Cuando una obra se institucionaliza, Dios remueve todo para crear algo nuevo.

¿Cuán a menudo has oído decir a los cristianos: «Dios está haciendo una cosa nueva en su iglesia?» La ‘cosa nueva’ a que ellos se refieren puede ser llamada avivamiento, un derramamiento del Espíritu Santo, una visitación, o un movimiento de Dios.

No obstante, muy a menudo, esta «cosa nueva» de Dios muere rápidamente. Y una vez que ésta ha desaparecido, no puede ser hallada otra vez. Así, esto prueba no ser un mover de Dios en lo absoluto. De hecho, los sociólogos cristianos han rastreado muchos de estas tan llamadas visitaciones. Han descubierto que en término medio el lapso de uno de estos eventos es más o menos cinco años.

Personalmente, yo creo que Dios está haciendo una nueva obra en su iglesia. Sin embargo, esta gran obra del Espíritu no puede ser hallada en un solo lugar. Está ocurriendo a escala mundial. Y no tienes que viajar mucho para contemplarla. Ciertamente, esta «nueva obra» de Dios puede estar tan cerca como la iglesia cercana.

Dios se deshace de lo viejo

Hay un principio bíblico que gobierna cualquier verdadero mover de Dios. Encontramos este principio operando una y otra vez en ambos Testamentos. Ha sido comprobado a través de siglos de historia de la iglesia. El principio es este: Dios no traerá ningún nuevo acontecimiento en su iglesia, hasta que él se deshaga de lo viejo. Tal como Jesús lo dijo: él no pondrá vino nuevo en odres viejos.

¿Por qué es esto así? Se debe a que Dios tiene una controversia con la antigua obra en su iglesia. Ves, con cada nueva obra que él levanta, pasan solamente unas pocas generaciones antes que empiece a deslizarse la apatía y la hipocresía. Pronto el pueblo de Dios se vuelve idólatra, con corazones inclinados a la apostasía. Y eventualmente, Dios escoge pasar por encima de la antigua obra en su iglesia. Él la abandona completamente antes de iniciar lo nuevo.

Este principio fue introducido por primera vez en Silo. Durante el tiempo de los Jueces, Dios estableció una obra santa en aquella ciudad. Silo era donde el santuario de Dios yacía, el centro de toda la actividad religiosa en Israel. El nombre «Silo» en sí mismo significa «aquello que pertenece al Señor». Esto habla de cosas que representan a Dios y revelan su naturaleza y carácter. Silo fue el lugar donde Dios habló a su pueblo. Fue también donde Samuel escuchó la voz de Dios y donde el Señor le reveló su voluntad.

Elí fue el sumo sacerdote en Silo y sus dos hijos ministros en el santuario. No obstante, Elí y sus hijos fueron perezosos y sensuales, totalmente consumidos por intereses personales. Durante su ministerio permitieron que el pecado craso entrara a la casa de Dios. Al pasar el tiempo, Silo llegó a ser corrupto. Pronto el pueblo de Dios se llenó de codicia, adulterio e hipocresía.

Finalmente, el Señor dejó de hablar en Silo. En esencia, le dijo a Samuel: «Silo se ha corrompido tanto que ya no representa más quien yo soy. Esta casa dejó de ser mía. No la toleraré más. He terminado con esto». Entonces, el Señor levantó su presencia del santuario y escribió sobre la puerta «Icabod,» que significa: «La gloria del Señor ha partido».

En esta circunstancia, Silo murió, sin posibilidad de redimirse. No hubo esperanza de revivir la gloria pasada, ninguna esperanza de reforma. Dios estaba diciendo: «He entregado a Silo a la carne, y yo me mudo. Estoy a punto de levantar una casa totalmente nueva».

¿Cuál es la condición a que llega un pueblo, para que el Señor retire su presencia de ellos? Considera la escena en Silo: por años, nadie en esa sociedad se puso en la brecha. Nadie se humilló a sí mismo, clamando en arrepentimiento: «Señor, no te apartes de nosotros».

En cambio, Dios sólo vio un pueblo que estaba endurecido respecto de la verdad. Estos israelitas observaban todos los rituales religiosos y dijeron todo lo que era correcto, pero sus corazones no estaban en ninguna de estas cosas. Todas sus obras fueron en la carne. El sacerdocio estaba más allá de la redención. Elí se había vuelto totalmente ciego a su propia apostasía. Él y sus perversos hijos tenían que irse.

Así el Señor se deshizo completamente de lo viejo. Y, una vez más, él levantó una nueva obra. Después de esto, el templo en Jerusalén empezó a ser conocido como «La casa del Señor». Por un tiempo, Dios habló allí a su pueblo. La casa se llenó con oración, la Palabra de Dios fue predicada y el pueblo de Dios presentó sacrificios de acuerdo a sus mandamientos. El templo en Jerusalén representaba quien era Dios, y él manifestó su presencia allí. De hecho, en una ocasión, su gloria lleno el templo tan poderosamente que los sacerdotes fueron incapaces de ministrar.

Sin embargo, ese ministerio también cayó en decadencia. La corrupción se adueñó de la gente una vez más. Y el templo en Jerusalén ya no representaba más a Dios.

Sólo toma unas cuantas generaciones que la nueva obra de Dios degenere en apatía e hipocresía. ¿Por qué es esto así? Casi siempre, esto ocurre porque aquellos que sirven en el ministerio son conducidos por la carne. La pasión ardiente que hizo nacer la obra se desvanece. Y través del tiempo, el ministerio se vuelve una institución humana. Una rutina sin vida se establece. Los líderes, que una vez fueron hombres de oración, ahora confían en la organización y habilidad carnal para mantener la obra en marcha.

La apostasía en días de Jeremías

El Señor respondió a esta clase de compromiso en el tiempo de Jeremías. Él envió al profeta a la puerta del templo para proclamar una palabra devastadora: «Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré habitar en este lugar» (Jeremías 7:3). Él estaba diciendo en otras palabras: «Esta obra se ha vuelto corrupta, y ahora la muerte está a la puerta. Pero aún hay tiempo para salvarla. No quiero darle la espalda. Quiero quedarme contigo y moverme en medio tuyo. Pero para que eso ocurra, tienes que arrepentirte. Debes volver a tu primer amor».

Luego el Señor añade: «No fíes en palabras de mentira, diciendo: ¡Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste!» (7:4). Dios había oído a la gente gritar: «El Señor no puede destruir este templo. Es su casa eterna. Es nuestra historia, nuestra tradición atrincherada. Mira a todos estos edificios majestuosos. Ellos están en pie como un testimonio de Dios al mundo impío. Él nunca abandonará lo que ha establecido aquí».

Pero el Señor respondió: «¿Qué acerca de sus contaminaciones? ¿Qué acerca de su rampante adulterio? Ustedes juran falsamente. Ustedes se inclinan a ídolos. Y han convertido mi casa en una cueva de ladrones. Envié profetas para advertirles, pero ustedes no escucharon. Yo les hablé, pero ustedes no oyeron. Los llamé, pero no respondieron».

Ahora Dios les instruyó: «Id ahora a mi lugar en Silo, donde hice habitar mi nombre al principio, y ved lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel» (7:12). Él estaba urgiendo: «Vengan, todos ustedes pastores, pastores y sacerdotes. Saquen sus Biblias, y vean por ustedes mismos cómo yo obro. Miren atrás a mi casa en Silo. Yo establecí aquella iglesia y puse mi nombre sobre ella. Pero la gente rechazó a mis profetas. Y a cambio, confiaron en sus propios caminos. Así que yo echaré fuera por completo lo antiguo».

«Ahora voy a hacerlo una vez más. Tú eres como Silo. Tú has permitido pecado y corrupción en mi casa. Te has vuelto tan degenerado en tus caminos, que ya no me representas. Mira en derredor: ¿Quién esta parado en la brecha? ¿Quién está clamando con un corazón arrepentido? Veo apatía y falta de compromiso. Mi palabra advierte claramente que yo levanté mi presencia de Silo. Y ahora me voy a alejar de ti. Estoy a punto de quitar mi gloria de en medio de ti».

«Haré también a esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros confiáis, y a este lugar que di a vosotros y a vuestros padres, como hice a Silo. Os echaré de mi presencia, como eché a todos vuestros hermanos, a toda la generación de Efraín» (7:14:15). Una vez mas, Dios estaba diciendo: «La antigua obra está acabada, terminada. Tú ya no me representas. Ahora tendré un pueblo que me represente al mundo como yo verdaderamente soy. Yo tengo una cosa completamente nueva en mente».

El Señor terminó con esta declaración: «Tú, pues, no ores por este pueblo; ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque no te oiré» (7:16). Él estaba diciendo: «No te molestes en orar por esta antigua obra. Está muerta y desaparecida, mas allá de toda esperanza de revivir».

Cristo vino al templo con una invitación y una advertencia

Jesús se puso en pie en el último templo e invitó a todos a venir bajo sus misericordiosas alas de protección. Él llamó al ciego, al enfermo, al leproso, al pobre, al perdido, a todos, a venir y encontrar sanidad y perdón. Pero la multitud religiosa rechazó su oferta. Así que Cristo testificó de ellos: «¡…no quisiste!» (Mateo 23:37).

Mientras leo esto, surge una pregunta: Aquí en el Nuevo Testamento, ¿echará Dios una obra antigua de la misma manera que él hizo en el Antiguo? ¿Abandonará Dios la antigua obra y levantará una nueva? ¿Echara fuera aquello que rechazó su oferta de gracia, misericordia, despertamiento?

Si, él lo haría. Jesús respondió a aquellos que lo rechazaron, diciendo: «He aquí vuestra casa os es dejada desierta» (23:38). Él les dijo: «Este templo es ahora vuestra casa, no la mía. La estoy dejando. Y yo dejo lo que ustedes han gastado y desertado».

Luego él añadió: «Os digo que desde ahora no volveréis a verme, hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (23:39). Él les estaba declarando: «Mi gloria ya no está en esta antigua obra. Ahora la he rechazado. Y lo que resta de su vida religiosa será conducida sin la presencia de Dios. Yo también entrego esta antigua obra a la carne. Tus pastores no serán hombres espirituales, sino ministros de la carne».

Los discípulos no podían creer las palabras de Jesús. Ellos le urgieron: «Maestro, mira la magnificencia del templo, las asombrosas estructuras. Considera su historia, los siglos de tradición. No es posible que esto quede en ruinas. ¿Estás diciendo que todo terminó?». Jesús respondió, «Sí, todo terminó. Esta antigua obra ha terminado. Está muerta y desaparecida a mis ojos. Ahora voy a hacer una nueva obra».

Piensa esto: aquí estuvo en pie la misericordia y gracia Encarnada, diciendo: «Esta cosa antigua ya no es mía. Ahora, la dejo totalmente desolada. No tiene ninguna posibilidad de ser revivida». Entonces Jesús siguió adelante hasta Pentecostés, al principio de una nueva obra. Él estaba a punto de levantar una nueva iglesia, no una réplica de la antigua. Y él la haría completamente nueva desde la fundación misma. Esta sería una iglesia de sacerdotes y gente nueva, todos nacidos de nuevo en él.

Mientras tanto, la antigua obra pasaría lentamente. Las multitudes todavía vendrían al templo a observar sus rituales muertos. Los pastores aun robarían a los pobres, los adúlteros pecarían a voluntad, la gente se deslizaría a la idolatría. Cada día, la antigua obra se volvería cada vez más seca y débil. «¿Por qué?», preguntarás. La presencia de Dios ya no estaba allí.

¿Cuál es la condición de la iglesia hoy?

Esto nos trae a la iglesia del día presente. Permíteme preguntarte: Lo que ves hoy en la iglesia, ¿es representativo de quien es Jesús? Considera todas las denominaciones y movimientos, todo lo asociado con el nombre de Cristo. ¿Es verdaderamente lo que estamos viendo la iglesia triunfante, la novia sin mancha de Cristo? ¿Revela ésta a un mundo perdido la mismísima naturaleza de Dios? ¿Es esto lo mejor que el Espíritu de Dios puede producir en estos últimos días?

¿O se ha convertido la iglesia moderna visible en la obra antigua? ¿Se ha vuelto corrupta balanceándose en el mismísimo borde de ser reemplazada por alguna nueva obra? En resumen, ¿hará Dios un cambio por última vez antes que Jesús regrese? ¿Abandonará él lo que se ha vuelto corrupto, y levantará una iglesia gloriosa final?

Sí, yo creo que él lo hará. Isaías nos dice: « He aquí, ya se cumplieron las cosas primeras y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré saber» (Isaías 42:9).

La iglesia que conocemos hoy comenzó con arrepentimiento. Cuando Pedro predicó la Cruz en Pentecostés, miles vinieron a Cristo. Esta nueva iglesia estaba formada de un cuerpo, consistiendo de todas las razas, llenos de amor los unos por los otros. Su vida corporativa estaba marcada por el evangelismo, un espíritu de sacrificio, aun el martirio.

Este hermoso principio refleja las palabras de Dios en Jeremías: «Te planté vid escogida, simiente verdadera toda ella» (Jeremías 2:21). Sin embargo, las siguientes palabras del Señor describen lo que ocurre a tales obras: «¿Cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?» (2:21). Dios estaba diciendo: «Yo te planté bien. Tu fuiste mía, llevando mi nombre y naturaleza. Pero ahora te has degenerado».

Una nueva forma de idolatría

¿Qué causó esta degeneración en la iglesia? Esto siempre ha sido, y seguirá siendo, la idolatría. Dios estaba hablando de idolatría cuando le dice a Jeremías: «Mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que no aprovecha» (2:11). La idolatría desoló a Silo, desoló el templo, y ha ensuciado a la iglesia hoy. Siempre es la causa raíz detrás de que Dios deje la antigua obra y comience una nueva.

En Ezequiel 14, ciertos ancianos vinieron al profeta para inquirir del Señor. Ellos querían saber: «¿Qué está diciendo Dios a su pueblo hoy?». Pero el Señor dijo a Ezequiel: «Estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he ser yo en modo alguno consultado por ellos?» (Ezequiel 14:3). Él estaba diciendo, en otras palabras: «Ellos han venido aquí como si realmente estuvieran buscándome. Pero están ocultando malvados ídolos en sus corazones. ¿Por qué debería responderles?».

La mayor parte de la enseñanza cristiana hoy identifica un ídolo como algo que está entre el pueblo de Dios y él mismo. Es aquello que nos aleja de él. Sin embargo, esa es sólo una descripción parcial de la idolatría. Después de todo, los ancianos que se acercaron a Ezequiel no fueron alejados por sus ídolos.

La idolatría tiene que ver con un asunto mucho más profundo del corazón. La verdad es que la idolatría puede andar rampante en la casa de Dios, pero permanecer totalmente sin ser vista. Eso es lo que el Señor quiso decir cuando dijo que estos ancianos tenían un «tropiezo de maldad delante de su rostro» (Ezequiel 14:3). El tropiezo de maldad es cualquier doctrina que justifica un ídolo. Y este ciega al pueblo de Dios para no ver su pecado.

Eso es exactamente lo que ha ocurrido en la iglesia hoy. El ídolo número uno entre el pueblo de Dios no es el adulterio, la pornografía o el alcohol. Es una lujuria mucho más poderosa. ¿Cuál es este ídolo? Es una violenta ambición por el éxito. Y hasta tiene una doctrina para justificarla.

La idolatría de ser exitosos describe a muchos en la casa de Dios hoy. Estas personas son rectas, moralmente limpias, llenas de buenas obras. Pero ellos han puesto un ídolo de ambición en sus corazones, y no pueden sacudirlo.

Trágicamente, este era el mismo espíritu que controlaba detrás de Baal y Moloc: prosperidad y éxito. Y hoy este espíritu ha contaminado el evangelio de Jesucristo a escala mundial. Éste se presenta como un espíritu de bendición, pero es una perversión de la bendición que Dios se propone para su iglesia. Y está haciendo naufragar la fe de millones.

Postmodernismo

Este espíritu también tiene sabor a postmodernismo. Una de las doctrinas del postmodernismo es que la comunidad te otorga tu propósito y valor. Diciéndolo de modo simple, tu éxito y aceptación son medidos por los estándares del mundo. Como resultado de esto, muchos cristianos se miden a sí mismos por su carrera, sus posesiones, y su cheque de pago.

Ahora la teología posmodernista está introduciéndose en el liderazgo de la iglesia. Los pastores y evangelistas están creyendo la mentira de que son sus colegas quienes determinan cuán exitosos son ellos. Esta es la razón por la cual el éxito en el trabajo de la iglesia se ha convertido en tener asistencia masiva, grandes edificios y un grueso presupuesto. Y esta es la razón por la cual los ministros son impulsados a empujarse a sí mismos y a sus congregaciones a lograr estas cosas.

Yo les digo: esta no es la iglesia que Jesucristo viene a buscar para tomar como su esposa. Esta institución posmodernista, materialista, dirigida por la carne se ha vuelto vieja y corrupta. Y está en las garras de la muerte ahora mismo.

Lo que Dios está haciendo hoy en su iglesia

Muchos pastores jóvenes por todo el mundo están hartos con la vieja obra, con sus altercados y sus peleas internas de denominaciones. Ellos no quieren tener nada que ver con esto. Han rechazado el impulso por la grandeza y notoriedad. En cambio, están volviendo a la centralidad de Cristo, regresando a buscar a Dios, regresando a tener hambre por la verdad. Y ellos sienten una nueva obra en el aire.

«He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a la luz, yo os las haré notorias» (Isaías 42:9).

Dios está a punto de hacer una cosa nueva. Y esta nueva obra será tan gloriosa, que hará que su pueblo le alabe como nunca antes: «Cantad a Jehová un nuevo cántico, su alabanza desde el fin de la tierra; los que descendéis al mar, y cuanto hay en él, las costas y los moradores de ellas» (42:10). Dios nos está diciendo: «Que todo mi pueblo, a escala mundial, cante mis alabanzas. Déjenme oír una nueva canción de los marineros en el mar, de mi pueblo en cada nación, de todas las tierras del mundo».

Sabemos que en estos últimos días, Satanás esta descendiendo a la tierra con una ira feroz (Apocalipsis 12:12). Él sabe que su tiempo es corto. Y va a vomitar una inundación de iniquidad sobre la iglesia. Pero Dios declara: «Deja que mi pueblo sepa que el León de Judá está descendiendo con todo el poder del cielo. ¡El Redentor viene a Sion!».

No pienses ni por un momento que Dios permitirá que Satanás tome el control de la iglesia y asole a sus hijos. Las puertas del infierno no prevalecerán contra el cuerpo de Cristo. Y yo creo que Dios está en camino a Sion ahora mismo para visitar a su pueblo.

Tal como él lo hizo con Sodoma, el Señor viene a purificar. Y este tiempo de purificación comenzará con su iglesia. Ahora mismo, el Señor está comenzando a quemar la paja en su casa. Y va hacer una gran obra. La Escritura nos dice: «Jehová saldrá como un gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará, voceará, se esforzará sobre sus enemigos» (Isaías 42:13).

¿Por qué viene Jesús con tan poderoso rugido? ¿Y qué estará gritando en alta voz? Él gritará de celos sobre su pueblo. Ves, nuestro Señor está en un estado de celos sobre su iglesia ahora mismo. Y aquí está su grito celoso: «Desde el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido; daré voces como la que está de parto; asolaré y devoraré juntamente» (42:14).

¿Qué significa esto? ¿Por que gritará Jesús como la que está de parto? El Señor nos está diciendo que está a punto de dar a luz algo nuevo. Mientras Satanás está alborotado engañando a multitudes, Dios está diciendo a su pueblo: «Una cosa nueva, y santa está por nacer bajo las narices de Satanás. Ésta es una iglesia que él no puede engañar. Es aquella iglesia prevaleciente, sin mancha ni arruga».

Hasta ahora, el Señor ha estado en silencio. Él ha reprimido su ira mientras falsas doctrinas, falsos profetas, y lobos vestidos de ovejas han hecho naufragar a multitudes en el cuerpo de Cristo. Pero ahora Dios está dando a conocer su voz. Él nos está diciendo: «Los pastores han convertido mi casa en una cueva de iniquidad. Sin embargo, yo he callado. Predicadores materialistas han corrompido mi iglesia por todo el mundo con doctrinas abominables. Sin embargo, yo he permanecido quieto. Yo he permanecido silencioso mientras que las mega-iglesias han quitado la ofensa de la Cruz de sus congregaciones. Me he reprimido mientras pastores complacientes han permitido a comediantes del espectáculo traer liviandad y frivolidad dentro de mi casa santa.

«¡Pero no más! Ahora yo estoy conmovido. Y voy a ir a mi casa, para limpiarla antes que regrese por mi novia. Les advierto, vengo a ustedes con un celo santo. Y yo voy a destruir todas estas falsas doctrinas. Yo quebraré a cada ladrón y ratero que ha llenado mis púlpitos. Yo secaré todas sus fuentes y causaré que sus ríos de dinero se sequen».

«Convertiré en soledad montes y collados, haré secar toda su hierba; los ríos tornaré en islas, y secaré los estanques… Serán vueltos atrás y en extremo confundidos los que confían en ídolos, y dicen a las imágenes de fundición: Vosotros sois nuestros dioses» (Isaías 42:15, 17).

Amado, esta es la cosa nueva que Dios está haciendo en su iglesia. Él esta diciendo: «Yo destruiré y devoraré a todo ministro que es de la carne, del bombo y el materialismo. Y levantaré pastores conforme a mi propio corazón, siervos fieles que me conocen. Yo destruiré todo evangelio falso, y confundiré y avergonzaré a cada maestro falso».

«Sin embargo, no abandonaré a aquellos millones de personas sinceras que fueron engañadas por falsas doctrinas. Ellos no sabían. Y ahora oirán mi evangelio puro. Cuando lo escuchen, se arrepentirán y se avergonzarán del evangelio superficial y frívolo que los descarrió. Yo los guiare a la verdad». «Guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé» (42:16).

¡Qué increíble promesa! Ahora vemos por qué Isaías profetiza: «Alcen la voz el desierto y sus ciudades… y desde las cumbres de los montes den voces de júbilo. Den gloria a Jehová, y anuncien sus loores en las costas» (42:11-12).

Querido santo: Dios está haciendo una cosa nueva ahora mismo. Él esta llamando a su pueblo una vez más a que abandone todo ídolo y haga su habitación en la Roca, Jesucristo. Les animo, prepárense para obedecer su clamor: «¡Que los habitantes de la Roca canten!».

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