Una mirada clara y resuelta del ministerio de Cristo entre los hombres –entre toda clase de hombres–, a través del Evangelio de Lucas.

En estos últimos dos años, he sido llevado por el Señor a una experiencia en la cual jamás pensé que me vería involucrado. Estoy muy expectante, gozoso, maravillado, y eso es lo que les quiero compartir.

El Señor me dio una nueva dimensión de Jesucristo a través del evangelio de Lucas, y la estoy experimentando en este último tiempo. Advierto que podría ser un poquito escandalizante; pero escuchen, mediten, oren, y que el Señor por su Espíritu Santo la confirme en sus corazones.

Ustedes saben que tenemos cuatro evangelios. Es bueno que no tengamos uno, sino cuatro evangelios. Si no fuese así, no tendríamos la revelación completa de nuestro Señor Jesucristo. Un solo evangelio no habría podido expresar toda la gloria del Señor.

Tradicionalmente, todos sabemos que Mateo revela a Jesucristo como Rey, representado por un león; Marcos lo revela como siervo, representado por un buey; Juan revela a Jesucristo como Hijo de Dios, representado por un águila volando. Y Lucas lo revela como hombre, representado por ese rostro de hombre que tenían los seres vivientes.

Así que Jesucristo, en Lucas, es un hombre, un verdadero hombre. Así como con Juan proclamamos y confesamos que Jesucristo es verdadero Dios, con Lucas confesamos que –sin dejar de ser Dios– es también verdadero hombre. Sin embargo, Lucas nos va a decir que no es cualquier hombre. Es un hombre único: es el hombre escogido por Dios.

Lucas revela a Cristo como el Salvador, el hombre elegido y enviado por el Padre para traer la salvación a todos los hombres, y más aún, a toda clase de hombres.

En toda sociedad, en cualquier época, existen aquellos a quienes la sociedad menosprecia como gente de segunda clase. El evangelio de Lucas revela de manera maravillosa cómo Jesús hizo presencia especialmente entre esa gente despreciada y discriminada.

¿Cuáles eran los marginados de esa época? Los leprosos, las prostitutas, los publicanos, los samaritanos, los pobres, los enfermos. La teología judía antiguo-testamentaria enseñaba que Dios prosperaba al justo y lo guardaba. Por lo tanto, cuando ellos se encontraban con un pobre, decían: «Este, si fuera justo, estaría bendecido por Dios». Así, los pobres eran desechados.

Los enfermos. Nadie podía participar del sacerdocio si era una persona magullada, coja, o que le faltaba algún miembro.

Los endemoniados. En la TV vi un reportaje de los milagros de Jesús, y mostraban el pasaje donde él va a Gadara. Yo no había entendido nunca eso, y me gustó mucho el aporte. Los marginados no podían vivir con el pueblo, sino que tenían que irse a vivir a regiones destinadas a ellos. En Gadara, una región para marginados, vivía el endemoniado, que no era aceptado entre el pueblo. Pero allí no sólo vivían los endemoniados, sino también gente que criaba cerdos, gente abominable para un judío. Así que la marginación no sólo era cultural, sino también territorial.

Un leproso no podía acercarse a la gente. Tenía que avisar cuando venía alguien para que no se topara con él. Y qué precioso es cuando el Señor se encuentra con un leproso que le dice: «Si quieres, puedes limpiarme», y el Señor no sólo le dice: «Quiero», sino que lo tocó; no le tuvo recelo.

Jesús no sólo trajo la salvación a judíos y a gentiles, sino que trajo la salvación a toda clase de hombres. Hoy día tendríamos que decir que la salvación es para los drogadictos, para los neonazis, para los homosexuales, para los ricos, etc.

Si leemos la genealogía de Jesucristo según Lucas 3:23-38, vemos una gran diferencia con la de Mateo. Cuando Mateo escribe, se remonta hasta David, para mostrarnos que Jesús es hijo de David; y se remonta hasta Abraham. A él le interesa decir que Jesús es hijo de David y que es hijo de Abraham, porque el Espíritu Santo lo guió para demostrar que Jesús era un judío, y que era de linaje real, pues Mateo revela a Jesús como Rey.

Lucas también dice que Jesús es hijo de David, y también sigue hacia atrás. En el versículo 34, dice que Jesús es hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham. Pero lo interesante es que Lucas continúa más atrás, y en el versículo 38 registra: «Hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios». ¿Por qué Lucas hace esto? A diferencia de Mateo, a Lucas le interesa decir que Jesús no sólo es hijo de David, no sólo es hijo de Abraham, sino también hijo de Adán. O sea, Jesucristo, el hombre elegido del Padre, es el representante de todo el género humano.

Así que él, cuando trae la salvación del Padre a los hombres, la trae en la calidad de hijo de Adán, y nos incluyó también a nosotros, que no éramos judíos. ¡Bendito sea el Señor!

¿Para perder o para salvar?

En Lucas 9:51, hay un incidente relatado solamente por Lucas, que dice: «Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén». «Afirmó su rostro», en otras palabras, tomó la firme determinación de encaminarse hacia Jerusalén. El último viaje de Jesús fue hecho desde el monte Hermón, en Cesarea de Filipo, hacia Jerusalén, donde iba a enfrentarse a la muerte. Este viaje le tomaría los últimos seis meses de su vida.

En ese camino al sur, el Señor iba a tener que atravesar la región intermedia de Samaria. Así que el Señor envía a algunos de sus discípulos a que vayan delante de él a Samaria y le preparen alojamiento. «Mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén» (v. 53). Es como si los samaritanos dijeran: «En verdad, él no está interesado en nosotros, él va a Jerusalén. No nos interesa que venga».

¿Cómo reaccionaron sus discípulos ante la ofensa a su Maestro? Le llevaron la noticia al Señor y le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?» (v.54).

Atención, porque esto es lo que quiere enfatizar Lucas: «Entonces, volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois…» (v. 55). Es una cuestión de espíritu; el espíritu no estaba correcto. «…porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas, sino para salvarlas» (v. 56). El Señor estableció, al comienzo de este viaje a Jerusalén, que su razón de estar aquí en la tierra, su misión como el hombre elegido del Padre y enviado por el Padre, era la salvación de las almas.

Nosotros, como iglesia del Señor, podemos decir, al igual que él, que no estamos en este mundo para perder las almas. No estamos para condenar. No estamos para decir: «Éstos no merecen salvación». Hemos venido para salvar las almas.

Y al final del viaje, cuando Jesús ya está entrando a Jerusalén, dice algo que sintetiza todo el evangelio: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).

En este versículo hay un verbo que está antes que ‘salvar’. ¿Cuál es el verbo? Buscar. Y esto es extraordinario, es un giro en 180 grados en la economía de Dios. Cuando Jesucristo es enviado al mundo como el hombre elegido para traer la salvación a los hombres, Dios mismo baja a los hombres para traerles la salvación; pero, para salvarlos, él mismo los sale a buscar.

No es que él se va a establecer en un punto de la tierra para decir: «Aquí estoy; si alguien quiere salvación, venga». Porque cuando la gente está perdida, no entiende, no ve, no quiere. Y Dios sabe eso. Él los viene a salvar; pero, para poder salvarlos, primero los tiene que salir a buscar.

Así que cuando, como iglesia, nosotros nos encerramos y decimos: «Bueno, si alguien se quiere salvar, que venga», el Señor nos preguntará de qué espíritu somos, porque el Hijo del Hombre, para salvar lo que se había perdido, vino a buscarlos. Tú estás aquí, porque Dios te salió a buscar. Y si él no lo hubiese hecho, probablemente tú no estarías aquí. ¡Qué extraordinario es el Señor, qué admirable es Jesucristo!

Dos clases de espiritualidad

La espiritualidad antiguo testamentaria decía que el pueblo de Dios debía estar separado de los paganos, de la gente impía. Cuando el Señor Jesús enseña en el sermón del monte dice: «Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Uno no sólo no tenía que meterse con los enemigos de Dios, sino que tenía que aborrecerlos. Era una espiritualidad cerrada, exclusiva.

Nosotros criticamos y ‘satanizamos’ mucho a los fariseos, pero ellos eran consecuentes con su teología. Ellos representaban la espiritualidad antiguo testamentaria. No había que meterse con los marginados de Dios, con los que Dios desechaba.

Por eso, es importante que entendamos qué dispensación se inició con la venida del Hijo del Hombre. Y por supuesto, se inició algo completamente nuevo, algo que rompía con la espiritualidad del Antiguo Testamento, con lo que toda la gente sabía y hacía. Por eso, el Hijo de Dios llora, lamentando cómo Israel no conoció la visitación de Dios. No es que lo anterior estaba malo, pero Jesús estaba inaugurando algo nuevo. El año del jubileo había llegado, y el Hijo del Hombre, el mismo Dios, había descendido del cielo para traer la salvación a todos.

Lo que me impactó de esto es que Jesús salió a relacionarse con los pecadores. Mientras escuchamos esto, por favor, vaya pensando si usted, que se relacionaba con los pecadores antes de conocer a Cristo, porque usted era un pecador con ellos, desde que se convirtió, ¿usted dejó de relacionarse con los pecadores? ¿Usted se apartó de ellos? ¿No habrá algo raro en nuestra espiritualidad, que parece más antiguotestamentaria que del Nuevo Testamento?

Porque, si hay alguien espiritual, es Jesucristo. Y el Señor no actuó como nosotros actuamos. Él se relacionó con los pecadores. Pero más aún, iba a sus casas y comía con ellos. Nosotros, después de que nos convertimos, comemos entre nosotros. También está bien, no estoy diciendo que está mal. Pero Jesús hacía algo raro: comía con los pecadores. Contextualizándolo, diríamos: Hacía parrilladas con los vecinos. Y no sólo comía, sino que tomaba vino con ellos. (Al decir esto, no pretendo hacer apología de tomar vino; simplemente doy cuenta del hecho).

Jesús tenía una espiritualidad muy gloriosa. Él estaba separado del pecado, pero jamás se separó de los pecadores. Él estaba absolutamente separado del pecado en su corazón. Pero lo extraordinario es que, estando separado absolutamente del pecado, él se relacionaba con los adúlteros, con los que hablaban groserías, con los que fumaban, con los que se emborrachaban, con los que mentían.

Yo, en cambio, tengo una espiritualidad en la cual tengo asociado que, para poder estar separado del pecado, tengo que estar separado de los pecadores. Esa es la espiritualidad que yo tenía. Parece que mi mente funcionaba así: Si yo empiezo a juntarme con los pecadores, me voy a contaminar. Si me empiezo a juntar con los que hablan groserías, voy a terminar diciendo groserías; si me empiezo a juntar con los adúlteros, voy a terminar adulterando; si me empiezo a juntar con los que toman, voy a terminar borracho; si me empiezo a juntar con gente que fuma, voy a terminar fumando.

Y tengo que ser claro en este punto: Si a usted le va a pasar eso, por supuesto que no puede hacerlo, porque estamos para salvar las almas y no para perderlas. Si usted se va a ir a juntar con los adúlteros y va a terminar adulterando, obviamente que no puede ir. Pero, a lo menos, tendremos que reconocer que nuestra espiritualidad es una espiritualidad rara, que no corresponde a la de Jesús. La espiritualidad de él era estar separado del pecado en el corazón; pero no de los pecadores. Nosotros les hacemos asco a los pecadores.

La fiesta de Leví

Veamos en Lucas 5:27, la conversión del hermano Leví. Este es el mismo hermano Mateo, quien escribió el primero de los evangelios. Leví no era ninguna persona querida, ni admirada entre los judíos. Era un publicano. «Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió».

Se convirtió el hermano Leví. Entendió que Jesucristo era su Señor, lo dejó todo, lo siguió, y como cualquier recién convertido… ¿Cómo anda un recién convertido? Cristo le cambió la vida en 180 grados, andaba feliz. A lo mejor, aún tiene desórdenes en su vida, pero Cristo lo salvó, tiene el gozo de la salvación. Y de tan contento, le hizo un gran banquete en su casa. «Oh, esto hay que celebrarlo», dijo.

Yo estoy de acuerdo que cada conversión es para celebrarla. Así que hizo un gran banquete en su casa. Mateo, siendo publicano, no era pobre. Invitó a sus amigos y llenó la casa de invitados. ¿Ustedes creen que invitó a la iglesia? No; invitó a sus compañeros de trabajo; la casa se llenó de publicanos. «Y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos» (v. 29). Cuando dice otros, éstos no eran gente de buena clase según el parámetro judío. O sea, había publicanos y otros de la misma calaña.

Hermano, ¿usted habría ido a esa fiesta? Si un hermano suyo recién convertido, llena su casa de familiares mundanos y todo eso, ¿usted habría ido? Piénselo, no me conteste. Yo, hace un tiempo atrás, no habría ido. Yo no voy a cumpleaños donde mis familiares; no quiero saber nada de cosas superfluas, mundanas… ¡Sin embargo, Jesús fue, y fue con sus discípulos!

No aparece esto en la Biblia, pero yo pienso que Jesús estaba contento, se sentía cómodo. Traigamos, por favor, esa fiesta a nuestro contexto actual, para que nos imaginemos un poco la escena. La gente, los familiares de Leví, los publicanos, comían y bebían. Y de pronto algún publicano, hablando con Leví, decía una grosería.

«Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?» (v. 30). A ver, prestemos un poco de atención a los escribas y fariseos. ¿Entienden que era completamente lógico lo que estaban pensando? Es que eso no se hacía, no era lo que se había enseñado, no era la espiritualidad del Antiguo Testamento. Algo raro estaba ocurriendo aquí, Jesús con sus discípulos estaban rompiendo la tradición.

Él venía a manifestar una espiritualidad nueva, incomprensible, que consiste en estar separado del pecado, pero no de los pecadores. Jesús venía a buscar y a salvar, así es que él iba donde la gente que no tenía salvación. Nosotros nos relacionamos sólo con la gente que ya tiene salvación.

Jesús vino a relacionarse con los que no estaban salvados. Hay parábolas que dicen eso: que deja a las noventa y nueve que no necesitan arrepentimiento, y va a buscar a esa una que no tiene salvación. Nosotros tenemos todavía una espiritualidad que es más antiguotestamentaria que del Nuevo Testamento.

El evangelio de Mateo dice que criticaron a Jesús. Aquí dice que sólo a los discípulos, pero es a Jesús y a sus discípulos. La pregunta es: «¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?». Y la respuesta parece tan simple, pero para ellos era totalmente incomprensible. «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (31-32). Pero, para llamar a los pecadores al arrepentimiento, ¿qué había que hacer antes? Ir a meterse a la fiesta de Leví. ¿Cómo puede uno llamar a los pecadores al arrepentimiento si no se relaciona con ellos, si no va a donde están ellos?

Ahora, usted me va a decir: «Yo en el trabajo me relaciono todos los días con gente inconversa y no necesito algo extra». Sí, pero estoy hablando de la actitud, porque uno está relacionado en su trabajo con gente pecadora, pero no se mete con ellos. Usted almuerza aparte, en un rinconcito, come rápido y se pone a leer la Biblia. Usted no se ‘contamina’ con los otros en el trabajo.

Yo fui estudiante. Estudié mi Enseñanza Media en el Liceo «Darío Salas», y me automarginé de todos, porque era evangélico. ¿Cómo me iba a juntar con la chusma? ¿Cómo me iba a contaminar? Aparte que pesaba tan poquito, espiritualmente hablando, que, claro, me iba a contaminar. Así que no me juntaba con ellos. Si hubiese ido a una fiesta con ellos, habría terminado descarriado y perdido.

Repito: a lo menos tenemos que ser honestos hoy, y decir que la espiritualidad que tenemos no es la espiritualidad de Jesús. Y la espiritualidad de Jesús es la que él trajo, la que corresponde a la era de la iglesia, a la era de la gracia, la dispensación en la cual estamos. Pero nosotros parecemos más gente del Antiguo que del Nuevo Testamento.

Comilón y bebedor de vino

Lucas 7:33. Aquí, para variar, los fariseos critican al Señor, y él termina en el versículo 7:33-35 diciendo algo tremendo. «Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene». ¡Qué raros los fariseos! Vino uno a la manera de ellos, apartado de los pecadores, que se cuidaba y no tomaba vino, y ellos dijeron: Demonio tiene.

Lucas dice de Juan el Bautista que él se apartó a lugares desiertos hasta el día de su manifestación, o sea, él nunca se juntó con la chusma. Porque él era el último profeta del Antiguo Testamento. Con todo lo glorioso que es Juan el Bautista, su espiritualidad, no obstante, era la del Antiguo Pacto. Y cuando se manifestó, entró el reino y le preparó el camino al Señor. Pero, aunque este era uno a la medida de los fariseos, ellos dijeron: Demonio tiene.

«Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores» (v. 34). Díganme si no es terrible esto que estamos leyendo. Él era amigo de los inconversos, amigo de los vecinos que todavía no conocían al Señor.

Hermanos, para mi vergüenza, cuando desperté a esta verdad, dije: «Bueno, tengo que empezar a relacionarme con mis vecinos». ¿Sabe? yo no los saludaba. Uno está tan metido en su mundo, en su mundo de iglesia, en su mundo cristiano. Yo pensaba, cuando uno sale con su familia, ¿cómo nos mirará la gente? «Allá van ésos, se ven tan ordenaditos, la esposa, los hijos…». ¡Pero ni el saludo, hermano! Como si fuéramos gente de otro planeta.

Yo me emocioné tanto por esta palabra, que dije: «Voy a hacer inmediatamente un asado y voy a invitar a mis vecinos». Hice un asado, compré vino y todo para recibirlos, ceniceros, todo. Y ¿sabe?, ¡no vino nadie! Pero, ¿sabe por qué no vinieron? Porque, por treinta años que yo he vivido en el barrio, ¡ni los saludaba!

Entendí que iba a tener que partir de más atrás todavía. Tenía que partir saludándolos. Ahora trato de saludarlos a todos. Y poco a poco, acercarme a ellos. Hermano, se lo digo con vergüenza. Tuve que partir de cero, tomar conciencia de mis vecinos, saludarlos, comenzar a mostrar interés. Porque ellos no van a venir hasta que no vean un interés sincero.

«…Amigo de publicanos y de pecadores». Nosotros, si no es para predicarles, no nos juntamos con ellos. Yo no estoy diciendo que no lleguemos a predicarles, pero cómo vamos a entrar de golpe y porrazo a predicarles. Primero recíbalo, primero cree el ambiente en que él quiera oírle. Porque muchas veces usted va y predica, y la persona ni le está oyendo, porque le está hablando una persona extraña a él. No puede partir por ahí.

Yo tenía miedo. Yo creo que el diablo nos ha entrampado con eso. Tenía miedo de que, si yo me juntaba con los pecadores, iba a terminar haciendo lo que ellos hacen. Pero aun así, yo fui en el nombre del Señor, y estoy yendo en el nombre del Señor. Y estoy aprendiendo lo que está escrito: «Misericordia quiero, y no sacrificio». Y, a medida que voy viendo la respuesta de la gente, estoy expectante. No quiero dejar de hacerlo.

Estos días estuve con una prima, que está alejada del Señor, y una noche, con otros hermanos, le compartí del Señor. Al otro día, ella volvió a la casa donde yo estaba, y me dijo: ‘¿Sabes?, anoche me pasó algo con ustedes. Yo, cada vez que me encuentro con alguien que me habla del Señor, percibo en el espíritu con el que me hablan, que yo estoy descalificada a priori, que estoy enjuiciada y que estoy condenada. Y anoche, por primera vez, sentí que alguien me hablaba del Señor, y me sentí acogida; sentí que había esperanza para mí, y que yo también podría ser restaurada’.

Después que ella se fue, dije a los hermanos que estaban conmigo: «El día que nosotros demos a la gente una impresión distinta a ésta, nosotros no somos siervos del Señor, estaríamos fallando al Señor». Ella no se ha convertido todavía, pero profetizo que ella va a volverse al Señor, que el camino de su vuelta ya se inició. Algo se quebró.

¿Quieren parecerse a Jesús ustedes? Si quieres parecerte a Jesús en este aspecto, te vas a ganar mala fama, van a decir que eres comilón y bebedor de vino. ‘Ahora es amigo de los pecadores’. «Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos». Y cuando usted lo vea y lo aprenda, va a decir: ‘Oh, Dios sabe más que nosotros’.

Enfrentando el «qué dirán»

Lucas 7:36: «Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa». Mire qué lindo el espíritu de Jesús. Los fariseos son los que se le oponen, los que lo critican. Representan a los evangélicos que están diciendo: «Mire el hermano, se está descarriando». Pero Jesús, si lo invitaba un fariseo, iba también. ¡Que precioso!

Ahora, la escena que viene, es terrible. Una mujer se mete a la casa, sin estar invitada. «Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora –léase prostituta–, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume».

¿No es una escena maravillosa? ¿Tu espiritualidad te alcanzaría para que se acerque a ti una mujer prostituta y te empiece a lavar y a besar tus pies?

En la Biblia no hay ni una explicación de qué le pasó a esta mujer antes, que hace que ella entrase donde estaba Jesús e hiciera lo que hizo. Yo imagino que cuando Jesús iba a casa del fariseo, en el camino, esta mujer estaba en la calle. Y ella, hasta ese momento, había conocido sólo dos clases de mirada de parte de los hombres. Los fariseos o escribas la miraban con desprecio, condenándola. Y también conocía la otra clase de mirada de los varones que pasaban.

Pero esta vez, por primera vez, pasó un hombre, el Hombre de Lucas, nuestro bendito Señor, y la miró con una mirada que nunca un hombre había mirado a una prostituta. No era ni una mirada que la condenaba, ni una mirada que la deseaba. Por primera vez, un hombre la miró con amor. Así lo imagino yo. Y ¿sabe? presiento que ni siquiera hubo diálogo; bastó la sola mirada de Jesús para que esta mujer se sintiera por primera vez amada.

Esta mujer lo vio entrar en la casa del fariseo, partió a su casa, trajo lo de más valor que tenía, el perfume, y se metió en aquella casa. Se echó llorando a los pies de Jesús y le secó con sus cabellos los pies, y sacó el perfume y le perfumó los pies. Había encontrado a un hombre que la amaba verdaderamente. Y creo que confirma eso cuando él dialoga con el fariseo, para explicar la actitud de la mujer, le dice: «Al que mucho se le perdona, mucho ama».

Pero, ¿qué hizo el hermano evangélico, el fariseo? «Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora» (v. 39). ¿Estaba gozoso el fariseo de que un pecador estaba a punto de salvarse? Jesús sabía perfectamente lo que estaba haciendo. El que no discernía el nuevo tiempo, el tiempo de la visitación de Dios, era el fariseo.

Vamos a recorrer un poco más, para que ustedes noten que este no es un versículo aislado, sino que es el tenor que tiene todo este evangelio, una y otra vez. Frente a esto yo quedo derribado. Frente a esta palabra, tengo que reconocer que he sido más fariseo que discípulo de Cristo, que la espiritualidad de Jesús está lejos de mi espiritualidad. Que nosotros, con nuestra actitud, le hemos cerrado la puerta a tanta gente. Porque, mire qué extraño, nosotros oramos por la salvación de la gente, pero con nuestra actitud la alejamos.

Termino con esto: Nos empezamos a relacionar con un hermano de esta prima que les conté, otro primo en la misma situación de ella, alcohólico. Yo no me habría vuelto a relacionar con él si no es por esta palabra. No sé cuántos años no nos veíamos.

Un día, participamos los dos de una fiesta, y él empezó a beber. En un momento, yo dije: ¿Se estará dando cuenta que está llegando al límite? Yo veía que él no paraba, y pensaba que como andaba conmigo, se iba a cuidar. Estaba asustado, porque él seguía bebiendo, y me atreví a decirle: «Primo, ¿no piensas que éste es el momento de parar?». Y él me dijo: «Pero si te dije que este es mi problema: que cuando empiezo a beber, no puedo parar». Yo no recordaba que él me había dicho eso, así que en ese momento dije: «¿Qué hago?».

Y quedé enfrentado a toda esta verdad. ¿Iba a ser consecuente o no? Y lo único que me salió fue decirle: «Entonces, toma no más. Toma, pero quiero que sepas que yo voy a estar contigo, voy a estar al lado tuyo, hasta que el Señor te saque en victoria». Él siguió y siguió tomando; se emborrachó completamente, a tal punto que ese día tuvo que dormir en esa casa. Yo permanecí a su lado, seguí saliendo con él, seguí hablándole del Señor.

Hoy día, él está libre del alcohol, hace más de diez meses que no se ha vuelto a emborrachar. Está conociendo a Cristo, está amando a Cristo, y quiere andar conmigo para todos lados, porque tiene hambre por la palabra del Señor. Estoy hablando de familiares, porque, ¿cuántos de ustedes tienen familiares que no conocen al Señor? Pudiera ser que una de las razones sea nuestro fariseísmo, que usted ha sido demasiado ‘santo’ para ellos, que ellos lo ven a usted como una persona a la cual no pueden tener acceso.

Mi propio hermano, el menor de siete hermanos en mi familia, está y no está. No se congrega, pero manda los diezmos. Y un día me cuentan: «¿Sabes lo que dice tu hermano de ti? Que a la última persona que él se acercaría a pedirle ayuda, sería a ti». Aquello me impactó. Dije: «Señor, ¿qué imagen estoy dando? Se supone que un pastor está para que los pecadores vengan, y cualquiera, a cualquier hora, venga a pedir ayuda».

Un pastor es alguien que está para ayudar, para tener paciencia y estar a favor de la gente, aun con los extraviados y con los ignorantes. Pero mi propio hermano me veía en un pedestal, en una apariencia de espiritualidad, de santidad tal, que yo sería en el último que él tendría confianza para acercarse a pedir ayuda. Porque él sabe que si te dice algo, le va a venir la espada de Jehová. Esas cosas me empezaron a derribar. Hoy quiero parecerme a Jesús.

Alojando en casa de un pecador

Lucas 19:1-3. «Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús…». Me llama la atención por qué este publicano está interesado en conocer a Jesús. ¿Por qué creen ustedes, a esta altura de Lucas 19? ¿Qué había escuchado hablar de él? «Claro, dicen, hay uno que no les hace asco a los publicanos, hay uno que va a las fiestas de ellos, come con ellos, los recibe». Así que de alguna manera este jefe de los publicanos se enteró.

A esta altura de Lucas, ya van varios publicanos convertidos, y él también está interesado en conocerle, pero, ¡qué bonito!, él tiene interés en conocer a Jesús, porque la fama de Jesús no es la fama de alguien que rechaza a las personas, sino de alguien que acoge. Pero tenía un problema: que era bajito, pequeño de estatura, así que se subió a un árbol para ver a Jesús, que había de pasar por allí.

«Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa» (v. 5). Jesús ha entrado a Jericó, ¿y dónde se fue a quedar? ¿A la casa del pastor de la iglesia en Jericó? ¡A la casa de un publicano! Nosotros, cuando vamos a otra parte a predicar, ¿dónde nos alojamos? ¡En la casa de los hermanos! Entonces, Zaqueo, que estaba interesado en conocerlo, «descendió aprisa, y le recibió gozoso».

Jesús alojando en casa de un pecador, un pecador gozoso de recibirlo, que quería conocerlo; pero Jesús estuvo dispuesto a quedarse en su casa. ¿Cómo vieron esto los demás hermanos? «Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador». Pero la sabiduría es justificada por los hijos. Este hecho ganó a Zaqueo. Y él «…puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham» (v. 8-9).

Si usted va a practicar esta palabra, hermano, tiene que estar dispuesto a la crítica. Se va a ganar una mala fama, como se la ganó Jesús. Pero la sabiduría de Jesús va a ser justificada por los hijos, por los que se beneficien de esto, por aquellos que le queden eternamente agradecidos, porque usted no los discriminó, sino que los amó y los condujo a Cristo. ¡Alabado sea el Señor!

Y ahí está el pasaje que leímos antes, donde el Señor reafirma: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (v. 10).

Noten ustedes cómo, a través de todo el evangelio, una y otra vez, Lucas quiere mostrarnos a un Jesús que se relaciona con los perdidos, que no los discrimina, y que aun cuando él actúa de una manera tan clara y decidida, recibe permanentemente la crítica y el rechazo de los que representan la espiritualidad judía de ese tiempo.

Y fue contado con los inicuos

Lucas 22:35. Esto ya me pareció mucho en la actitud del Señor. Miren qué extraño es este pasaje, antes del arresto de Jesús en Getsemaní. Les dice Jesús a sus discípulos: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una».

¿Entienden aquí lo que está tratando de hacer el Señor? No hay nada raro en que les diga: «…el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja…»; pero, ¿qué dice luego? «…y el que no tiene espada, venda su capa y compre una». ¡El Señor está armando a sus discípulos! Hermanos, ¿habían tomado conciencia de este pasaje?

El Señor está a punto de ser arrestado, y antes de que se produzca el arresto, él, en forma premeditada, pide a sus discípulos que se armen. Eso, si lo traemos a nuestro contexto, no sería «compren una espada», sino «compren una pistola». ¿Qué está queriendo hacer el Señor? Esto me pareció sumamente extraño cuando lo noté. Y la respuesta a esto es tremenda: «Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento».

¿Para qué hizo armarse con espadas a sus discípulos? Para que, cuando lo arrestaran, se cumpliera la Escritura que dice: «Y fue contado con los inicuos». ¿Pueden creerlo? ¿Creen que esta era la intención del Señor cuando les dijo: «Vendan la capa y compren una espada»? Él está diciendo: «Quiero que, cuando me arresten, se cumpla en mí la Escritura que dice: fui contado entre malhechores, entre pecadores, entre la gente mala». Da la impresión de que el Señor lo hace premeditadamente. Él quería que quedara escrito que él se juntó con los pecadores. Que quede en tu testimonio, hermano, que tú andabas entre gente que tiene Sida, entre homosexuales.

Y, por si fuera poco, cuando él va a la cruz, ponen a un malhechor a su derecha y un malhechor a su izquierda. Ya morir crucificado, es la ignominia más grande. Pero el Señor muere entre malhechores. No sólo durante su vida se juntó con pecadores, sino que cuando murió, murió entre bandidos. Y ustedes saben que aun en ese momento, uno de ellos se volvió al Señor, y fue salvo.

Pero, para estar salvando hasta en el último minuto a alguien perdido, ¡hay que estar hasta el último minuto con los perdidos! Nuestro Señor murió crucificado en medio de dos malhechores. Y Marcos dice que ahí, cuando murió crucificado, se cumplió la Escritura que dice: «Y fue contado con los inicuos».

Así que escuchemos al hermano Lucas, que nos está predicando hoy, y nos está diciendo: «¿Saben, el Jesús que me fue revelado por el Espíritu Santo fue un hombre que trajo la salvación a todos los hombres, a toda clase de hombres, y que desde que comenzó su ministerio hasta minutos antes de su muerte, vivió en medio de ellos».

Sus discípulos no estuvieron al lado de él cuando él murió. Murió en medio de pecadores, no en medio de sus discípulos. Nosotros, hoy día, morimos rodeados de hermanos. ¡Glorioso! Los hermanos nos acompañan y cantan mientras nosotros estamos partiendo. Morimos llenos de buena fama y de buen nombre, y nuestro amado Señor vivió en medio de los perdidos. ¿No es admirable, no es glorioso nuestro Señor?

Yo sé que no es simple lo que estoy diciendo. «Cómo, cuándo, dónde, quién. ¿Y si nuestros jóvenes empiezan a hacer esto…?». Sé que hay cientos de cosas, pero algo hay que hacer. Pienso que como estamos hoy, tampoco es. Por eso, más que enseñar esta palabra, yo quiero abocarme a vivirla. Quiero saber cómo se hace, de qué se trata, qué resultados produce. Hasta aquí, estoy emocionado, porque la sabiduría ha sido justificada por los hijos.

El corazón de Jesús

Quiero seguir aprendiendo, y tener este corazón de Jesús. Hay tanta gente que nos necesita. Nosotros vemos reportajes en la televisión de cómo están las cosas afuera. Pero, ¿qué sentimos por esa gente? ¿Nos sumamos a los que dicen: Fusílenlos, mátenlos? ¿O somos de los que sentimos misericordia, y lloramos, y estaríamos dispuestos a hacer algo por ellos?

Si el Señor te ha ministrado, si el Señor te ha hablado, responde al Señor, respondamos con nuestro corazón. Cuando Dios habla, él espera una respuesta de los que le han oído. Amén.

Síntesis de un mensaje impartido en Temuco (Chile), Septiembre de 2006.