

Ese tiempo tiene correspondencia con el cumplimiento de Su propósito en la tierra

Para llegar a tener, al menos, una mínima claridad al respecto, necesitamos primero que todo entender esto: Si bien es cierto que el Padre puso en su sola potestad los cronos y los kairos, sin embargo, no es menos cierto que esos tiempos tienen que tener, necesariamente, correspondencia con algunos hechos a cumplirse aquí en la tierra. En otras palabras, la venida del Señor no es sólo cuestión de que se cumpla el plazo determinado por el Padre y, entonces, Cristo regresará, sino que el plazo prefijado por el Padre es el tiempo necesario para que ciertas cosas sean logradas aquí en la tierra por el Espíritu Santo de Dios. En definitiva, el tiempo que el Padre puso en su sola potestad para la segunda venida de Cristo, tiene que ver con el tiempo que se tomará él para alcanzar su propósito. El momento exacto (el día y la hora) del regreso del Señor será, a la vez, el momento exacto en que el Padre logrará su propósito. Si no fuese así, el Señor Jesucristo, con toda seguridad, hace tiempo habría regresado.

El propósito de Dios

Pero ¿cuál es su propósito a alcanzar que, hasta el día de hoy, ese tiempo no haya expirado? Jesucristo mismo lo dijo con toda claridad en su primera venida: «Edificaré mi iglesia». El propósito principal y fundamental del Padre en esta dispensación es la edificación de una iglesia que sea la plenitud de su Hijo aquí en la tierra. No sólo que tenga iglesia, sino que tenga una que sea, en la práctica, la plenitud del Señor Jesucristo. Por esto vino Jesucristo a la tierra y, por esto mismo espera su segunda venida. ¡Hermanos! ¡El Padre desea hoy enviar a su Hijo! ¡Hermanos! ¡Jesucristo desea intensamente regresar hoy! ¡Hermanos! ¡Todo el cielo está expectante esperando que se complete la edificación de la iglesia! Y no solo el cielo, sino toda la creación, esperan con gemidos para que por fin y definitivamente aparezca y se manifieste aquella iglesia, la amada de Jesucristo, que es la plenitud de Dios aquí en la tierra.

Por lo tanto, amados hermanos, la señal principal en esta dispensación que indicará el inminente regreso del Señor no es Israel ni el medio oriente, no es Europa con su Mercado Común, ni lo son los terremotos y plagas que azotan al mundo. La señal por excelencia es la iglesia. Cuando haya entrado la plenitud de Jesucristo en la experiencia y la vida de la iglesia por obra del glorioso Espíritu Santo, entonces, ciertísimamente, volverá nuestro bendito Señor Jesucristo.

Nunca estuvo más próximo su regreso que en el primer siglo

Ahora bien, si estamos interpretando correctamente las Escrituras, entonces, si me permiten decir «una herejía», podríamos decir que nunca estuvo tan próximo a regresar nuestro Señor que durante el primer siglo. ¿Por qué? Porque nunca, en toda la historia, la iglesia estuvo más cerca de ser la plenitud de Jesucristo que en el primer siglo. El mundo de entonces fue mayoritariamente evangelizado (si no totalmente), la iglesia fue verdaderamente la iglesia, con todos sus ministerios y dones en ella. Las medidas y normas de unidad, santidad, poder, multiplicación, son hasta el día de hoy nuestro paradigma. Casi podemos decir que lo único que le faltó fue precisamente el regreso de su Señor…

Cerca, pero no fue

Dije ‘casi’, porque por alguna razón que no podemos entender cabalmente, estaba advertido por los mismos apóstoles que «el misterio de la iniquidad» entraría en la iglesia y ésta comenzaría a decaer. Pues bien, hermanos, la iglesia más gloriosa de toda la historia transcurrida hasta hoy comenzó a decaer ya a fines del primer siglo. Y desde el siglo IV la ruina fue total, hasta tal punto que, de no haber sido por aquellos grupos y movimientos que Dios se reservó fuera de la iglesia oficial (Priscilianos, Valdenses, Hermanos unidos, Moravos, etc.) el testimonio de Dios sobre la tierra habría prácticamente desaparecido. Desgraciadamente, la persecución, la espada y la quema de libros se encargaron de que muy poco del testimonio de estos grupos llegase hasta nosotros.

Dios comienza a restaurar la iglesia

No obstante, desde 1517 Dios ha venido restaurando de manera permanente toda aquella gloria perdida: La justificación por la fe, la santidad, el evangelismo, las misiones, la sanidad divina y, a comienzos del siglo pasado, la llenura del Espíritu Santo.

El avivamiento de la calle Azusa

Con todo lo glorioso que fue y ha sido la restauración alcanzada a partir de este avivamiento de 1906 (con 100.000.000 de pentecostales hoy en día), hay, no obstante, un sabor amargo en todo lo que pasó. Tengo, aquí, en mi poder un informe elaborado en 1991 por el «Comité de vida espiritual», de las Asambleas de Dios de Estados Unidos, donde se recogen las cinco marcas principales que caracterizaron el avivamiento de la calle Azusa. Dicho movimiento estuvo marcado por: 1) Una gran hambre de Dios; 2) Un amor hacia los demás; 3) Una entrega total a la Palabra de Dios; 4) Una dedicación al evangelismo y a las misiones; y 5) Una entrega a restaurar la iglesia Neo Testamentaria.

En este último punto el informe dice: «Los pioneros de Azusa no estaban interesados en afinar y reparar la maquinaria existente de tradiciones eclesiásticas. Ellos deseaban hacer una sola cosa: Volver a establecer la iglesia descrita en el Nuevo Testamento. Por eso, son parte de lo que se llama un Movimiento de Restauración». Ahora bien, este punto está claramente confirmado por uno de los protagonistas y testigo ocular del avivamiento: Frank Bartleman. Él decía en aquellos días: «Los Ángeles parece ser el sitio, y éste el momento, en la mente de Dios, para la restauración de la iglesia a su estado, favor, y poder original. El cumplimiento del tiempo parece haber llegado para que la iglesia sea completamente restaurada». Y yo pienso, hermanos, que cuando Frank Bartleman dijo así, el Cielo se llenó de expectativas. Por fin la plenitud de Jesucristo entraría en la iglesia. Al fin, después de una espera de 1900 años, aparecería la iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino pura y santa. ¡Hermanos! Estoy seguro que ese era el deseo de Dios.

Dios tendría que seguir esperando

Pero una vez más, Dios tendría que seguir esperando. El avivamiento duró tres años y medio y luego comenzó a decaer. Y no obstante que se ganó para toda la iglesia de todo el mundo la experiencia bendita del bautismo con el Espíritu Santo, la restauración plena de la Iglesia no ocurrió. En una nota publicada en el periódico «La corriente del Espíritu» en septiembre de 1996, en el 90° aniversario del avivamiento de Azusa, se dice así en su conclusión: «Obviamente, el avivamiento no fue una completa restauración de la Iglesia, ni la ‘lluvia tardía’ prometida para antes de la venida de Cristo». ¡Hermanos! ¡Lo que Dios estaba esperando es que finalmente apareciera Su iglesia! ¡Su iglesia una, santa, gloriosa, apostólica! Lo que ocurrió, en cambio, después de 1909, fue lo siguiente, según Bartleman: «Es un hecho que en el comienzo, tratamos de sacar del camino las plataformas y los púlpitos lo más posible. No teníamos una necesidad consciente de ellos.

Barrimos totalmente con la clase sacerdotal y el abuso eclesiástico. Éramos todos ‘hermanos’. Todos libres para obedecer a Dios. Él podía hablar por medio de quien él quisiera. Había derramado su Espíritu ‘sobre toda carne’, aun sobre sus siervos y siervas (Hechos 2). Sólo honrábamos a los hombres por los ‘dones’ y ministerios que Dios les había dado. A medida que el movimiento caía en la apostasía, comenzaron a construirse plataformas más altas, a vestir sacos más largos, se organizaron coros, y comenzaron a formarse bandas de cuerdas para darle ‘ritmo’ a la gente. Los reyes volvieron nuevamente a sus tronos, restaurada su soberanía. Ya no éramos ‘hermanos’. Entonces se multiplicaron las divisiones». ¿Te das cuenta? En lugar de haber aparecido la iglesia, se formaron nuevas denominaciones. ¡Gracias a Dios por toda la gloria recuperada en ese avivamiento! Pero ¿esa era la voluntad plena de Dios? ¿Que las iglesias tradicionales dieran paso a nuevas denominaciones? ¡No, mil veces no! Lo que el Padre quería, lo que el Hijo quería y lo que el Espíritu Santo quería, era que las iglesias dieran paso a la iglesia gloriosa para que, al fin, Jesucristo fuese enviado por segunda vez a la tierra. Esta ha sido nuestra tragedia: En todos los avivamientos pasados no hemos entendido cabalmente lo que Dios ha estado buscando hacer. En todos ellos nos hemos quedado cortos.

Y, ahora, escúcheme querido hermano, si nosotros, la iglesia del cuarto año del tercer milenio, no entendemos esto, nuestros avivamientos también pasarán, y Jesucristo no podrá regresar y Dios tendrá que seguir esperando. Pero si hoy tomamos el desafío y estamos dispuestos a dejar que el Espíritu Santo trabaje profundamente en nosotros y le permitimos derribar nuestros ministerios, nuestras divisiones, nuestras parcelas, nuestras denominaciones y nuestras carnalidades a fin de que él pueda levantar la iglesia gloriosa de Jesucristo, entonces, veremos el retorno de Jesucristo a la tierra en nuestros días.

Dios se saldrá con la suya: Una profecía de 1960

¡Hermanos! Esto ya está profetizado. Dios finalmente se saldrá con la suya. Lo que falta es saber si nosotros seremos la generación que lo verá, o si Dios tendrá que esperar una próxima generación.

El evangelista Tommy Hicks en 1960 tuvo una revelación de los acontecimientos finales. En la visión, él estaba suspendido en el espacio contemplando el globo terráqueo, cuando observó que a lo largo del planeta yacía un gigante que luchaba por vivir. Era tan inmenso que sus pies parecían tocar el polo norte y su cabeza el polo sur, sus brazos se estiraban de mar a mar. En un momento de la visión, por la acción de Dios, el evangelista Hicks vio que ese gigante se transformaba en un ejército de millones de personas que se levantaban y cubrían toda la tierra, marchando llenos de la unción del Señor. Él describió así a esa gente: «Estos hombres y mujeres eran de todo estrato social. Las jerarquías no significaban nada. Cuando uno parecía tropezar y caer, otro venía y lo levantaba. No había ninguna actitud «yo» grande, «tú» pequeño. Cada monte era echado abajo y cada valle era exaltado. Parecían tener una cosa en común, un amor divino fluía delante de esta gente mientras andaban juntos, trabajaban juntos y vivían juntos. Era el tema de sus vidas». Finalmente, observó nuevamente la tierra y vio que las tumbas se abrían en todo el mundo y los santos de todas las épocas comenzaban a levantarse. Venían de todas direcciones y comenzaban a formar otra vez el cuerpo gigantesco. El inmenso cuerpo comenzó a formarse como un poderoso gigante, pero esta vez fue diferente. Estaba ataviado de hermoso y magnífico blanco. Sus vestidos eran sin mancha ni arruga. Entonces observó cómo, lentamente desde los cielos, el Señor Jesús se transformó en la cabeza de ese gigante. En seguida escuchó una voz de trueno que dijo: «Esta es mi novia amada por la que yo he esperado… Esta es aquella a la que he amado desde el principio de los tiempos». La vio, entonces, comenzar a levantarse muy lentamente de la tierra, y despertó de la visión.

Entonces, el hermano Hicks termina gritando: «¡Oh, gentes, escúchenme!: ¡Vamos a ser vestidos con poder y unción de Dios! No tendremos que dar sermones. No dependeremos del hombre, tampoco seremos grupos denominacionales, ¡sino que tendremos el poder del Dios viviente! No temeremos a ningún hombre sino que iremos adelante en el nombre del Señor de multitudes». ¡Amén!

Una profecía de la década del ‘70

De la misma manera, el hermano David Wilkerson escribió en la década del 70 un libro llamado «La visión». En este libro, él profetiza la aparición de una súper iglesia mundial apóstata. Pero en forma paralela ve surgir también lo siguiente: «Veo una grande y sobrenatural unión de todos los verdaderos seguidores de Jesucristo, reunidos por el Espíritu Santo y una común confianza en Cristo y su Palabra. Esta iglesia sobrenatural de creyentes bíblicos llegará a ser una especie de confraternidad clandestina e incluirá a católicos y protestantes de todas las denominaciones. La misma congregará a jóvenes y viejos, negros y blancos, y a gente de todas las naciones».

En otra parte, agrega: «Al tiempo que la súper iglesia visible adquiere poder político, esta iglesia sobrenatural invisible crecerá tremendamente en poder espiritual. Este poder vendrá de la persecución. La locura de la persecución que vendrá sobre esta tierra llevará a estos cristianos a unirse más estrechamente entre ellos mismos y a acercarse más a Jesucristo. Se les dará menos importancia a los conceptos denomina-cionales y más énfasis al retorno de Jesucristo». «Muchos no me creerán –dice Wilkerson– pero yo veo venir el día en que muchos protestantes así como católicos deberán ‘salir de en medio de ellos’. Estos nuevos cristianos no se llamarán a sí mismos ‘protestantes’ o ‘católicos’, sino simplemente ‘cristianos’… Su confraternidad no estará basada en la experiencia de hablar en lenguas, sino que estará centrada en el Padre y en su Hijo Jesucristo».