Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído».

Hechos 22.15.

Los nuevos creyentes deben aprender a testificar del Señor; si no, el evangelio terminará con ellos. Tú ya eres salvo; tienes vida y tu luz está encendida. Pero si no enciendes a otros antes de arder tú del todo, entonces estás realmente acabado. Tú deberías traer a muchos al Señor para que no comparezcas ante él con las manos vacías.

«Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído». El Señor habló estas palabras a Pablo por medio de Ananías. Lo que has visto y oído, atestiguarás a todos los hombres. El primer fundamento del testimonio es ver y oír. Tú no puedes testificar de aquello que no has visto u oído. La ventaja que Pablo tenía era que, a diferencia de otras personas, él había oído y había visto personalmente al Señor. Él testificó de lo que él había visto y oído.

«Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo» (1a Juan 4.14). Esto nos dice lo que significa testificar. Damos testimonio de lo que hemos visto. Gracias a Dios, tú has creído recientemente en el Señor. Te has encontrado con él, has creído en él, y le has recibido. Ahora eres un redimido. Habiendo sido libre del pecado y habiendo recibido el perdón, tienes la paz en ti.

Tú sabes cuán feliz eres después de haber creído; una dicha que nunca conociste antes. Anteriormente, la carga del pecado pesaba fuertemente sobre ti, pero hoy, gracias a Dios, esa carga ha sido quitada. Por lo tanto, eres una persona que ha visto y ha oído. ¿Qué debes hacer ahora? Debes dar a conocer tu testimonio. Esto no significa que debes ser un predicador o dejar tu trabajo y ser un obrero a tiempo completo. Significa simplemente que debes testificar a tus amigos, parientes y conocidos de aquello que tú has visto y oído. Debes intentar traer almas al Señor.

Cómo testificar

Los dos pasajes de la Escritura ya mencionados forman un conjunto sobre el significado del testimonio. Ahora veremos otro conjunto, un conjunto de cuatro pasajes que nos dirán de forma muy sencilla en qué consiste el dar testimonio.

1. Hablar en la Ciudad – La Mujer Samaritana

En Juan 4 la mujer samaritana se encontró con el Señor, quien entonces le pidió agua. Pero después de pedir, el Señor dio un giro y le ofreció a ella el agua viva sin la cual nadie podría realmente vivir y ser satisfecho. El que bebe del agua del pozo tendrá sed otra vez. Por lo menos tendrá sed tantas veces como las veces que beba. Tú nunca estarás satisfecho, así es que tendrás que beber una y otra vez. Lo que el mundo ofrece puede satisfacer por un tiempo, pero tarde o temprano la sed volverá. Sólo la fuente que fluye desde adentro puede satisfacer para siempre. Sólo esta satisfacción interior puede liberar a la gente de la demanda del mundo.

Después que el Señor Jesús mostró a la mujer samaritana quién era él, la mujer dejó su cántaro – hasta entonces lo más importante para ella – y entró en la ciudad diciendo: «Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?’’ (Juan 4:29). Aquí tenemos un ejemplo real de testimonio.

¿Qué testificó ella? Ella dijo: «He aquí un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho» (v. 39). Ella había hecho multitud de cosas; algunas conocidas públicamente, pero otras desconocidas. Tenía miedo de decir a la gente todo lo que ella había hecho; sin embargo, ahora el Señor había hecho justamente eso. Ella atestiguó que aquí había un hombre que le dijo todo lo que ella había hecho siempre, cosas que sólo ella misma sabía. ¿Sería este hombre el Cristo? Permítanme decirles: tan pronto como vio al Señor, ella abrió su boca. La Biblia dice: «Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio» (v. 39).

De esto podemos deducir una cosa: todos tienen necesidad de testificar, de contar su propia historia. Puesto que el Señor ha salvado a un pecador tan grande como tú, ¿puedes cerrar tu boca y no testificar? El Salvador me ha salvado; no puedo sino abrir mi boca y confesarlo a Él. Aunque no puedo explicar por qué, por lo menos veo que éste es Dios, éste es el Cristo, éste es el Hijo de Dios, éste es el Salvador enviado por Dios. Puedo también ver que soy un pecador salvado por gracia.

Todo lo que se requiere de mí es expresar mi sentimiento. Puede que yo no sepa decir lo que ha sucedido, pero los demás pueden ver cuán notoriamente he cambiado. Ignoro cómo sucedió. Yo, que antes me consideraba un hombre bueno, me veo hoy como pecador. Lo que yo no consideraba como pecado, el Señor me ha hecho ver que es pecaminoso. Ahora sé qué clase de persona soy. Hice muchas cosas en el pasado sin conocimiento de nadie; a veces, aun yo mismo era inconsciente de lo que hacía. Pecaba mucho, pero no tenía conciencia de ser un pecador. Sin embargo, aquí vino un Hombre que me dijo todas las cosas que yo había hecho siempre. Él me dijo aquello que yo no conocía, como también aquello que yo sabía. Tengo que confesar que he tocado al Salvador. Éste debe ser Cristo, el único que puede salvar.

2. Testimonio en Casa – El Endemoniado

En Marcos 5.1-20, vemos a un hombre terriblemente poseído por un espíritu inmundo. Él se cortaba con las piedras, y ningún hombre tenía fuerza para dominarlo. Hacía pedazos las cadenas que lo ataban, y destrozaba los grillos. Vivía en los sepulcros, y la gente no se atrevía a pasar por aquel lugar. Pero el Señor echó el espíritu inmundo fuera de ese hombre. Él deseaba seguir al Señor, pero el Señor le mandó: «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti» (v. 19). Decir cuán grandes cosas te ha hecho el Señor es testificar de él.

Cuando tú recibes la gracia, deberías hacer saber a tu familia, tus vecinos y tus parientes que ahora eres una persona salvada. Diles cuán grandes cosas ha hecho el Señor contigo cuando creíste en él. Cuéntales el hecho y testifícales verazmente. Así encenderás a otras personas y permitirás que la salvación del Señor siga avanzando.

3. Proclamar en las sinagogas – Saulo

«Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco. En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?» (Hechos 9.19-21). La expresión «en seguida» (de inmediato) es absolutamente enfática en el griego.

Entonces, lo primero que una persona debe hacer después de recibir al Señor es testificar a favor de él. Tan pronto como los ojos de Saulo fueron curados, él aprovechó la primera ocasión para atestiguar que Jesús es el Hijo de Dios. Déjenme decirles: cada uno de los que creen en el Señor Jesús debe hacer precisamente eso.

¿Puede alguien que ha sido salvo sentarse tranquilamente como si nada hubiera sucedido? ¿Puede creer en el Señor Jesús y no sentirse asombrosamente sorprendido? Dudo que alguien pueda hacer eso, porque él ha hecho un enorme descubrimiento, el más especial de todos: ¡Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios! No me sorprendería en absoluto si él golpease en la puerta de la casa de su amigo aún después de medianoche. ¡Sin duda, él debería subir a la cima del monte para gritar las noticias o ir a la orilla del mar a proclamar que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios! Ningún otro descubrimiento se aproxima siquiera a la magnitud de éste. Incluso todos los descubrimientos del mundo, reunidos, estarían lejos detrás éste. Verdaderamente hemos descubierto al Hijo de Dios. ¡Qué tremendo es esto!

4. Testimonio Personal

«Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro. El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme. Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret» (Juan 1.40-45).

En este cuarto pasaje vemos cómo Andrés buscó a Simón y Felipe buscó a Natanael. De esto aprendemos que, después de creer en el Señor, no sólo debemos dar testimonio en la ciudad, en el hogar y en las sinagogas, sino también debemos testificar persona a persona.

El secreto de la felicidad del creyente

En la vida de todo creyente hay dos días memorables, dos días de especial regocijo. El primer día feliz es aquel cuando él creyó en el Señor. El segundo es el día en que conduce por primera vez a alguien a Cristo. Para muchos, el gozo de llevar a una persona al Señor por primera vez supera aun la alegría de su propia salvación. Pero muchos creyentes no son felices, porque nunca han pronunciado una palabra a favor del Señor ni jamás han conducido un alma a Cristo. Que no sea ésta tu condición; no degeneres al punto de no tener esa dicha.

La Biblia dice: «El que gana almas es sabio» (Prov. 11.30). Los nuevos creyentes deben aprender a traer almas a la salvación desde el inicio de su vida cristiana. Deben aprender a ser sabios para ser útiles en la iglesia de Dios. El discernimiento espiritual de muchos creyentes nunca ha sido abierto, porque no saben ganar almas. No animamos a las personas a predicar en el púlpito, sino que las persuadimos a salvar almas. Muchos pueden predicar pero no pueden salvar almas. Si les llevas personas, ellos no saben cómo ocuparse de esas almas. Sólo aquellos que saben cómo tratar con las almas y conducirlas a Cristo son útiles en la iglesia. Los nuevos creyentes deben aprenden esto tempranamente en su vida cristiana.

Traducido de Spiritual Exercise, Chapter 11: «Witnessing»
Christian Fellowship Publishers