Existe una paradoja en el cristianismo en torno a la tribulación, plantea C.S. Lewis. Son bienaventurados los pobres, pero debemos eliminar la pobreza, mediante la justicia social y las limosnas. Somos bienaventurados cuando nos persiguen, pero podemos evitar la persecución huyendo de ciudad en ciudad, y podemos implorar que se nos libere de ella.

Pero si el sufrimiento es bueno, ¿no deberíamos buscarlo en vez de evitarlo? La respuesta es que el sufrimiento no es bueno en sí mismo. Lo que es bueno en cualquier experiencia dolorosa es, para el doliente, su entrega a la voluntad de Dios; y para los espectadores, la compasión que despierta y los actos de misericordia a que conduce.

En el universo caído y parcialmente redimido, podemos distinguir: (1) el bien simple que desciende de Dios; (2) el mal simple producido por las criaturas rebeldes; y (3) el uso de ese mal por Dios para su propósito redentor, que produce (4) el bien complejo al que contribuyen el sufrimiento aceptado y el pecado del cual ha habido arrepentimiento.

Ahora bien, el hecho de que Dios puede producir un bien complejo a partir de un mal simple no disculpa a aquellos que hacen el mal simple. Y esta distinción es central. Ocurrirán ofensas, ¡pero ay de aquellos por quienes ocurren! Los pecados sí hacen abundar la gracia, pero no debemos tomar eso como excusa para continuar pecando. La crucifixión misma es el mejor, y al mismo tiempo el peor de los hechos históricos, pero el papel de Judas sigue siendo simplemente malvado.

Cuando un hombre malvado causa dolor a su prójimo, Dios puede convertir ese mal simple en un bien complejo, pero sin duda juzgará a quien hizo ese mal. Todo colabora con el propósito de Dios, aunque para los hombres involucrados sea muy distinto colaborar como Judas o como Juan.

Todo el sistema está calculado, por así decirlo, para el choque entre los hombres de bien y los malos. Y los buenos frutos de la fortaleza, paciencia, compasión y perdón por los cuales se permite la crueldad del hombre cruel, presuponen que el hombre de bien continúe buscando el bien simple.

Nadie debe transformar esto en una licencia general para afligir a la humanidad, porque «la aflicción es buena para ella». Eso significaría ponerse en el lugar de Satanás, o de Judas. Si alguien quisiera imitarlos, deberá estar dispuesto a recibir su misma paga.

Los que sufren de buena voluntad hacen posible que, detrás de un mal simple, venga para ellos un bien complejo, por la intervención en gracia, de Dios. El bien simple y el bien complejo provienen de Dios, pero la diferencia entre ambos la hace el sufrimiento. La mayor riqueza del segundo está mediada por el dolor aceptado por la fe. Aceptar el sufrimiento y arrepentirse de los pecados, por parte del hombre, es lo que hará posible que un mal simple se convierta en un motivo de riqueza espiritual.

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