Renovando nuestra pasión por Cristo (3).

Esta mañana quiero hablarles sobre darle a Dios todo el control; en otras palabras, entregarle al Espíritu Santo el control absoluto de nuestras vidas. A esto podemos llamarle «andar en el espíritu». Muchas veces hablamos acerca de andar en el espíritu sin comprender lo que esto significa; pero ello realmente quiere decir entregar al Espíritu el control total de nuestras vidas.

Una sociedad secularizada

En los Estados Unidos, la Corte Suprema acaba de decretar que se prohíbe exhibir los Diez Mandamientos en cualquier Corte federal. Casi cada Corte federal en los Estados Unidos, incluyendo la Corte Suprema, solía exhibir los Diez Mandamientos esculpidos en granito sobre la pared. Ahora se ha ordenado quitarlos de allí, y hay empresas que están retirando este tipo de notas desde las paredes. California es el primer estado que está tratando de quitar los Diez Mandamientos de todo lugar público.

En los Estados Unidos se está retirando a Dios de nuestra sociedad. Lo hemos quitado de nuestras cortes, de nuestras escuelas. Y en las escuelas de la ciudad de Nueva York, el profesor puede llevar una revista pornográfica y ponerla sobre su escritorio, puede poner el Corán, pero si pone una Biblia lo despedirán por ello. Ya le ha sucedido eso a una de las maestras que asiste a nuestra iglesia.

Lo mismo está sucediendo en Europa. Europa se está convirtiendo en una sociedad netamente secular. Están removiendo por completo el nombre de Dios de la sociedad. Y me duele mucho, porque hay gente que dice: «Eso no debería importarnos, porque la ley está en nuestro corazón». Pero el Señor le habló al pueblo y le dijo: «Estos mandamientos deben estar frente a tus ojos». Y también dijo lo siguiente: «Estos mandamientos debes tenerlos cerca de tus manos, y deben estar muy visibles delante de tus ojos, y debes colocarlos en las puertas de tu casa». Dios mismo, con su propio dedo, escribió los mandamientos en una piedra. Escucho predicadores que dicen: «Ya no estamos bajo la ley, sino en la gracia». Y eso es cierto. Ya no estamos bajo las 613 leyes inventadas por los rabinos judíos; pero aún estamos bajo la ley moral de Dios, los Diez Mandamientos.

¿Hay alguno de los Diez Mandamientos bajo el cual tú no estés? Dios nos dice que no debemos matar, que no debemos adulterar. Y si los ángeles –que acampan alrededor del pueblo de Dios– se avergüenzan, ¿puedes imaginar la consternación, el asombro en medio de las fuerzas angelicales, cuando ven a los hombres sacando los mandamientos de Dios y burlando Su nombre? Dios no permitirá que esto pase. Jamás en la historia Dios ha dejado que el hombre deseche Sus leyes. Esto es lo que llamamos un pueblo sin ley; nos estamos convirtiendo en sociedades sin ley. Mire lo que está pasando en Francia o en Europa desde que han intentado dejar afuera la ley de Dios. Una gran cantidad de desempleo, los islámicos están llegando al poder, confusión en los gobiernos. Son disciplinas de la mano poderosa de Dios.

Los juicios de Dios

No nos gusta oír acerca de esto. El 11 de septiembre, cuando cayeron las Torres Gemelas en Nueva York, fue un día martes, y el domingo siguiente yo estaba predicando en el púlpito y le decía a la congregación: «Las Torres han caído, pero nosotros no hemos entendido el mensaje». Dios no lo causó, pero tampoco lo detuvo: él lo permitió. Dios lo podía haber detenido, pero él estaba hablando. Y aún a través de los comentarios de la televisión nacional estaban citando el capítulo 18 de Apocalipsis: «En una hora su poder ha caído»; el símbolo de la prosperidad, las Torres Gemelas; el símbolo de nuestro poder, el Pentágono. Y Dios estaba diciendo: «Si ustedes no van a obedecer mi ley, si me van a sacar de la sociedad, lo primero que haré será golpearles con mi mano, y luego el juicio irá en aumento». A nadie le gusta oír esto.

Tenemos ahora una ciudad que ha sido prácticamente devastada: Nueva Orleáns. No saben qué hacer con esa ciudad en este momento. Es algo increíble. Una anciana de raza negra dijo en la televisión: «Yo no lo vi, me llamaron y me contaron lo que había pasado». Era una mujer anciana, justa, y dijo a la gente: «Escuchen, déjenme decirles de qué se trata esto. Esta ha sido una de las ciudades más corruptas de los Estados Unidos». El día después del huracán, los homosexuales estaban danzando en las calles, haciendo una gran fiesta, burlándose de Dios. El centro de la iniquidad y del pecado en los Estados Unidos, esa ciudad ha sido advertida muchas veces. Hombres de Dios han dado anuncios proféticos, y se rieron de ellos. Una ciudad sin ley. Y esta abuela decía lo que los predicadores tienen temor de decir: «Dios nos está hablando; no se pueden burlar de él, no pueden sacarlo de la sociedad». Eso es lo que está sucediendo.

Ahora, oramos. Nuestra iglesia tiene grupos trabajando en ese proyecto. Estamos enviando miles de dólares para ayudar en el proceso de reconstrucción de hogares cristianos, y estamos orando y llorando. Pero, déjenme decirles, estamos hablando de un mundo sin ley.

Y cuando vamos al libro de Génesis, encontramos el mismo espíritu. Vemos que Dios destruye una sociedad completa por ignorar su ley: Sodoma y Gomorra. El testimonio de Lot. La Biblia nos dice en 2ª de Pedro que él se afligía por causa de la falta de temor a la ley de Dios. Era un pueblo que no tenía a Dios, un pueblo idólatra. Dios tenía planificado mostrarle a este mundo quién era él realmente.

Dios busca un pueblo

¿Cómo iba Dios a mostrarle al mundo e iba a revelarse acerca de su naturaleza? Dios elige a un grupo pequeño y desconocido: los israelitas. Dios tiene un plan. ¿Cómo es que Dios le va a mostrar a una ciudad sin ley, una ciudad idólatra, que él existe, que él habla, que es un Dios de amor, que es un Dios que está sobre todos los otros dioses? Él no puede enviar ángeles, así que elige a un pueblo, los lleva al desierto y los pone en una situación imposible: los lleva al Mar Rojo, donde había montes alrededor, y el mar frente a ellos. Los egipcios venían por detrás, y aquí hay un pueblo que está sin ningún tipo de ayuda. No hay nada que ellos puedan hacer para salir de esa situación. Pero todo eso es parte del plan de Dios.

Este es el comienzo de un testimonio. Dios estaba buscando un pueblo de quien él tuviera control total, un pueblo al cual poder hablarle. Y Dios decidió: «Voy a tener un pueblo, voy a reunir este pueblo que me dé a mi el control de todo, los voy a poner en situaciones imposibles, y los defenderé. Ellos escucharán mi voz, desde el cielo haré que me oigan, y les instruiré para que escuchen mis palabras. Y el testimonio era este: de toda la humanidad, ¿quién ha escuchado la voz del Dios viviente? De hecho, es evidente, cuando el pueblo miraba la nube de día y la columna de fuego de noche y cuando estos pueblos paganos miraban a Israel cubierto por la nube y por la columna de fuego, el testimonio comenzó a difundirse en los pueblos paganos: «Ciertamente este pueblo de Israel tiene un Dios que oye, un Dios que habla». Empezaron a comparar a este Dios con los dioses de piedra.

Al examinar la historia del pueblo en el desierto, vemos que es un pueblo totalmente dependiente. No hay comida; entonces Dios comienza a alimentarlos desde el cielo. No hay agua, y Dios hace brotar el agua de la roca. Hay una oscuridad en el desierto y puede ser sentida y vista, y Dios envía una columna de fuego para que les alumbre. Y comienza Dios a hablarles a través de sus siervos. Comienza a guiar al pueblo, a alimentar a su pueblo. Y todo lo que él les pide es que confíen en él, confíen en su voz, confíen en su liberación, confíen en que él los va a guiar.

Y ese es el testimonio, esa es la revelación de Dios a este mundo. Había testimonio para los paganos. Ellos estaban viendo un testimonio vivo. Vieron abrirse el Mar Rojo, vieron caer los muros de Jericó, vieron los milagros, y comenzaron a darse cuenta que en Israel había un Dios verdadero.

Diez veces el pueblo tentó a la voz de Dios, diez veces negaron su voz y provocaron al Dios viviente; comenzaron a defender a sus propios dioses. Y aun así, Dios decía: «Pero aún sigo buscando un pueblo». Y la Biblia dice que ellos no pudieron entrar en su reposo a causa de su incredulidad.

Cuando vamos a la Escritura, y empezamos a oír a Isaías, a Jeremías, y al resto de los profetas, oímos el llamado de lamento de Dios. Y comienza Dios a hablar diciendo: «Estoy buscando a un hombre, estoy buscando un pueblo». Y Hebreos nos habla claramente: «Si ellos hubiesen entrado en mi reposo, ellos hubiesen sido ese pueblo; pero aún sigue, hay un reposo, todavía hay un vacío. Todavía estoy necesitando encontrar un pueblo. Necesito tener un pueblo que confíe en mí, que me dé el control, y que le muestre al mundo que yo soy un Dios que vivo y escucho, y anhelo estar con mi pueblo».

Y cuando él no pudo encontrar este pueblo, cuando el mundo seguía en la oscuridad, en la idolatría y en el pecado, él envió a su Hijo único, y dijo: «Voy a encontrar de todas formas un pueblo. Enviaré a mi Hijo, y él será quien confíe en mí. Él no hará nada sin consultarme». Él no habla ni se mueve, ni hace nada sin escuchar la voz del Padre. Él no solamente fue el segundo Adán1. Él era el modelo, el primer hombre, que vendría y encontraría a ese pueblo que confiaría.

Quiero que escuches esto, por favor. Tú puedes conocer la Escritura y puedes citarla a todo el mundo; puedes dar tu testimonio, puedes predicar con fuego, con unción. Ese es el mejor testimonio a un mundo perverso, el testimonio a una nación que está enloqueciendo con la depresión, el mejor testimonio a un mundo que busca por todas partes oír una voz clara.

Nadie ya confía en las instituciones; las iglesias ya no están siendo confiables para la gente; no se confía ni en el gobierno. ¿Dónde hay un pueblo que puede dar una respuesta, que pueda probar que hay un Dios que escucha, que controla sus vidas, y sabe lo que Jesús enseñó? «No puedo hacer nada sin mi Padre; no puedo hablar sin que mi Padre me lo diga; no puedo hacer nada». Este era un hombre totalmente dependiente. Este es el tipo de pueblo que Dios está buscando, y él quiere reunir una iglesia, quiere reunir un pueblo que esté sujeto al control de Dios, al control del Espíritu Santo.

Cuando Jesús estuvo en la tierra, reunió personas alrededor suyo. Y en su oración antes de partir dijo: «Yo los he guardado; ustedes han dependido de mí, han confiado en mi palabra, y han marcado un ejemplo. Ahora voy a mi Padre, y voy a enviarles el Espíritu Santo. Y voy a tener un pueblo donde habitar». Este es el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesucristo. Creo en la Trinidad, pero quiero decirles lo que la Biblia dice: el Espíritu Santo es la revelación del Espíritu de Cristo mismo.

Un pueblo guiado por el Espíritu Santo

Hay una terminología de moda en los Estados Unidos. Se ha escrito un libro acerca de la generación de lo instantáneo, de lo inmediato. Se refiere al abrir y cerrar de un ojo. Es un best seller. Alguien me dio un ejemplar de ese libro. Ahora esto se está difundiendo entre la gente, se está volviendo una filosofía popular en los Estados Unidos. Le están llamando ‘la generación de lo instantáneo’, y su esencia es la siguiente: «La mejor decisión es lo que tú puedes hacer en el momento, en un abrir y cerrar de ojos. Confía en tus instintos. Si vas a invertir en la bolsa de valores, haz lo primero que te venga a la mente. Actúa inmediatamente».

Y ahora, en los Estados Unidos, si tú quieres una casa, abre y cierra tus ojos. Hazlo ya, ahora. Y me estoy preguntando cuántos ‘cristianos instantáneos’ tenemos, cuántos ‘pastores instantáneos’ tenemos.

Mira, cuando yo era un niño, criado en una iglesia pentecostal, un hogar pentecostal, se nos hacía una pregunta cada vez que había que tomar una decisión: «¿Has orado al respecto? ¿Has hablado con Dios acerca de esto? ¿Qué es lo que Dios te ha dicho?». No había cosas instantáneas; no había decisiones inmediatas.

Hoy, yo escucho a gente que dice: «Dios me ha dado una buena mente; tengo la mente de Cristo, y tengo que empezar a actuar de acuerdo a mi mente. Me ha dado inteligencia; puedo tomar mis propias decisiones». Pero eso no es lo que mi Biblia dice, y es por eso que tenemos tantos problemas, por eso es que hay depresión. Estamos tomando decisiones instantáneas, estamos ignorando al Espíritu Santo; no le estamos permitiendo que nos guíe.

Y cada vez que tengo una buena idea, cada vez que he hecho lo que creía que era correcto, cuando no he orado o no he ayunado, he podido construir edificios, he comenzado ministerios que han muerto en mi mano, porque era una buena idea, pero no era un mandato del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nunca me había dicho que lo hiciera. Lo hice porque creí que era bueno y pensé que era lo mejor. Eso no es lo que el mundo necesita; el mundo necesita cristianos y pastores que inclinen sus rostros bajo la presencia de Dios y puedan creer que el Espíritu Santo mora en su templo. Y si el Espíritu Santo mora en mí, él no es mudo, él tiene una voz, y él me hablará. Él me guiará.

¿Cuántas decisiones has tomado últimamente sin haber orado al respecto? ¿Realmente has orado como debes, has esperado en Dios? ¿Cuántas decisiones estamos tomando ahora, y no puedes decir: «Dios me mostró y me reveló esto»? Yo creo que tú nunca le podrás decir una palabra a tu hijo o hija no creyente hasta que no hayas inclinado tu rostro en la presencia de Dios, y Dios te dé la palabra y te permita ver el corazón de ellos.

Muchos de nuestros jóvenes no sirven al Señor hoy, porque se les ha predicado demasiado, y ese mensaje no ha venido del corazón mismo de Dios, sino que está viniendo del temor; está viniendo de un corazón amoroso, pero de un ser humano; no es una revelación, no está tocando su conciencia.

¡Cuántos sermones predicamos sin que antes hayan nacido en nuestro espíritu! Cada vez que tengo un domingo de vacaciones, y visito algunas iglesias, puedo ver y discernir –al oír a un hombre hablar– si él ha estado o no de rodillas. Puedes saber si eso que dice viene del corazón de Dios o no.

Les he contado que mantengo correspondencia con miles de personas. Mi esposa y yo leemos muchas cartas que llegan a nuestra oficina. Y el problema principal, la queja número uno de cualquier denominación, es: «Mi iglesia está muerta; no hay palabra que pueda tocar nuestro espíritu, no hay convicción». Y la mayoría de ellos me dicen: «Lamento tener que ir el domingo en la mañana; ya no quiero ir a la iglesia, ¡pero no hay otro lugar dónde ir!».

Le he dicho al Señor: «Ya no quiero predicar sermones. ¡Quiero escuchar tu corazón!».

Entregándole a Dios el control

¿Cómo le vamos a dar a Dios todo el control? Primero, tengo que estar convencido de que el Espíritu Santo está deseando darme la mente de Cristo. La Biblia dice que, cuando el Espíritu de verdad venga, nos guiará a toda la verdad. Y si él está aquí en mi corazón, él hablará. Lo que necesito es tener un tiempo con Dios.

Ya no sabemos cómo esperar en Dios. Meditamos y hablamos esporá-dicamente. Pero todavía hay un versículo en mi Biblia que dice: «Entra a tu cuarto de oración y cierra tu puerta, y ora al Padre que está en lo secreto, y el Padre que te ve en lo secreto te recompensará en público». ¿Dónde está esa recompensa? Es el Espíritu, que te guiará a toda verdad.

Cuando yo entro a mi cuarto de oración, mi esposa sabe que nadie, quienquiera que sea, aun si fuera el presidente de la nación, nadie, puede interrumpir ese tiempo. Y Dios ve que él es primero, que le estás dando tu tiempo. Y cuando dispones tu corazón a buscarle, el diablo querrá interrumpir; vas a ser bombardeado por el enemigo, él tratará de ponerte crisis sobre crisis. Pero cuando Dios ve que has dispuesto tu corazón, y permaneces, y esperas y ministras en su presencia, y esperas su palabra, él te hablará.

Yo le doy gracias a Dios por los libros. Me gusta leer acerca de los puritanos. Spurgeon dijo que sacó sus chispas de los fuegos de otros hombres. Pero ahora estamos en un tiempo donde los sermones ya no son suficientes. La gente necesita entrar a la casa de Dios y escuchar algo que les toque y les transforme la vida. No he llegado aún, tengo que seguir dándole mi corazón.

Leonard Ravenhill era un gran profeta de Dios. En uno de sus libros, hablaba de que Sodoma no tenía Biblia. Este hombre era un Jeremías de este tiempo; él trabajó conmigo durante un tiempo. Era un hombre que solía llorar, y me decía: «David, hay un problema con la iglesia en estos tiempos: los predicadores no están orando».

Tenemos que estar convencidos de que el Espíritu Santo mora en nosotros. Si yo confío en él y pongo delante de él aun el más mínimo pensamiento de mi mente, el Señor nos pondrá en situaciones que irán más allá de nuestro control. Quizás haya personas sentadas en este lugar que están enfrentando situaciones para las cuales no hay respuesta humana. No hay nada que puedas hacer, a menos que suceda un milagro. Y Dios lo está permitiendo, te llevará a este punto donde vas a tener que dejar tus cosas, levantar tus manos y decir: «Dios, si tú no lo haces, no hay esperanza. Yo creo que tú me puedes hablar. Si voy a hacer algo, muéstramelo. Convénceme, o me voy a mantener quieto». Y Dios te va a decir: «Es lo que estaba esperando; mantente firme, espera y ve mi salvación. No trates de solucionar tus propios problemas».

No estoy hablando sólo teoría; en los últimos treinta días tuve que probar esto en mi propia vida. Unos días antes de venir aquí, enfrenté dos situaciones. Estábamos en un callejón sin salida. Yo no podía decir nada más; no había nada que yo pudiera hacer acerca de ese problema. Entonces, entré en mi cuarto de oración, y dije: «Dios, renuncio; no voy a pensar en la solución, la dejo en tus manos. Es todo tuyo. Haz lo que quieras, no hay esperanza». Y dentro de una hora, Dios lo había resuelto todo.

Mi esposa ha tenido veintisiete operaciones; seis de ellas, de cáncer. Mi segunda hija tuvo cáncer. Ella vivía con su esposo que es pastor en Texas. Le habían dado un 30% de probabilidades de vida, y habían traído una máquina a su cuarto, y le habían puesto un atuendo especial para poder ser conectada a esta máquina. Durante tres días, nadie entró a ese cuarto; sólo los médicos. Constantemente le estaban dando baños de cobalto. Mi esposa entró al pasillo y comenzó a golpear con su puño en la pared, diciendo: «Dios, he pasado el cáncer que yo tenía a mis hijas» – porque el médico nos había dicho que era un mal hereditario.

Yo estaba en mi auto, y salí manejando hasta la costa de México. Lo estacioné y comencé a caminar. Lloré durante dos horas, y comencé a gritar delante de Dios: «Dios, estoy dando mi vida; ¿de qué se trata este problema? ¿Qué quieres de mí?». Lloré, clamé y grité. No había nada más que decir o hacer. Nada. Luego vino el Espíritu de Dios, y me dijo esto: «¿Cuántos padres ha tenido tu hija?». «Bueno, dos, tú y yo». «¿Y cuál de nosotros tiene poder?». «Tú». «¿Cuál de nosotros le ama más?». «Tú». «¿Cuál de nosotros no heriría ni dañaría a nadie, o haría que nadie se duela? ¿Cuál de los dos conoce el futuro?». «Tú».

Y me dijo: «¿Estás dispuesto a poner a tu esposa en mi mano? Como un padre amoroso, ¿podrías poner a tu hija y a todos tus hijos varones y tus nietos en mi mano?». Y me dijo: «Voy a pedirte más: ¿Puedes poner tu ministerio y tu futuro en mi mano y confiar por el resto de tu vida que no te voy a hacer daño? No te haré ningún daño, no innecesariamente. En cada cosa que hago, hay un plan de por medio. Algo pasa porque hay un plan de por medio. Y te voy a dar paz y reposo el resto de tu vida».

Le dije: «Señor, tómalos. Te lo doy todo, todo está en tu control. Es todo tuyo. No voy a contender contigo, no haré más preguntas. Yo sé que tú me amas. Yo soy tu siervo. Señor, lo pongo en tus manos». Hace dos años atrás, mi nieta de doce años falleció de cáncer. El Señor me dijo: «Tú la has puesto en mis manos, y me la voy a llevar. Y te voy a dar una razón por la cual me la voy a llevar. Porque has confiado, yo te voy a decir: El maligno está tratando de destruirla, y ella es preciosa, tiene una naturaleza preciosa. Ella no quiere ver la violencia y la maldad que hay en este mundo, y la estoy salvando de algo en lo cual nunca tú podrías ayudarle».

Dios trajo paz a nuestro corazón, a pesar de que se la llevó. Aún lloro, pero hay una confianza de que mi Dios tiene el control. Quiero decirles que mis dos hijas y mi esposa ya han sido sanadas, están libres de cáncer y Dios ha sido bueno, ha sido fiel con nosotros.

¿Puedes poner todas tus cosas en las manos de Dios? ¿Cada preocupación que tienes, todo lo que está en tu corazón?

Tú necesitas que el Espíritu Santo te diga: «Ya no tienes problemas, ¡es mi problema! Ya no es tu problema, es mi problema». Dile: «Señor, llévate mis problemas; llévate todas las cosas en mi vida. Quiero andar en el espíritu. Te doy todo el control de todo; voy a confiar en ti, Señor». ¡Aleluya! ¡Bendito sea el nombre del Señor!