En el versículo 4:11 de Hebreos concluye la argumentación del Espíritu Santo sobre el reposo: «Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia». Pareciera que con esta exhortación se cierra todo, que nada más precisa ser dicho sobre el asunto.

Sin embargo, a continuación, el Espíritu introduce dos elementos que están inseparablemente unidos al reposo de Dios: uno es la Palabra de Dios, y el otro es el ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote.

«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (4:12). Este «Porque» une lo que se va a decir con lo dicho anteriormente. Este «Porque» indica que lo que viene, explica lo anterior.

Antes se había dicho que es preciso creer a la palabra de Dios («Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón»), y ahora se dice cuál es el trabajo que realiza esa Palabra en el corazón del hombre, y por qué ella es tan importante. Ella separa el alma del espíritu. El alma es nuestro «yo» con todos sus argumentos e incredulidades. El alma estorba al espíritu y no lo deja creer y seguir al Señor. Entonces, el alma debe ser descubierta y debe ser negada. «Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta». Esa es la obra de la palabra de Dios, una obra imprescindible para poder creerle a Dios y entrar en su reposo.

El segundo elemento que introduce el Espíritu aquí es el sacerdocio de Cristo: «Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión» (4:14). Este «Por tanto», concluye el razonamiento, y esta es la conclusión: es porque tenemos tal sumo sacerdote, que podemos retener nuestra profesión (o confesión de fe).

En dos versículos claves del capítulo 3 se nos instaba a retener la confianza en cuanto a que somos casa de Dios, y que somos participantes de Cristo (v. 6 y 14). Esas dos cosas juntas conforman nuestra profesión. Y aquí se nos aclara cómo es que podemos retener todo eso: porque tenemos un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, y que es compasivo, que fue tentado igual que nosotros, etc.

Esta confesión de fe es tan resistida por la carne, el mundo y el infierno, que, a menos que tengamos este doble socorro de lo alto, de la palabra de Dios y de nuestro gran Sumo Sacerdote, no podremos permanecer en esta fe. Este tercer «retengamos» es el definitivo. Es porque está anclado en los cielos mismos. Es el perfecto reposo de Dios para sus hijos.

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