3ª Epístola de Juan.

Lecturas: 2ª Juan 1-15.

La segunda y tercera cartas de Juan están íntimamente relacionadas. Sabemos que ambas fueron escritas por Juan el anciano, el mismo autor del evangelio de Juan. El apóstol ya estaba en edad avanzada; él conocía al Señor a lo largo de muchos años, y escribe ahora esta carta personal.

Estas dos epístolas fueron escritas aproximadamente entre los años 95 y 98 d. de C. La segunda carta iba dirigida a «la señora elegida». Esta tercera fue enviada a Gayo, el amado. El nombre Gayo era bastante común en aquella época, y es mencionado en otros lugares del Nuevo Testamento (ver Hechos capítulos 19 y 20, y 1a Corintios). Sin embargo, es probable que este Gayo, a quien Juan se dirige en su carta, no sea ninguno de aquellos tres mencionados con anterioridad.

Juan escribió en esta carta que estaba muy feliz al saber que sus hijos estaban andando en la verdad. Esa afirmación nos indica de modo claro que este Gayo era, con toda probabilidad, uno de los hijos de Juan en la fe. Sin embargo, sea quien fuere, aunque no sabemos de dónde él procedía, lo más importante es que Gayo era, sin duda, un hermano en el Señor y una persona muy hospitalaria.

El apóstol Juan dice que amaba a Gayo en la verdad. Este amor no es el amor humano o amor emocional. Era el amor divino, amor desinteresado, no egoísta; el amor basado en la verdad, pues sabemos que el apóstol Juan amaba la verdad y amaba a todo aquel que andaba en la verdad.

La Salvación del Alma

Aunque 3ª Juan sea una carta tan breve, ella contiene mucha riqueza. Por ejemplo, en el versículo 2 se lee: «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma». Este versículo es citado como lema por aquellos que predican el ‘evangelio de la prosperidad’. Este ‘evangelio’ proclama básicamente que Dios desea que tú seas próspero, tengas riqueza y salud, que tú tengas todo. ¿Y quién es aquel que no desearía prosperar? Todos quieren la prosperidad.

Lamentablemente, cuando las personas citan este versículo, leen sólo la primera parte: «Yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud…». Pero no ven lo que sigue: «…así como prospera tu alma». En otras palabras, el motivo por el cual el apóstol desea que Gayo sea próspero en riqueza y salud, es porque el alma de Gayo es próspera.

Tú no osarías orar pidiendo que Dios bendiga a una persona, que le dé riqueza y buena salud, si el alma de esa persona no es próspera, pues sería incluso peligroso. Tal persona podría caer en muchas tentaciones, y aun ser llevada a la destrucción. No obstante, para un alma que es próspera a los ojos de Dios, riqueza y salud serán de gran valía y utilidad para el Señor.

Gayo tenía un alma próspera, y su alma estaba siendo salvada. En la Biblia, descubrimos que no sólo nuestro espíritu recibe salvación, sino que nuestra alma también necesita ser salva. Nuestro espíritu es salvo por medio de la fe en Jesucristo como nuestro Salvador. Aquel que es nacido del Espíritu, es espíritu. Por tanto, cuando creímos en el Señor Jesús y lo aceptamos como nuestro Salvador personal, nosotros nacimos de nuevo. Nuestro espíritu es renovado. Esa es la salvación de nuestro espíritu.

Sin embargo, a través de la Biblia, descubrimos que la salvación es integral, no sólo para nuestro espíritu. Nuestra alma necesita ser salva – nuestra personalidad, lo que nosotros somos. Nuestra mente, emociones y voluntad necesitan ser renovados a fin de que Cristo pueda expresarse a través de nosotros.

¿De qué manera el alma puede volverse próspera? ¿Cómo el alma puede ser salva? Ella puede ser salva si pierde su propio yo. Recuerden las palabras de nuestro Señor Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Mar. 8:34-35).

Amados hermanos, nuestra alma necesita salvación. Tú sólo eres considerado próspero a los ojos de Dios cuando tu alma es salva, y el único modo de alcanzar la salvación de tu alma es perder la vida del alma. Perder la vida del alma significa estar dispuesto a negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir al Señor Jesucristo de modo que nuestra vida del alma venga a ser purificada. Cristo va a morar en nuestros corazones y a gobernar nuestra alma. Por ese motivo, nuestra alma será próspera.

Una persona cuya alma está siendo salva, sin duda, andará en la verdad, así como Gayo. Él andaba en la verdad porque su alma era próspera delante de Dios. Por una persona así, Juan podía pedir a Dios prosperidad en las cosas materiales y salud, porque cuanto más prosperidad Dios le diese, más serviría a Dios. Todo aquel cuya alma es salva, ya no vive más para sí mismo, sino para Dios. Por ese motivo, una de las características de Gayo era la hospitalidad. Él no vivía una vida centrada en su propio yo, y a causa de eso era hospedador y servía a las personas.

En casos como éste, nosotros podemos orar pidiendo que Dios traiga prosperidad material así como buena salud, pues teniendo buena salud, los hermanos pueden servir al Señor más y más, y si ellos reciben más recursos, éstos van a ser usados totalmente para la gloria de Dios. Dios desea que seamos prósperos, pero debemos recordar que, en principio, nuestra alma debe ser próspera. Esto es lo más importante de todo. Si nuestra alma fuere próspera, entonces el Señor puede darnos también salud y prosperidad en todas las cosas.

Hospitalidad

Antiguamente había muchos creyentes que, por diversas razones, necesitaban viajar de una ciudad a otra. Algunos viajaban por negocios, otros para visitar parientes y amigos, tal como ocurre hoy día. Pero no sólo por estos motivos, pues en aquella época había muchos siervos del Señor, que eran enviados por Dios a visitar las congregaciones en diferentes lugares, a fin de perfeccionar a los santos. Había no sólo muchos hermanos viajando, sino muchos predicadores viajando a diferentes localidades para apoyar a las congregaciones.

En aquella época no había buenos hoteles, y las hospederías eran pocas y mal administradas, y su atmósfera no era recomendable para los cristianos. Por ese motivo, la hospitalidad entre los hermanos era muy importante y necesaria, y proporcionaba también una buena oportunidad de comunión, y a través de esa comunión las personas eran edificadas, unidas en un espíritu y alma. La hospitalidad era muy importante; no sólo una práctica común, sino también algo necesario entre el pueblo de Dios.

La Hospitalidad, un Rasgo de Dios

Nuestro Dios es un Dios hospitalario, un Dios amoroso, que tiene interés y cuidado por nosotros. Antes de crear al hombre, él creó una serie de otras cosas, de modo que cuando el hombre vino al mundo, Dios ya había provisto para todo lo que el hombre necesitaba.

Posteriormente, cuando el hombre cayó en pecado, Dios proveyó salvación para la humanidad. Él hizo nacer su sol sobre malos y sobre buenos, y envió la lluvia sobre justos e injustos. ¡Es un Dios tan generoso! Él es tan bondadoso, lleno de generosidad, tan hospitalario. Tal es el carácter de Dios. Él no es avaro ni egoísta; es dadivoso y hospedador.

Siendo la hospitalidad el carácter de Dios, él mandó al pueblo de Israel, en la época del Antiguo Testamento, que ellos fuesen hospitalarios, así como él lo es. En Deuteronomio 15, por ejemplo, Dios dice: «Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra». En Deuteronomio 16, Dios ordena: «La fiesta solemne de los tabernáculos harás por siete días, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar. Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones».

En Deuteronomio 24, Dios dice de nuevo: «Cuando siegues tu mies en tu campo, y olvides alguna gavilla en el campo, no volverás para recogerla; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda; para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos. Cuando sacudas tus olivos, no recorrerás las ramas que hayas dejado tras de ti; serán para el extranjero, para el huérfano y para la viuda. Cuando vendimies tu viña, no rebuscarás tras de ti; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda».

En todo el Antiguo Testamento, el carácter de Dios es mostrado a través de sus mandamientos, estatutos y preceptos. Dios es rico en hospitalidad. Él siempre está atento a las necesidades de su pueblo. No hay en él vestigio alguno de egoísmo, y Dios desea que su pueblo posea ese mismo carácter.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, recibimos la siguiente instrucción: «Practica la hospitalidad» (Rom. 12:13), siendo este un mandato que debe ser obedecido por todo el pueblo de Dios. En lo que se refiere a los dones, personas diferentes pueden tener dones diferentes, pero en lo que se refiere a la gracia, no hay distinción. La hospitalidad no es sólo un don, es también gracia. Este versículo nos dice que debemos ser hospitalarios; o sea, tenemos que cuidar de las otras personas y compartir con ellas.

Hospitalidad y Comunión

La hospitalidad es una forma práctica de comunión; es compartir con otros todo lo que Dios nos ha dado. En Hebreos 13:1-2 leemos: «Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles». De acuerdo con 1ª Timoteo 3:2 y Tito 1:8, la hospitalidad es una cualidad del presbítero. De esta forma, entendemos claramente que la hospitalidad es algo que Dios realmente desea que su pueblo posea. Él quiere que seamos hospedadores, así como él también lo es.

La Hospitalidad, un Privilegio

El ejemplo clásico de hospitalidad nos es mostrado en Génesis capítulo 18. En la hora más calurosa del día, Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda cuando, de súbito, aparecieron delante de él tres varones. Abraham corrió al encuentro de ellos, se postró en tierra y dijo: «Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasaréis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz así como has dicho».

Abraham se apresuró y proveyó no sólo pan, sino también preparó un novillo para que comiesen, les trajo todo, y permaneció con ellos, oyéndoles. Durante la comida, ellos tuvieron comunión. Y aquel mismo día Dios prometió a Abraham que Sara tendría un hijo.

Al término de aquel tiempo juntos, después de haber comido, Abraham los acompañó un trecho a lo largo del camino. No los despidió apresuradamente, sino que caminó con ellos. ¡Eso es hospitalidad! Por causa de esa actitud de Abraham, Dios le reveló lo que pretendía hacer con Sodoma y Gomorra, y Abraham, a su vez, pudo interceder por Lot. En este ejemplo podemos ver que la hospitalidad no es una carga o una dificultad, sino un privilegio para nosotros.

A veces pensamos que la hospitalidad es una carga que nos es impuesta. Algunos aun exclaman: ‘¿Qué haremos? Tenemos que recibir de alguna manera a los hermanos que vienen a visitarnos…’. Muchos ven la práctica de la hospitalidad como si fuese algo pesado. Pero, mis hermanos, no debemos pensar de esa forma. De ninguna manera. Abraham dice: «Si ahora he hallado gracia en tus ojos».

Si alguien desea ser hospedado por ti, si alguien está dispuesto a recibir tu ayuda, esa persona te está concediendo un privilegio. Es un gran privilegio que Dios te está concediendo. Y a causa de eso, debes practicar la hospitalidad como Dios la practica: con generosidad, del mismo modo que Abraham, pues él dijo: «Traeré un bocado de pan», pero en lugar de eso él trajo un novillo. ¡Eso es hospitalidad!

Hospitalidad No Es Sociabilidad

Hospitalidad y sociabilidad son cosas distintas. La palabra hospitalidad es traducida del griego philoxenia; de fileo, amor, y xeno, extranjero. Por tanto, hospitalidad significa amar a alguien que no conocemos.

Por otra parte, ¿qué es sociabilidad? Algunas personas son muy sociables. Reciben personas en sus casas, pero invitan y hospedan sólo a aquellos que pertenecen a su mismo nivel social. Pero eso no es hospitalidad. La hospitalidad consiste en amar a alguien que no conocemos. Por ese motivo, nuestro Señor Jesús dice en Lucas 14 que, cuando invitamos a alguien a comer, no debemos elegir a aquellos que son ricos, que de alguna manera pueden recompensarnos.

Si tú invitas y recibes en tu casa a una persona a una comida con la expectativa de que ella te retribuya tu gesto, eso es sociabilidad. Sin embargo, la hospitalidad es diferente. Hospitalidad es convidar al pobre, al ciego o al lisiado, los cuales no tienen cómo pagarte. Entonces es Dios quien te retribuirá.

La Hospitalidad del Señor Jesús

Amados hermanos, nuestro Señor Jesús es rico en hospitalidad. Cierta vez él estaba predicando, y las personas ya estaban con él hacía tres días, porque les gustaba mucho oírle hablar. Ellos ya habían comido todo lo que habían traído consigo. Entonces los discípulos le dijeron al Señor: «El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer». Pero él no permitió que aquellas personas saliesen de su presencia con hambre. ¡Cuán hospedador es nuestro Señor Jesús!

En la noche en que iba a ser entregado, el Señor se había reunido con los suyos. En un momento dado, él se levantó, se quitó el manto, y tomando una toalla, se ciñó con ella. Después puso agua en un lebrillo y lavó los pies de sus discípulos. Eso es hospitalidad. Nuestro Señor es rico en hospitalidad.

Cuando nuestro Señor envió a sus discípulos a predicar el evangelio, él les ordenó que no fuesen a los gentiles, sino a «las ovejas perdidas de la casa de Israel». Les dijo que no llevasen nada consigo, ni oro ni plata, ni cobre, ni alforja, ni dos túnicas, ni bordón, ni sandalias, porque el obrero es digno de su sustento. Cuando ellos entrasen en una ciudad, debían preguntar quién en aquella ciudad era digno, y hospedarse allí. Al entrar a una casa, después de haber saludado, si la casa fuese digna, la paz vendría sobre ella. En cambio, si no lo fuese, la paz retornaría a ellos (Mateo 10).

Al pueblo de Israel se le ordenó practicar la hospitalidad. Fue por esa razón que el Señor Jesús dijo a sus discípulos que cuando fuesen a la casa de Israel, no necesitarían llevar consigo ninguna provisión. Al final de ese mismo capítulo, el Señor dirá: «El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa» (Mat. 10:40-42). Pero, al mismo tiempo, él les estaba avisando: «Estén preparados para ser rechazados».

La Iglesia en los Primeros Años Practicaba la Hospitalidad

En los primeros días de la vida de la iglesia, no había pastores como en la cristiandad hoy. En nuestros días, cada iglesia tiene un pastor permanente que reside junto a la congregación y atiende las necesidades espirituales. En la iglesia de aquellos primeros años, en cambio, cuando el pueblo de Dios se reunía, había ancianos que gobernaban, supervisaban y pastoreaban a la congregación.

En algunas iglesias como en Antioquía, por ejemplo, podía haber profetas y maestros, los cuales eran dados por el Señor a fin de suplir las necesidades locales y ministrar. Pero gran parte del ministerio era ejercido por predicadores itinerantes: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros que Dios había dado a la iglesia. Ellos no permanecían en un solo lugar, sino que viajaban entre las diferentes localidades, visitando las congregaciones y ministrando la palabra de Dios a los hermanos.

Ellos salían en el nombre del Señor Jesús, y no aceptaban ninguna cosa de los gentiles, de los ateos. Naturalmente, eran acogidos y hospedados por los hermanos y hermanas en cada lugar. Yo creo que, si nos volvemos a practicar aquello que está escrito en la palabra de Dios, a medida que la práctica de los primeros años de la iglesia va siendo restaurada, necesitaremos cada vez más pensar en la práctica de la hospitalidad como algo común entre nosotros.

Problemas en la Práctica de la Hospitalidad

A Quién Debemos Recibir

Sin duda, hay problemas relacionados con la práctica de la hospitalidad. Cuando hay tantas personas viajando entre diferentes lugares, uno de ellos es definir a quién debemos y a quién no debemos recibir.

El apóstol Juan dice muy claramente que si alguien viene a nosotros, pero no confiesa que el Señor Jesucristo vino en carne, no cree que el Señor Jesús es el Hijo de Dios que vino al mundo como un hombre a fin de ser nuestro Salvador, aquel no debe ser recibido en nuestro medio, ni aun darle la bienvenida. No debemos acogerlo en nuestra casa, porque si lo hacemos estaremos siendo partícipes de su iniquidad.

En aquella época, había personas de ese tipo. Los siervos del Señor que viajaban a diferentes lugares eran prestigiados. Cuando ellos llegaban a un lugar, eran bien recibidos, acogidos y hospedados. Pero había también otros inescrupulosos y de mal carácter, que querían obtener provecho, abusando de la hospitalidad que se les brindaba, utilizándola para llevar una vida fácil y confortable. No necesitaban trabajar; sólo les bastaba ir de un lugar a otro aprovechándose de las congregaciones que los recibían.

Había tales personas en la época de esta carta. También hoy día hay quienes actúan de esa forma. Por esa razón, el apóstol Juan dice que no debemos practicar la hospitalidad con una persona de este tipo, pues al hacerlo nos tornamos cómplices de sus malas obras. En otras palabras, seremos influenciados por aquel mal.

Carta de Recomendación

A causa de los problemas mencionados anteriormente, en la iglesia del primer siglo empezaron a ser usadas ‘cartas de recomendación’. Cuando los hermanos y hermanas viajaban, llevaban consigo una de estas cartas. Por ejemplo, en su epístola a los Romanos, Pablo recomendaba a Febe, una hermana que venía de Cencrea y estaba visitando Roma por motivos comerciales. Ella no conocía a nadie en Roma. Pablo conocía a algunos hermanos allí, y entonces les escribe una recomendación (Rom. 16:1-3).

Apolos también fue recomendado por Priscila y Aquila. Apolos conocía profundamente las Escrituras, y fue a Éfeso a fin de predicar y enseñar a Jesucristo; pero conocía sólo el bautismo de Juan. Priscila y Aquila ayudaron a Apolos, y cuando él quiso ir a Corinto, ellos escribieron una carta de recomendación para los corintios. Apolos fue recibido por los hermanos y fue de gran ayuda para ellos.

Podemos ver, entonces, que escribir cartas de recomendación era una práctica común en la iglesia primitiva, a causa de los abusos en que se incurría. Sin embargo, aunque existiesen aquellos que abusaban de la hospitalidad, eso no era motivo para que la hospitalidad dejara de ser practicada. En todas las cosas buenas, existirán aquellos que hagan mal uso de ellas, pero no podemos dejarnos influenciar por los que abusan de la hospitalidad.

En su segunda carta, Juan mencionó el aspecto negativo de la hospitalidad. «Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa». En su tercera epístola, el apóstol se refiere al aspecto positivo de la hospitalidad. Él elogia a Gayo por su hospitalidad, diciendo: «Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios» (v. 5-6).

Todos Deben Practicar la Hospitalidad

La hospitalidad es una virtud que todos debemos poseer. No se trata de ser o no capaz, es una cuestión de amor. No es un asunto de ser sociable o no; sino algo relacionado con el andar en la verdad. El tema de esta carta es la práctica de la hospitalidad, porque Cristo es visto en la hospitalidad.

Cuando el pueblo de Dios practica la hospitalidad, Cristo es manifestado y expresado. El único motivo para que ella sea practicada es el amor de Cristo. No hay otro motivo. Tú amas a alguien a quien no conoces porque amas a Cristo, y al hacerlo, estás manifestando y expresando a Cristo. Creo, hermanos, que esto es algo que juntos necesitamos aprender más.

La hospitalidad no es algo que debe ser practicado sólo por algunos; al contrario, debe ser practicado por todos; no significa sólo ofrecer estadía para otras personas, pues tal vez nuestra casa sea pequeña.

Recuerdo que, muchos años atrás, en China, cierto hermano llegó a un poblado y fue invitado por otro hermano a hospedarse con él. El anfitrión vivía en una casa muy pequeña, y tenía apenas un cuarto y una cama. Cuando llegó la noche, el hermano que estaba siendo acogido fue invitado a dormir en la única cama. Él aceptó, y se durmió. Más tarde, como a la medianoche, se despertó con un ruido extraño; oyó a alguien roncando y se levantó para ver de dónde procedía el ruido. Para su sorpresa, descubrió que el hermano que lo había recibido estaba dormido debajo de su cama. El hermano tenía tan poco que ofrecer; sin embargo, ofreció lo mejor que tenía.

Recuerdo otra historia, acerca del hermano Darby. Un día, él fue invitado por un hermano pobre a comer en su casa. Darby, siendo una persona muy humilde, aceptó el convite. Aquel hermano no tenía nada para ofrecer a Darby; sin embargo, su hijo tenía un conejito. El hermano mató el conejo y lo preparó. Estaban listos para comer, cuando Darby observó que el niño estaba llorando. Él no sabía por qué el niño lloraba, y conversó con él hasta que descubrió que aquella era la mascota del pequeño. Darby no pudo comer aquel plato que le fue ofrecido.

He usado estas ilustraciones para mostrar que ser hospedador no es un asunto de ser o no capaces; es algo que tiene que ver con nuestro corazón. Nosotros debemos tener el carácter de Dios; el pueblo de Dios debe ser hospedador. Es verdad que existen los abusos, pero hay formas de controlar y evitar esos abusos. Por ejemplo, si una persona trae consigo una doctrina extraña, ella no debe ser recibida.

Además de eso, si seguimos leyendo la tercera carta de Juan, descubrimos que hay otro criterio para saber a quién no debemos brindar hospitalidad: su carácter. No basta con juzgar la enseñanza ministrada por tal persona; es necesario también conocer su carácter, porque, por desgracia, en este mundo, existen aquellos que gustan de sacar provecho.

Si lees la historia de la iglesia, descubrirás que en relación a la práctica de la hospitalidad hubo muchos abusos, pero también hay casos graciosos. Por ejemplo, en una ocasión, los hermanos de una congregación adoptaron el siguiente criterio: ‘Si algún hermano viene a ministrarnos y se propone permanecer con nosotros más de tres días, entonces sabremos que es un falso profeta’. No estoy sugiriendo que adoptemos una regla como esa; sólo estoy usándolo como una ilustración, pues la existencia de reglas de esta índole prueba que los abusos existen.

Por otra parte, nuestro Señor preguntó si al final, cuando la maldad se haya multiplicado, ¿hallará él amor entre su pueblo? Es muy fácil cerrar nuestros corazones. Pero el carácter de Dios es ser hospedador, y su pueblo debe expresar tal carácter. El carácter de Dios debe ser la característica de su pueblo. Hermanos, la hospitalidad y la comunión es algo que todos podemos practicar. No es algo limitado a sólo dos o tres personas. Que el Señor ponga en nuestros corazones el deseo de practicar la hospitalidad.

Muchas veces, hay personas que nos visitan por primera vez, y son desconocidas para nosotros. Sin embargo, al término de nuestra reunión, los dejamos ir, sin saber si ellos necesitan algo o si tienen qué comer. Hermanos, ¿dónde está nuestro sentido de hospitalidad? Es verdad que practicar la hospitalidad requiere algún sacrificio; pero nuestro Dios es un Dios que se sacrifica. Él nunca se niega. Él siempre da y espera que nosotros, que tenemos su propia vida, también hagamos lo mismo.

Agradecemos a Dios por la vida de Gayo. Es muy probable que él fuese un hombre que poseía muchos bienes, pues podía ayudar a muchas personas. Y porque su corazón era correcto delante del Señor, Juan oró a Dios pidiendo que le concediese aun más prosperidad, a fin de que éste pudiese hacer más para el Señor. Ninguno de nosotros vive para sí mismo; todos vivimos para Cristo, vivimos para Dios.

El Abuso de Autoridad

No sabemos con certeza cuál iglesia es aquella mencionada por Juan en su tercera carta, pero vemos que allí había otro problema. Había un hombre llamado Diótrefes, al parecer uno de los ancianos en aquella iglesia. Este era un hombre ambicioso, pues no le bastaba con sólo ser uno de los líderes.

Eso nos hace recordar cuán sabio es nuestro Dios, pues es a fin de evitar este problema, de acuerdo con el Nuevo Testamento, una iglesia siempre debe tener más de un anciano. Dios desea una autoridad colectiva en la iglesia, porque Cristo mismo es la cabeza, y no hay una sola persona, un único individuo, que pueda representarlo como cabeza de la iglesia.

Cristo es representado por la autoridad colectiva, de modo que no haya sólo una persona responsable de todo, evitando el peligro de que alguien tome posesión de la iglesia. Sin embargo, a través de la historia, aun en la iglesia al final del siglo primero, ha habido personas muy ambiciosas. Existe este tipo de personas no sólo en el mundo político, sino mucho más en el mundo religioso.

Por desgracia, el hermano Diótrefes deseaba tener el primer lugar en la iglesia. Él quería tener el control de la iglesia. Ser uno de los ancianos no era suficiente; sino que, por medio de sus artimañas, él controlaba y mantenía a toda la iglesia en sus manos, tomando al pueblo de Dios como su propiedad particular.

La ambición de Diótrefes llegó a tal punto que incluso se negaba a recibir a hermanos que les visitaban para ayudar a la iglesia, aunque portasen cartas de recomendación escritas por el propio apóstol Juan. Y no sólo eso, sino que profería palabras maliciosas contra Juan y contra aquellos hermanos, no los recibía, procuraba impedir que otros miembros de la iglesia los acogiesen, y aun expulsaba de la iglesia a quienes deseaban acoger a los hermanos recomendados por Juan. Diótrefes era un dictador en la iglesia.

La Verdadera Autoridad Espiritual

¿Cómo se puede enfrentar un problema de este tipo? Nosotros debemos practicar la hospitalidad, debemos andar en la verdad. Sin embargo, aquel hombre trataba de controlar la iglesia y no permitía que los hermanos acogiesen a los enviados de Dios. ¿Cómo resolver esta situación?

Lo primero que Juan hace es tratar con Diótrefes personalmente. «Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace…». En otras palabras, la autoridad espiritual será utilizada para tratar el abuso de autoridad. Es el único modo de tratar con ese problema. En seguida, Juan agrega: «Amado, no imites lo malo, sino lo bueno … el que hace lo malo, no ha visto a Dios» (3ª Juan 11). Tal vez Gayo estuviese enfrentando grandes dificultades cuando Diótrefes prohibía la hospitalidad, pues Gayo era hospedador.

Cuando la autoridad es mal utilizada, nuestra responsabilidad es obedecer a Dios, y no al hombre. Debemos tener una actitud de sujeción total a Dios, obedeciendo de modo práctico en todo. No obstante, un hombre que está en posición de autoridad, que representa a Dios, continúa siendo un hombre. Siendo así, si estamos bajo autoridad, podemos sujetarnos a la autoridad, pero no necesariamente obedeceremos de modo práctico en todo, cuando esa obediencia práctica implique desobediencia a Dios. Pero, no interpretes mal este principio. No estoy diciendo que no necesitas obedecer toda vez que estés en desacuerdo con alguna cosa o no estés satisfecho con algo. No debes decir: ‘No necesito obedecer’. Aquí se trata del asunto de obedecer a Dios o a los hombres.

Aunque aquello implicase su expulsión, Gayo debía obedecer a Dios, no al hombre. Este fue uno de los problemas que tuvo que afrontar la iglesia de finales del primer siglo. Bendecimos a Dios por esta epístola de Juan, pues sin ella no sabríamos cómo enfrentar problemas semejantes.

Hay una tercera persona mencionada en esta carta: Demetrio. Probablemente él haya sido uno de aquellos ministros itinerantes que Dios enviaba a las iglesias. Observemos qué tipo de carácter poseía Demetrio: «Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio…». Él era recomendado por la verdad, a la cual él era fiel, y era también recomendado por Juan. Una persona con tales recomendaciones puede, sin ningún problema, ser acogida con hospitalidad.

La hospitalidad, por tanto, tiene dos aspectos. Por un lado, practicar la hospitalidad es nuestro deber, es un privilegio y una honra. Por otro lado, al practicarla, debemos discernir no sólo la doctrina de aquel que ministra, sino también el carácter del ministro. Y si no hay conflicto con la doctrina ni con el carácter, entonces debemos ser hospitalarios para con él.

La Práctica de la Comunión

Esta carta nos muestra la práctica de la comunión. La comunión no es una teoría; es una vida diaria. La comunión es algo que todos nosotros podemos practicar. Naturalmente, no debemos limitar la hospitalidad a una cuestión de proveer alimento y estadía a los hermanos. Si tú das un vaso de agua fría a uno de estos pequeñitos, ya estás practicando la hospitalidad. El Señor dice que cada vez que visitas a un enfermo, al Señor estás visitando; si visitas a alguien en la prisión, es al Señor a quien visitas; si vistes al pobre, al Señor estás vistiendo. Hospitalidad es un término muy amplio. Por tanto, no restrinjas la práctica de ella. Hay innumerables formas de practicarla; ustedes deben tener experiencia en esto. Gracias a Dios por ello.

Puede ocurrir, por ejemplo, que una familia tiene problemas, pues la esposa de un hermano está enferma. ¿En qué consistiría la hospitalidad en este caso? En preparar la comida para los miembros de la familia, o cuidar a los niños si la madre está hospitalizada, o visitarla en el hospital y llevarle algo que ella necesita. Y más aún, si tú cortas el césped del jardín de una persona mayor, por ejemplo, también estarás practicando la hospitalidad.

La hospitalidad incluye todas estas buenas acciones. Podemos hallar oportunidad de ponerla en práctica en las más variadas y diversas situaciones. ¿Tenemos un corazón dispuesto a practicarla? Si nuestro corazón es como el corazón de Dios, nunca nos faltará ocasión de ser hospedadores. Que el Señor nos socorra.

Traducido del portugués de
«Vendo Cristo no Novo Testamento».